sábado, 26 de mayo de 2012

Un encuentro feliz.


Un día de tantos del año 1968, viajamos una fresca mañana mamá y yo a Santa Cruz de Mara, salimos de mi casa en la 69A hacía la avenida 15 Las Delicias, nos colocamos en la parada de los autobuses y esperamos el bus de Campo Mara, ya que era la ruta de salida de los buses de La Rosita, Cachirí, El Moján, hoy es la avenida 16 desde su intersección con la calle 75, para ir hacía ese Municipio productor agrícola por excelencia de nuestra región zuliana.

Una vez en el autobús, comenzamos el periplo por la carretera y a todo lo largo de la rivera de nuestro entonces un poco más límpido lago, pasamos por la alcabala de la Guardia Nacional que antes estaba sobre el puente del canal de aguas que de Cabeza de toro se dirige hacía la laguna Las Peonías, donde siempre se han establecido de lado y lado restaurantes de pescado frito, recuerdo especialmente el famoso “Paseo Venecia” cuyos sabor y sazón inigualable e inimitable lo caracterizan.

Un poco mas allá, comenzaba la empalizada de manglares y salinas, con sus aguas cual espejo reflejaban el cenit azul abierto e inmenso que se adelantaba a la carretera entre la tierra y el cielo, bordeada de Cocoteros, Cujies, enredaderas de Papayitas de Pasión, Uvas de Playa y Cardones, regalando a mi vista los matices mas hermosos de nuestra flora regional.

Toda esa ranchería y comercio de hoy acabó con aquel paisaje natural, destruyendo gran parte del Manglar que acompañaba al viajero hasta San Cruz de Mara, para cegar y ganar terreno y levantar sus improvisadas construcciones.

Llegamos entonces, como a media mañana, al conocido sector Gigante Verde, yo recordaba el comercial de los guisantes enlatados, cuando al apearme del autobús, sobre la arena agreste del camino de entrada, comenzamos desde luego a caminar trilla adentro, buscando la casa de Carmen Cecilia Montiel de González, en efecto unos dos kilómetros de camino saludando mamá a conocidos, sobrinos y sobrinas, pasamos por la casa de Agueda Montiel de Villalobos, hermana de Carmen Cecilia, sobrinas de mamá, por ser hijas de Pancho Montiel, tío mío, pero ese será otro tema de otro cuento, pero por el momento seguimos con Carmen Cecilia, llegamos entonces a una gran extensión de terreno recién arado, aún el polvo levantado por la maquinaria rural se arremolinaba en el umbral de la puerta de la casa de Carmen Cecilia, cuando sonriente, con una sonrisa tan grande pero tan grande que toda la dicha del mundo no cabría en ese solemne instante, le pidió la bendición a su tía Carmen, mi madre, y se abrazaron en mutua e infinito regocijo.

Comenzó así la cordial conversación, preguntando por familiares y amigos, recibiendo noticias de sucesos, difuntos y otros tantos temas triviales, yo por un rato salí a caminarme el sitio, estaba todo inculto, apenas se preparaba la tierra arándola totalmente, sin una sola mata frutal sobre su superficie, apenas la casa en el centro de semejante posesión agrícola, todo era tierra arada y horizonte, la brisa levantando la arenisca producía repentinamente pequeños tornados que se desvanecían con la misma facilidad con la cual se ocasionaban. Asomado desde la ventana de la casa de Carmen Cecilia, me protegía del incandescente Sol del mediodía, el susurro del viento plagó mis impresiones, por un instante sentí una inmensa soledad, el paisaje y el silencio del campo son como una dosis de ensoñación y paz, un encuentro con los instintos mas remotos del ser humano.

Luego Carmen Cecilia llamó a la mesa, sobre el plato de porcelana blanca un maduro como un cuerno de vaca con el contorno del blanco arroz acompañaba un churrasco de res decantando sus grasas sobre el fondo del receptáculo. Después, me quedé dormido y del regreso a casa no me acuerdo, quedando en el tiempo estas memorias infantiles de un encuentro feliz, de un día feliz, que viví y atesoré.

Años más tarde, década de los 80, ya hombre, visitamos nuevamente a Carmen Cecilia, conocí entonces a su esposo Nelsón González, productor agrícola reconocido de esos terruños marenses; ya la tierra arada había rendido sus frutos mas de una vez, grandes Nísperos, Mangos, Yucas, Lechosas, Plátanos, Patillas, Melones y Guayabales rodean la solariega casa y cubren ahora con su sombra la basta extensión de terreno que conforma la Granja de los González Montiel.  

