sábado, 31 de agosto de 2013

El circunspecto señor Valdez.

Otros vecinos de singular recordación, en la casa de la 69A con la avenida 13, fueron los Valdez, nombre éste ficticio, pues este cuento y sus resultas quieren resguardar la memoria de estas gentiles personas que alguna vez conocí y trate, en aquella otrora casa de mis sueños de infancia.

En efecto el Sr Marcos Valdez era un cubano muy alto y flaco, de finos y largos mostachos al estilo del cantante mexicano Jorge Negrete, vestía siempre una camisa o guayabera blanca siempre de mangas largas y sus pantalones anchos, zapatos negros lustrados, muy circunspecto el hombre y de un humor apacible y bajo tono de conversación pero muy rápido, como todo buen cubano habanero, pues el Sr Valdez decía que era de aquella ciudad de afamados poetas y cantores del verso, del  son y del bolero.

Dedicase en Maracaibo, el señor Valdez mediante una empresa MARVAL, C.A. ha todo tipo de operación mercantil y compra venta de mercancías, tenía una extraordinaria capacidad como ejecutivo en ventas, desde artefactos eléctricos hasta concentrados de frutas y mermeladas, recuerdo como consumían mermeladas de frutas y conservas de pulpa de guayabas, mango, parchita, guanábana, en potes de 1 Kg. venia envasado el producto. Por supuesto, nosotros recibíamos nuestra ración mensual de aquellos gustosos concentrados por gentileza de la señora Valdez.

La señora  Magdalena, su esposa, era bajita, gordita y de rizados cabellos negros; muy estrafalaria y bullanguera, se diría que fácilmente hubiese pasado por maracucha, si su agudo timbre de voz no la denunciara como española, pero de las islas canarias, muy buena persona eso sí y en eso de hacer favores, no había que pedirle dos veces, la señora Magdalena era todo darse, si llegabas a la hora del almuerzo te colocaba sitio en su mesa y si te ibas sin comer era para ella un desprecio.

Un día de juegos y televisión, llamó mi atención un silbido constante que salía de la cocina, en efecto una olla a presión, emanaba el vapor concentrado en su interior sancochando las caraotas, la señora Magdalena colocaba las caraotas con abundante agua, ají misterioso,  pimentón, la parte blanca del cebollín, cebolla, ajo, sal y pimienta, acompañadas con un jugoso hueso de puerco, para darle más gusto; una vez transcurridos 20 minuticos, dejaba en reposo la olla con el seguro abierto despidiendo el vapor, las caraotas con suficiente caldo las reservaba así bien calientes, aparte  en una paila sobre el fuego le echaba aceite salteando ligeramente el arroz con algo de sal a su gusto, una vez salteado agregaba con un cucharon colocador  las caraotas y su caldo aparte por tazas de acuerdo al número de tazas de arroz, si agregó tres (3) tazas de arroz le agregaba seis (6) tazas de caldo puro de caraotas, el resultado, sabroso y sustancioso, tremendo arroz, ellos lo comían como planto principal, y  llamaban el arroz así preparado, ennegrecido por el caldo de las caraotas y revuelto con este nutritivo grano “Congrí”, actualmente suelo prepararlo para ocasiones y lo acompaño con un buen plátano relleno con mantequilla y queso madurado rallado y a la lona primo.

La señora Magdalena, tenía un dicho muy español, le decía con frecuencia a mamá –coño señora Carmen a la palabra hay que darle fuerza no me joda, coño-  pues la insolencia era su defecto más destacado.

Tenían dos hijos, Marquitos y Merylen, mis amigos vecinos de esa época, jugamos cuanta diversión era común entre los jóvenes de esos tiempos, año 1968; especialmente Merylen, era contemporánea conmigo, pues Marquitos era algo mayor a mi edad, y aunque compartimos algunos juegos ya se perfilaba en su pubertad escuchando las "20 Favoritas" de radio Reloj, todas las tardes a eso de las seis, nos colocábamos sobre la baranda de su casa a escuchar canciones de moda en su pequeño receptor a baterías, recuerdo el radiecito estaba protegido en piel de cuero, y sobre salía su antena para una mejor recepción, allí escuche éxitos como el Amor es Azul con Paul Muriat y Michelle con los Beatles entre otros, eran mis favoritas.

Merylen y yo, hicimos un hueco a través del muro colindante, desgastando uno de sus viejos ladrillos de arcilla, nos dimos una señal de alerta para llamarnos entre sí  - Gua! Gua! Gua!- y planificar hacer las tareas y luego jugar. A mamá no le resultaba muy agradable mis juegos con aquella niña solitaria, pues me decía  -yo le doy permiso de ir a jugar, pero nada de estar jugando Ud. con muñecas-  hoy entiendo su preocupación y la comparto plenamente, y así eduque a mis hijos adoptando el rol que le corresponde de género.

Tenía Merylen unos inmensos ojos color café claro, rodeados por sus negras pestañas, rizados cabellos negros, nariz bien formada llena de pecas, finos labios y una mancha o lunar peludo en forma de ovalo sobre uno de sus brazos, que ella trataba siempre de ocultar, aunque no era grande no pasaba de entre el codo y la mitad del antebrazo. 

