Polainas, protector de las piernas o pantorrillas, elaboradas en cuero vacuno. |
Corrían los años
cuarenta y pico, época dorada de la Venezuela postgomecista y en pleno apogeo
petrolero, donde aún se conservaba la circulación de nuestra moneda nacional en
plata pura, antes de oro, pero éste, contaban los abuelos, se lo llevó el
comercio de artefactos eléctricos de entonces, vitrolas, alofónicas, pianolas,
ventiladores, planchas, lámparas, carros, lavadoras, cocinas, en fin, cuanto
artilugio novedoso que facilitaba o entreviera al público el día a día, y por
ende, desvinculando al hombre del aprovechamiento de su tiempo en actividades
mas productivas.
Por la avenida Santa
Rita como a eso de la Hora del Ángelus, el sonido del paso de unos caballos,
amplificado por el pavimento y los cascos herrados, llamaba la atención de
transeúntes y vecinos, apostados en los frentes de las aladeñas viviendas,
entre ellas la casa de mi Tío Dimas “El Cristo” residencia de la abuela
fundadora de los Montiel Fuenmayor, Mamá Carmela.
Como ya les había
contado, encontrábanse en el portón
de la casa, mamá con sus amigas Ada y Lola Perich, y al mirar el séquito a
caballo destacaba entre sus jinetes, por su enorme porte, un señor formal
vestido a la usanza inglesa pantalón, camisa y chaqueta kaki, casco colonial francés con sus relucientes polainas hasta las
rodillas, caladas en los estribos de la montura del caballo, aquel era un gran caballo rucio, de crines y cola doradas, las muchachas desde el portón de la casa, observaron el paso de los distinguidos caballeros, sin disimular su admiración por el paso de los jinetes. Años más tarde, aquel
caballero sería mi padre, Pascual Reyes Albornoz, como en efecto me
contó mamá como lo había conocido.
Secuelas de una
ciudad que se resistía al cambio, de sus calles y avenidas asfaltadas y al
tráfico automotor, cuando un grupo de sus caballeros por pasatiempo acordaron
fomentar por nostalgia, la montura y paseo de caballos en las soleadas tardes
al crepúsculo y fines de semana en esta actividad ecuestre.
Cuando yo era un
niño, con mis siete años de edad, solía jugar montando mi imaginario caballo y me colocaba las polainas de papá, ajustadas un poco más arriba de las rodillas; entonces jurungaba entre las cosas de papá guardadas en su inmenso escaparate, entre ellas su reloj de
pulsera, sus lentes oscuros para el Sol, su enorme bata de baño y los carricochos de madera, sus corbatas, sus
zapatos, una pipa, su maquina de rasurarse la barba, el Faldón, las Polainas
de montar a caballo, y un gran surtido de anzuelos y sedales, pues papá era tambien muy aficionado a la pesca en nuestro lago marabino. Para entonces papá estaba recientemente fallecido (07/10/1967), afortunadamente compartí de su compañía, siempre me hacia acompañarle en su Cadillac Azul a diligenciar sus rentas y propiedades en las mañanas, pues solía regresar a casa a mediodía, resguardándose del calor sofocante de las tardes marabinas.
Aquellas estampas
marabinas del hombre a caballo, quedo reservado para quienes podían darse el
lujo de tener una pequeña caballeriza en el patio de su casa, papá según me
contó mi hermano Gilberto, tenía su caballeriza al fondo de la casa “Falcón” levantada
hasta no hace mucho, en la avenida Dr.Quintero al fondo del Colegio Los
Maristas; allí “Pantaleón” como se llamaba el equino descansaba las horas de paseos
a lo largo y ancho de la ciudad y hasta un poco mas allá en las inmediaciones
del área rural y extraurbana de la entonces incipiente Maracaibo.
El primo hermano Iván Reyes Escaray, en su anecdotario familiar, me contó como papá montando al galope de Pantaleón era capaz de tomar un pañuelo en el suelo, actividad ésta practicada como competencia entre los seguidores de la montura a caballos. Otra cuento cuenta, de cómo papá, los fines de semana, al visitar a vecinos, familiares y amigos, entre ellos su cuñado Carlos Sideregts, allá en la casona situada en la esquina
de la avenida 24 de junio (hoy 3F), papá entraba hasta la cocina de la casa hacia el patio, montado cabalgando sobre Pantaleón, arengando a la gente a la parranda y saludando con su característico querendón
trato.
Pantaleón tuvo un final
trágico, se cayó en un pozo, con la aparatosa caída se rompió las patas delanteras y no hubo manera de rescatarlo del hoyo, según me
contó mi hermano Gilberto, papá revolvió sacrificarlo de un tiro en la cabeza, y detener la agonía de su noble compañero.
Nuestro padre nos dejó esta excelente fotografía ecuestre, de su bizarra estampa sobre “Pantaleón” como
testimonio gráfico de su personalidad, tal cual como él quiso ser recordado, por eso aquí se los dejo como registro familiar a propios y
extraños, familiares y amigos, que en el Zulia y en especial en nuestra ciudad
de Maracaibo, de como fueron aquellos Zulianos trabajadores, esforzados y productivos, hombres de empresa y del comercio, que supieron sembrar nuestras tradiciones y regionalismo, para dejar el legado de no olvidar jamás nuestras raíces.
JLReyesMontiel.
JLReyesMontiel.
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