Hoy, hace tiempo no voy por esos sembradios, me conforta pensar que las dos Carmenes tertulian ahora en otros paisajes mas celestiales y hermosos.

José Luis Reyes Montiel.

sábado, 19 de mayo de 2012

Matunga.

Cada noche antes de dormir, la candela de un fósforo iluminaba y abría sus áureos enfoques en el espacio de la habitación sugiriendo inusuales estampas, los Santos sobre la Cómoda de papá, reflejan en su rostro la vela así encendida, después de la oración, Sara le pedía la bendición a mamá -Bendición Mama- responde mamá -Dios te bendiga- luego Sara replicaba –Mamá mañana la bendición me atendéis- ¿…?  Llegaba entonces el momento del cuento, casi en el proemio del sueño, el cuento del Gallo Pelón, eso de que si quieres que te cuente el cuento del Gallo Pelón… y su retahíla, no me gustaba, menos aún el cuento del Gato con la cabeza de trapo y las patas al revés, porque resultaba una repetición que si quieres que te cuente el cuento del gato con la cabeza de trapo y las patas al revés.

En materia de cuentos el número uno era el de “El Ratón Pérez”…que se calló en la olla y la cucarachita Martínez lo siente y lo llora… su trama un poco mas o menos versaba sobre una cucarachita apellidada Martínez que contrae nupcias con un ratón con patronímico Pérez, aquella sale de su casa para comprar el recao de olla y mientras deja al Ratón Pérez en casa, pese a las advertencias de la cucarachita Martínez de que no se acercará a la olla porque dejó hirviendo el caldo, por mirar, el Ratón Pérez se cayó en la olla.  Moraleja…el que oye consejos llega a viejo

Un cuento de todos muy conocido La Caperucita Roja, tiene en sí mismo el mensaje de cuidarse de extraños, su trama el bosque, el Lobo y la abuelita, me cuestionaba el argumento de como el lobo pudo comerse a la abuela con huesos y todo.

El Gato con botas, este cuento era un comodín con variadas aventuras del gato con botas, que mamá disponía el argumento a conveniencia, donde generalmente el susodicho gato salía con las tablas en la cabeza por su imprudencia y osadía, lo cuestionable del asunto del cuento es como podía ponerse un gato un  par de botas.

El Pollito y el Gallinero, este cuento narra las desventura de un pollito que en sus andanzas solía escapársele a la señora Gallina, y pasearse por el jardín del huerto, donde un pétalo de una flor le cae encima y un Cuervo malvado le dice que es un pedacito de cielo, creyendo que el cielo se esta cayendo, lleva la infausta noticia a todo el gallinero, causando una gran alarma.

El cuento de la niña y el Pez, hace recordar los cuentos de José Rafael Pocaterra o de Horacio Quiroga no solo por la ausente niña que vivía en su soledad rodeada por viejos, sino por el fiel amigo que descubre, en sus caminatas por el campo, en las aguas de un jagüey  el cual lo llamaba cantando -pececito llora los ríos de Matunga la Ley Natural-  y de ese modo aparecía un pez con sus escamas de oro, con la creciente del río se vino desde lejos, entre sus manos lo  tomaba y lo devolvía a sus vitales aguas, allí estaba Eufrosina conversando con su improvisado amigo de todas las mañanas.

Mientras en la estancia, la madrastra Modesta y su papá, hacían las labores diarias del campo, Eufrosina, cada mañana, con el canto “Pececito llora los ríos de Matunga la Ley Natural” se encontraba con su acuático amiguito pero un día regresó muy triste, esa mañana el dorado pez no atendió el llamado al canto de Eufrosina. Al llegar a casa escucha a su madrastra -ah pescao tan sabroso - a lo que Eufrosina preguntó: ¿Cuál pescao? -el de la sopa mija… el de la sopa- respóndele Modesta -si mija Perucho lo pescó en el jagüey ayer en la tarde - Eufrosina había comprendido el fatal destino de su hídrico amiguito y corriendo con el clamor de su canción “Pececito llora los ríos de Matunga la Ley Natural” se fue al Jagüey llorando, se adentro en sus orillas hasta perderse de vista y ahogarse entre sus aguas.

