Cuando uno es educado en el seno familiar con principios bien definidos, para desviar ese sendero forjado, tendría uno que volver a nacer y cambiarse de padres, abuelos y tíos; difícilmente un consejo bien guardado, puede ser abandonado bajo el influjo de alguna mala compañía.
Mi madre siempre me refería: -Dime con quién
andas y te diré quién eres, haciéndome ver lo dañino de las malas ajuntas de quien,
en lugar de darte un buen ejemplo, solo te pueden proporcionar malas mañas y
actitudes.
También me instruyó del modo como debía
establecer mis amistades en sus relaciones interpersonales y visitas, me decía
mi madre: -En casa de tu tía, no todos los días; con esa expresión me refería,
que tratará de evitar ir a casa de amigos, familiares y vecinos todos los días,
pues era una imprudencia de parte de quién a ultranza vive y muere en casa
ajena, causando en algún momento malestar a quién puede ser interrumpido en sus
quehaceres diarios, e incluso resultarle uno inoportuno y fastidioso.
En las relaciones de vecindad también me
instruyó de ciertas reglas, como las de saludar de manera cordial y ser atento con
el vecino, pero evitar en lo posible visitar sus casas, pues podría acarrear
problemas interpersonales en el trato cotidiano, y por demás fomentar el
chisme, los dimes y diretes entre la gente del resto de la vecindad.
Mi padre, también fue ejemplo de conducta y de serio
proceder en asuntos de relaciones intervecinales, cuando vivimos en la popular
Calle Venezuela, allá en la hasta entonces, la parte más antañona de nuestra
Maracaibo, hacia los fondos de la Basílica de Ntra. Sra. Del Rosario de
Chiquinquirá, le corregía a Sarita mi hermana la conversadera con las muchachas
del sector, pues mi hermana, como mi padre no la dejaban salir a las casas
vecinas, la muchachada convergía frente al frontis de nuestra casa y
conversaban desde de la ventana, a tal punto que mi hermana Sara se ganó el
motete de “Gata Ventanera”.
A tal punto, mi padre decidió mudarse del
Saladillo, para evitar problemas, y sobre todo como yo era apenas un infante de
algunos 5 años, evitando aprendiera las insolencias de los carajitos de la
barriada Saladillera, pues unas cuantas groserías ya eran parte de mi
repertorio, lo cual causó la oportuna reprimenda por parte de mi difunto y
recordado padre Pascual Reyes Albornoz.
Desde entonces en los sectores que me ha tocado
vivir, sea en mi infancia, juventud y adultez, mi actitud frente a los vecinos
siempre ha sido de una gran circunspección, eso afortunadamente me ha traído
grandes ventajas ahora que vivo fuera de Venezuela; pero, pero en mi propia
tierra, en cuanto a mis relaciones vecinales, en los lugares donde establecí mi
residencia me trajo problemas, como consecuencia de mi forma de hacer mi vida y
la de mi familia, pocos de mis vecinos comprendieron mi actitud y la de los
míos: Mi esposa e hijos, y siempre les recuerdo con aprecio y cariño; otros
vecinos en cambio, me tomaron por arrogante y pretencioso, ocasionándome disgustos
que afortunadamente por mi prudencia, asumí y superé con verdadero sentido
estoico.
Agradezco a mis buenos vecinos, con los cuales
compartí amistad, por su empatía en el trato interpersonal; a los malucos vecinos
y por muérganos, les perdono su afrenta e innoble proceder, por sus ofensas,
por su mal actuar, por sus abusos y palabras. Nadie sabe nadie supo: -La carrera
que manda el Zorro, decían mis tíos viejos de antes.
JLReyesMontiel.