domingo, 11 de mayo de 2014

Alguna vez una Flor.

A Carmen Montiel Fuenmayor.
 
Sentada sobre tus años, apoyada sobre tus recuerdos,
vuelas espacios buscando tu juventud 
de pájaros y jagüeyes,
majada y huerto, fruta fresca
y leche aún tibia desde la ubre gentil de la bestia querendona,
hilando atardeceres para contármelos un día,
tu historia de paisaje y hato grande,
tu mejor regalo, tu mayor herencia,
tu amor y tu forma de decir tus vivencias.

En el recinto familiar
rige tu lejana presencia,
entra en rayo de luz, transformada
por la metamorfosis de tu ocaso
en celeste cuerpo refulgente.

Tu luz inunda las sombras de mi aposento,
buscando tu mirada en el crepúsculo de la tarde, 
desde la distancia en sus colores marinos y acres
en el espacio vacuo de tu sitio.

El crisol de tu mirada me mira
desde las dimensiones insospechadas
del silencio de tu ausencia,
solo inmensamente solo,
tu recuerdo me enluta
y en tu fulgor me refugio.

Este tósigo amargo
que me consume, es fruta
de tus lágrimas, de tu dolor sentimentalmente
vestido de ataúdes y añoranzas,
me duele el dolor de tu dolor
en los días tristes del Octubre fatal.

Llevo cual Nazareno la cruz
de tus lágrimas, de tus ojos
que me ven mientras beso
la frente de mi padre muerto.

Ahora cuando duermes en el camposanto,
descansas tu vida que me legaste, dándome existencia,
para marcar la eternidad con un  trazo
en la inmensidad del Universo.




José Luis Reyes Montiel.