A todas estas, recuerdo que mientras mamá me contaba el cuento, pensaba donde estaba “Matunga” y lo de la “Ley Natural” e imaginaba a “Matunga” como un lugar geográfico donde hay un río de donde llegó el pez, la naturaleza es prodigiosa en esa zona de “Matunga” donde la única ley vigente es la Ley Natural, por lo que de haberse quedado en los ríos de Matunga hubiese sido otra historia, tanto para él como para la niña.

Años más tarde,  en la cátedra de Filosofía del Derecho, conocería el concepto de la Ley Natural, en la tragedia griega de Sófocles “El Grito de Antígona”  más    o menos cuenta; ...reinando Creonte en la ciudad de Tebas, ante la muerte de Etéocles y Polínice, prohíbe que den sepultura al cadáver de Polínice. Su hermana Antígona, hace caso omiso a la orden del tirano Creonte, pretendiendo sepultar a su hermano, pero es detenida y llevada ante el Rey, quién la condena a muerte. Hemón el hijo del Rey  es el prometido de Antígona, ruega a su padre que derogue la sentencia, pero no accede. El joven va adonde ha sido encerrada Antígona, cuando llega, esta se ha suicidado. El adivino Tiresias anuncia a Creonte los tristes acontecimientos que se avecinan, y un coro le exhorta que rectifique su sentencia, perdone a Antígona y dé sepultura a Polínice. Creonte accede, pero es tarde, pues Hemón, desesperado al encontrar muerta a Antígona, se suicida a la vista de su padre el Rey Creonte, a la vez la Reina  Eurídice recibe el mensaje de la muerte de su hijo Hemón, enloquecida por el dolor se hunde una espada en su vientre y muere culpando a su esposo el Rey Creonte por la muerte de su hijo. El tirano se ve así castigado, como lo dice el coro: -Que tarde vienes a entender lo que es la justicia, no la escrita por los hombres y hecha Ley, sino las leyes que emanan del Derecho Natural, las leyes eternas, la ley natural, muy por encima del Derecho de los Hombres-.     

sábado, 12 de mayo de 2012

La Majada de “San Luis”


Carmen Montiel
La tierra madre, génesis de nuestra familia, formación de generaciones, el hato de los Montiel Fuenmayor, desde María Mercedes la primogénita hasta Carmen Domitila la zurrapa, doce hijos, de los cuales dos murieron aún siendo niños, María Espíritu y Agustín Lubín, selección natural de los mas fuertes, casta de mujeres y hombres de soles y lunas, entre las inclemencias de tempestades y sequías, la dura tierra arada a fuerza de pala, sembrada y abonada con el sudor de las frentes de los jornaleros wayu y del formidable brazo de José Luis Montiel Villalobos mejor conocido como Don Luis Montiel, campesino aferrado a sus costumbres, cuando el paso de la Luna marcaba el ritmo de la cosecha, fuente de vida para el pan nuestro de cada día, rezando el Ángelus en circulo familiar entorno a Papá Luis, el pater familiae presidía el diario Rosario a la Santísima Virgen María. Desde el portal del antañón hato, figurado en el marco maravilloso de aquellos años, retomo viejas historias que mi madre me contaba, en las benditas horas de nuestra comida compartida entorno a nuestra mesa, que ahora les cuento.

Sobre los techos de eneas de las chozas de los jornaleros Wayuu, labradores de la tierra de San Luis, un pájaro nocturno se posa, al día siguiente el lugar es desocupado desde sus cimientos, para los Wayuu era mala señal permanecer en el lugar, pues la visita de aquel pájaro de mal agüero representaba el espíritu del mal "Yolujaa", el abuelo por supuesto se molestaba porque implicaba hacerle un nuevo lugar para establecer sus chozas.

Uno de aquellos días, pasaron unos gitanos por el frente del Hato, una gitana llamó desde el portón de “San Luis”. Papá Luis receloso, ante la presencia de la gitana, manda a la infantilada a resguardo, Tía Mercedes, intrigada y curiosa, lo sigue, la gitana pretende leerle el futuro en la mano al abuelo, éste se resiste manifestándole no creer en esas cosas, la gitana se ufana y arrogante le dice -Ah viejo orgulloso ya verás tu suerte- se dirige a Tía Mercedes y le dice -Mírate en la pierna ¡la gusanera que en ella tienes!- desde ese instante Tía Mercedes enloquece viéndose la gusanera en la pierna, que solo ella se veía pues nadie notaba semejante hecho, me contó mamá que los jornaleros Wayuu sentenciaron que aquello se trataba de un mal de ojo lo que hoy podríamos llamar una sugestión, de hecho y felizmente su hermana se curó con las oraciones de una “piache” curandera Wayuu.