Entre Merylen y yo, nació una profunda amistad convertida en ilusión platónica, deshojando flores de una planta de jardín, crecia muy abundante, llamada Chipe sembradas por mamá en el enlosado de mi añeja casa, daban innumerables florecillas de aislados pétalos, centralizados en un tubito del cual se fijaban a la planta y que eran en su mayoría de color blanco y violeta. Nunca antes ni después de esos días, en mi niñez había compartido tanto, con mi flamante amiga para ya y para acá, corriendo e inventando juegos entre los árboles y las plantas del patio de mis casa.

Una mañana, el hueco del muro se quedó solito para siempre, nuestro acordado llamado de alerta ya no fue más objeto de encuentros de risas y juegos infantiles, Marquitos y su pubertad quedaron reflejados en la batea que tumbo, al lanzarse desde el techo en su inventado paracaídas, para caer de nalgas sobre el pavimento; la señora Magdalena hoy la recuerdo cariñosamente cada vez que preparó “Congrí”. Pues, el señor Valdez se fue con toda su familia y enseres, tan súbito como dolorosa fue aquella partida sin adiós, ni hasta mañana.   

Algunos meses después, sonaban el candado del portón de mi casa, un señor alto y delgado vestía camisa blanca con una enorme corbata negra, de larga cerviz, movía su manzana de Adán al ritmo de sus palabras, solicitaba alguna información sobre el señor Valdez a lo cual mamá no sabía que decirle, pues tampoco sabíamos nada en absoluto, así diariamente un sinnúmero de cobradores de diversas empresas relacionadas con el escurridizo vecino cubano, llamaban a nuestra puerta buscando al señor Valdez tratando de dar con su paradero. 

JLReyesM.





 

sábado, 10 de agosto de 2013

La señora Josefita.

El Guarapo de la
señora Josefita.
Por aquel tiempo, cuando mamá Carmela y tía Espíritu se establecieron en mi casa de la calle 69A con la avenida 13 de Maracaibo, para mí fue una de las mejores temporadas, la presencia de la abuela despejó la soledad de la reciente muerte de papá.

Por ese entonces, se mudaron unos vecinos viejitos en la casa de al lado, recuerdo que eran naturales de La Cañada, decía mamá, de la población de Potreritos, la señora de nombre Josefita y el señor Rafael, apellidados Urdaneta, esposos de vieja data, eran acompañados por su hijo la zurrapa como ellos decían, un joven muy blanco de intenso pelo negro, alto y musculoso, recuerdo que manejaba un Renault de los que tenían el motor en la parte trasera del vehículo.

Vivian además con los viejitos Urdaneta y su hijo, una bella muchacha estudiante nieta de la señora Josefita y un caballero, sobrino del señor Rafael, que era empleado petrolero de profesión buzo, muy decente y callado.

En las tardes al regresar del Colegio, después de estudiar y hacer la tarea, yo iba a ver El Zorro en la televisión en casa de la señora Josefita, porque la de nosotros se había dañado y no se encontraban los repuestos para nuestro viejo televisor Philips, por supuesto que yo le pedía permiso; mientras veía El Zorro la señora Josefita me ofrecía una merienda, generalmente galletas con refresco, el asunto es el modo en que ella me ofrecía la merienda, pues ella me decía, -queréis guarapo- figurándome un sabroso guarapo de Limón con Panela, por lo cual le dije   –si- el caso es que se apareció con una Coca-Cola.

Los fines de semana, conocedora como era la señora Josefita de mi gusto por los espaguetis cuando los hacia solía llamarme –José Luis, hoy hice espaguetis- y me servía sus espaguetis en una taza mondonguera lo que más bien era un asopado de fideos con carne, los tales espaguetis era más bien un fidegua de pasta con carne, el resultado al fin y al cabo  era el mismo, resuelto quedaba con los espaguetis de la señora Josefita.

El señor Rafael también tenía sus excentricidades, gustaba de mascar Chimón y donde caminaba marcaba su paso con los estupros de su vicio, lo que ocasionaba serios encontronazos entre los caracteres de los seniles vecinos, amenazándose mutuamente de irse un día de éstos, pero sin resolver dejarse en definitiva.

En las noches, tocaba el turno a mi tía Espíritu, para ver la telenovela Esmeralda, con José Bardina y Lupita Ferrer, a las 9 pm era la cita para compartir la telenovela, pero la señora Josefita veía también la de Radio Caracas, con Marina Baura y  Raúl Amundaray; de tal manera que entre propaganda y propaganda, la señora Josefita cambiaba de canal pa’ ya y pa’ ca, de canal a canal, menos mal que en los sintonizadores de la época eran canales vecinos, apenas un separador entre uno y otro, facilitando la audiencia de ambas novelas.


Un buen día, los viejitos Urdaneta se marcharon a casa de una hija en Maracaibo, algo cercana a la nuestra, diagonal al Colegio San Vicente de Paúl, yo seguí viendo y saludando a la señora Josefita a la salida del Colegio, tiempo después murió el señor Rafael y luego la señora Josefita, y quedo el mensaje de aceptación y compresión y sobretodo el amor de estas personas, que destilaron entre ellos y sobre quienes los trataron.