Hato San Luis, pintura al oleo de la artísta Nelly Amado,
el cuadro original fue enviado a concurso en la ciudad de Berlín, Alemania.


Dedicatoria posterior de la foto tomada a la pintura,
suscrita por su autora (1938).
El aguacero rompe las cántaras, se inundan las ciénagas desde Cabeza de Toro hasta Las Peonías, y una manguera como un cono centrifugo desde el Lago entra por Salina Rica aterrando a la gentes, peces llueven en “San Luis” y sus alrededores, entonces un relámpago anuncia su estruendo y un rayo parte de arriba abajo en dos un frondoso árbol de “Cují” con la certeza de un corte de hacha, al día siguiente al remover los escombros y palos del Cují  los muchachos del hato, entre ellos Tío Aurelio y tío Dimas, quién frecuentemente comentaban bajo los efectos del fermento del trigo y del lúpulo estos hechos, entre risas y alborotos hallaron entre sus nervaduras del Cují la piedra del rayo, se pensaba que era una piedra que caía con el rayo, siendo mas bien esta piedra el resultado de la fricción del calor del rayo que derrite la arenisca del suelo.

Bajo la sombra de un Níspero el abuelo Papá Luis enterró engrasadas envueltas en un coleto de fique sus pistolas, las que tenía para su defensa personal, la represión oficial del gobierno del Benemérito Gral. Juan Vicente Gómez no solo prohibía también castiga con presidio la tenencia de armas de fuego, necesaria disposición legal ante las continuas asonadas, alzamientos, rebeliones y otros que por mero bandolerismo, en aquellos años 1900-1910 armaban grupos de hombres quebrantando la paz de pueblos y ciudades. El asunto fue que dichas pistolas nunca aparecieron en el supuesto lugar del entierro, olvido del abuelo o algún vivo se las halló y sabrá Dios su destino.  

Don Luis Montiel escuchando una serenata dominguera.
Llegó la gripe española, y uno de los chiquillos de Tío Nicomedes y su esposa Tía Graciela, Régulo Montiel Ferrer le dio la peste, contó mamá que le contó la abuela, fue tal la intensidad del malestar y el fogaje de la fiebre del muchacho que se le viraron los ojos y así quedó toda su vida. Por eso el raro mirar del primo Regulo, llamaba mucho la atención, el que no conocía este cuento, pensaría que miraba raro, con el entreseño de la frente.

En mejores tiempos, mamá y madrinita, adornaban los domingos de San Luis, muy visitado desde Maracaibo, por familias amigas, entre ellas las de Don Felipe Amado y su hija Nelly con su amiga Romira Montezuma, las hermanas Perez Conde, sus amigos Rene Angulo, Horacio Ríos,  la poetisa María Calcaño amiga personal de Papá Luis, quién obsequió a mi abuelo la primera edición de su poemario “Alas Fatales”, también la familia Rincón Fuenmayor, entre otros nombres que el olvido se llevo entre los cimientos del añejo Hato San Luis, amistades que harían de las tertulias y pasatiempos sus mejores momentos entre las sombras de los árboles y las caricias de la brisa del norte, o bailando música de la Victrola o de una Pianola, o cantando con el acompañamiento de las guitarras y cuatros, valses, danzas y contradanzas, gaitas y décimas.

María Espíritu y Carmen Montiel Fuenmayor con Rene Angulo y  "La Trepadora"

José Luis Montiel Villalobos
(Papá Luis)
San Luis también fue férrea disciplina y trabajo, cada hijo, cada nieto, cada sobrino, cada nuero o nuera, cada quién tenía su labor diaria asignada por el abuelo Papá Luis o la abuela Mamá Carmela, nadie vacilaba no había tiempo para el ocio. Me cuenta mamá que el abuelo con su sola mirada imponía su autoridad, en efecto el abuelo comentaba en su afán "El trabajo ocupa y al llegar la noche el cuerpo descansa sereno, el ocio hace pensar y un pensamiento tiene mil émbolos". El Hato “San Luis” cual templaria estancia, orden y estabilidad de la familia, un pedacito de patria, un microcosmos de la Venezuela Gomecista, una tradición que el tiempo cercó ante nuevos destinos inciertos.

Con la muerte de Papá Luis, la familia se nos fue partiendo en pedazos, cada hijo de cada hijo se nos fueron yendo, Tío Julian se casó con tía Margarita, en el hato se quedó su crio el catire José Julian al cuido de Mamá Carmela; tío Nicomedes “El Sombrero” Montiel recorriendo en los camiones de tío Román Reyes a Venezuela, abriendo rutas y caminos nuevos e inexplorados, dejó a la orden del abuelo Papá Luis, a sus hijos Luis Guillermo, Darío, Régulo y Eduardo, hijos de tía Graciela, el tío Nicomedes y sus cuentos de camino que me echó cuando niño a la sombra de las tardes que nos visitaba en casa; a donde esta la amable y educada presencia de tío Pancho, los ojitos azulitos de su esposa tía Chucha, su Hato “San Antonio” y sus hijos Nemesio con su jocoso buen humor, Elio de amena conversación, Rita, y María Montiel Ferrer entre vivos y otros difuntos, los hijos de tía Lourdes, Mariíta Briñez Montiel, Lula, Bernardita, Chucho con sus abrazos y apretones, Francisco, Pedro Eduardo, Guillermito y el Niño Jesús que le regaló a Madrinita la tía Espíritu, Pepe y la patilla de su tío Guillermo, de ese cuento pregúnteles al primo Antonio Briñez Montiel, el hijo de mi tía “Trina” María Trinidad Montiel Fuenmayor amorosa y refranera, su esposo de bodas de oro Don Manuel Briñez Valbuena, con su Vaquera productora de Leche embasada en botellas de vidrio, también refranero, sus hijos Ana Angelina, Ángela Adela, Ana Aurora, Aura, María, Manolo, Enrique, Carlos y Fernando Briñez Montiel; tío Jorge Segundo Sánchez y María Mercedes Montiel Fuenmayor, sus hijos Carmen Romelia, hermana de Geramel Sánchez mi suegro, el unigénito, al lado de sus otras hermanas Apola y María Felicia; María Soledad la esposa inseparable de mi tío Aurelio, cuando quedaba sola en San Luis calzaba la escopeta y con un disparo espantaba a los extraños, protegiendo a sus muchachos María Chiquinquirá, Manuel Trinidad, Marcos Sergio, Maritza Josefina y Martha Marina, Marianela; el amor infinito de mi tía Espíritu y la galantería del caballero Gotera; la guitarra de Rene Angulo y la congestión de Horacio Ríos por el casorio de tía Espíritu; las confidencias de Papá Luis mientras mi tía Espíritu lo pelaba; Mamá y su baúl de recuerdos, cuentos y tradiciones, los pajaritos que en la mañana la despertaban, sus auroras y atardeceres, donde se quedaron sepultados sus pensamientos de juventud, sus amigas, alegrías y tristezas.

Papá Luis rodeado de parte de sus hijos y nietos.
Ayer fui recorriendo espacios, más allá de donde sale el Sol en el horizonte infinito, allí trasmutado permanece un segmento de mis sentidos, una trilla de arena me conduce a “San Luis” el ocaso irradia aces de fulguraciones blancas, azules y naranjas, los viejos le llaman el Sol de Los Venados, porque – en ese momento de la tarde, aprovecha el cazador para salir y con sus fuegos tirar a los Venados, pues a esa hora, éstos animalitos dejan el monte, para abrevar en las pozitas de agua. Sigo mis pasos entre arbustos, matorrales y las ramas de unos enormes Cujies susurran la brisa de la tarde, a mi derecha esta la visión de unos Jagüeyes uno mas chiquito el otro mas grande, entre el follaje del monte los veo, una delgada capa de Balza los cubre, el viento agita suavemente sus aguas.

Las raíces de los enormes Cujies, son nervaduras que valen de contención a las orillas del irregular Jagüey, como los dedos de un gigante insepulto, de algún viejo arcano del tiempo. Traen al pensamiento, viejos lamentos y ayes de dolor, penas y risas de alegría, gritos y llamadas de angustia; sobre las copas de los árboles las nubes remontan el cenit en cuadriga insigne de mil victorias cantadas, los pájaros hacen el acorde de un himno de naturalezas muertas, son bodegones, son pinturas rupestres sobre la tierra, las cicatrices del verano en un óleo multicolor, pintando los contornos de una naturaleza prolija, plasmada entre el cielo y la tierra en una magistral figuración de un maestro pintor, artista insomne de la vida y de la muerte.


En un rincón de esos benditos espacios encuentro a mamá, la tomo del brazo, sus manos toman las mías, una luz envuelve el instante solemne del encuentro, me acompaña en el camino, la trilla se convierte en una vereda iluminada y entre los estantillos de madera, sobre la alambrada de púas pasamos por un Saltillo, llegamos a la Majada de “San Luis”, en la Enramada sobre la  mesa del comedor está la Escopeta que Don Felipe Amado regaló a Papá Luis; la oscurana de tarde a la noche, la ilumina tenues Lámparas de Carburo y en el Fogón, las Pailas conservan aún humeantes, sus gustosos guisos para acompañar la fresca Yuca de la cena.

La posición del Sol indica, un poco más o menos, las seis de la tarde, se escuchan desde los Postigos de las ventanas los rumores de oraciones acumuladas en años de vivencias familiares, son coros de voces enlazadas unas sobre otras como mil voces, meditaciones angélicas de almas benditas, llegan en procesión fantasmas familiares, las baldosas del piso reflejan otros espectros, entre las varas y horcones del tejado, resuena el eco tumultuoso de las penitentes oraciones hasta apagarse con el sigilo del silencio de la tarde, son ahora las siete de aquella noche, en el corredor del Hato sobre el lustrado piso se reflejan las sombras de las ausentes hamacas, todo es silencio, todo es candor, todo es pureza e inocencia, hay el ambiente un aroma de jazmines, su simplicidad corteja mis sentidos, me siento tan sereno y tranquilo, suave y sosegado, tan claro y reposado, me quedo profundamente dormido, levitando aquel sitio, hasta despertar cada mañana, entre el sueño profundo y perpetuo, acompañadp de mis espíritus familiares.

José Luis Reyes Montiel.







domingo, 6 de mayo de 2012

Entre Jazmines y Zábilas.


En el patio de mi casa, aquella en la Maracaibo de 1970 de la calle 69A con avenida 13 de Tierra Negra, existía un verdadero calidoscopio vegetal, mamá muy aficionada a la flora, había reunido en el patio de la casa su microcosmo verde, con palitos que tomaba de cuanto arbolito era de su agrado, tambien con con semillas que secaba al Sol y luego plantaba trasplantadas a la tierra llana, otras que le regalaban y otras no tan regaladas provenientes del arrebatón de jardineras ajenas, en fin todo es permisible cuando de aficiones se trata.

Si no tenía para colocarlas en materos, apelaba a cuanto envase se lo permitía, potes, potecitos, botellas y frascos; recuerdo ahora, en el frente de mi casa, un vetusto árbol de Acacia lo aprovecho mamá para hacerle unos materos, el árbol había sido presa del comején y socavado en su interior de su troncopor lo que ideó mamá rellenarlos con piedras y en la parte de arriba sellarlos con cemento, moldeándole dos grandes materos, que emergían del tronco de la vieja Acacia, allí plantó una variedad de plantas de jardinera desde Bella a las Once hasta Barbas de Capuchino, dándole un cromático acento visual al anquilosado tronco.   

Del herbario medicinal algo les había adelantado en el relato “Las semillas voladoras” hoy les diré que mamá también solía sembrar en un apartado del patio a modo de barbacoa, plantas de Llantén, Albahaca, Romero, Orégano entre otros, que junto al árbol de Ratón, los Limones, las hojas de Naranja y el Algodón de Seda, constituían la despensa a la que acudir para obtener a la mano remedios caseros, y disponer tambien para la sazón de la comida; y hasta para aligerar el cuerpo cuando pesadumbroso es oportuno un aromático bañito con agua hervida de Ratón, Romero y Albahaca, para aligerar las vibraciones y recargar energías positivas. 

A modo de recomendación, después de hervir las hojas en una ollita y una vez reposado, despues de ducharte te aplicas el dicho bálsamo del combinado vegetal: Ratón, Romero y Albahaca, rezando muy devotamente un Padre Nuestro, una Salve y un Gloria, sales de ese baño gozoso y en armonía con el Universo Celestial.

De todos los árboles del patio, el mas frondoso era una enorme Caucho, situado en el frente de la casa, sus raíces adventicias y ancho tronco invitaban a disfrutar de su fresca sombra, cuando en las tardes descubrí bajo su follaje mi sitio predilecto para la recreación vespertina y el estudio, coloqué unas tablas recostadas a su tronco a modo de banqueta, allí los alisios del norte refrescaban mis pensamientos volando espacios y tiempos, allí sentado y contemplativo leía poesía y meditaba, durante largas horas de la tarde y muchas veces hasta oscurecer, debajo del Caucho y en el frente de mis casa, alguna vez leí estos versos de Rubén Darío “…juventud divino tesoro, te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer… En vano busqué a la princesa que estaba triste de esperar. La vida es dura. Amarga y pesa. ¡Ya no hay princesa que cantar! Mas a pesar del tiempo terco, mi sed de amor no tiene fin; con el cabello gris me acerco a los rosales del jardín... juventud divino tesoro, te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer…”. Ahora con los años que vigentes resultan para mí estos versos.

En cuanto a Mangos, ni hablar de variedades, los había pequeños y grandes, fibrados y de pura pulpa, tres matas en el costado Este y dos matas en el costado Oeste, en las tardes de vacaciones, cuando el hambre pegaba, me preparaba con un mango verde unos picaditos con sal y pimienta, y a la panza.

Si de sed y calor se trata, una limonada con hielo picadito, no la supera aún ni la última Coca Cola en un Desierto, en efecto, los hermosos y cargados limones de casa, se tomaban del árbol de Limón que sembrado al margen de la cerca colindante y en toda la entrada en el portón del garaje, daban sombra al lugar y en flor un aroma a esencias de lima limón, en realidad se trataba de tres matas de Limón de diferentes variedades, unos eran mas grandes que otros, mas jugosos o menos jugosos, el caso era que nunca faltaban limones para la mesa. Un dato, así lo hacía mamá, si conservar los limones quieres, para que no se marchiten y sequen, entiérralos en la arena bien en una jardinera, maceta o matera, o cúbrelos con arena en un pote, duran por mucho mas tiempo, se amarillan y se ponen mas jugosos. 

De las Guayabas de Carmen Cecilia, cuyos arbolitos mamá trajo en tarros desde Santa Cruz de Mara, las sembró en la parte trasera del patio de la casa, habían cuatro variedades, por cierto una variedad era una Guayaba blanca que hace tiempo no veo en el mercado. 

Hicacos, Lechosas, Nísperos, Plátanos y Guineos, eran los otros frutales de mi vieja casa, acompañados entre jardineras, materos, arbustos, enredaderas, Rosas, Jazmines, Carmelitas, Cayenas y Berberías; las Zábilas, las Serpentarias, un enorme árbol de No Me Olvides, Un Roble o Apamate, y dos Cocoteros, hacían el cenáculo a la botánica con las botellas contenedoras de palitos con raíces en gestación listos para la siembra.

El punto final es para la Zábila, de sus propiedades curativas dan fe infinidad de personas, por sus efectos antibióticos, analgésicos, depurativos, cicatrizantes, adelgazantes, y aún son objeto de investigación.   

Un anécdota sobre los Limoneros colindantes, como éstos echaban sus ramas hacía la casa vecina, donde a cuya sombra y resguardo, todas las tardes, una "patota" consumía de la hierba conocida entonces como "mafafa" yo muchacho todavía, me sentaba a estudiar a la sombra y en el umbral del tronco del señalado árbol de Caucho, aprovechando la brisa norte del lugar; los universitarios "mafaferos" por cierto muy silentes y respetuosos, nunca se hicieron escandalos ni sentir de ningún modo hacía nuestra casa, de no ser por el cerril aroma a monte quemado del sicotrópico, traído por el viento, hubiesen pasado desapercibidos, pero, pero ¿Cómo supimos que era mafafa? por una amiga de mamá enfermera profesional  María Dinalti, en una de sus tantas visitas a mi casa, al percibir el olor nos dijo de lo que se trataba; ella muy valientemente, inquirió a los jóvenes, y éstos se excusaron, ella les rompió los cigarritos de mafafa y no pasó mas nada. El caso es que, yo seguí estudiando recostado en el tronco del Caucho de mi casa al cobijo de su sombra y ventilado por la brisa de ese lugar del patio, donde muy a pesar del montaraz aroma a mafafa llevado por el viento, memorizaba mas rápido y me resultaba mas fluido el conocimiento.

JLReyesMontiel.