miércoles, 30 de julio de 2014

Corazón zurcido.

Esta es el mismo modelo de la
maquina de coser de mamá, un regalo
de papa Luis un Lunes 1 de Octubre 1946.
El  piso del corredor de la casa está lleno de retazos de tela, la vieja máquina de coser marca “Singer” resuena sus engranajes impulsados por los pies de mi señora madre, sobre el pedal que mueve una biela que hace girar una rueda de hierro que sustenta una correa de cuero en forma de cordón, ésta a su vez gira una rueda más pequeña que se encuentra en su extremo derecho.

Mamá, es costurera, desde muy joven aprendió entre ensayo y error, el doméstico arte de coser ropa vestidos, blusas y faldas para las damas, pantalones y camisas para los caballeros; recuerdo cuando me hizo mi uniforme escolar, dos pantalones y dos camisas, mientras lavaba uno usaba el otro, mientras mis rusticas botas ortopédicas, las cuales no lograron arquear  mis pies planos,  aguantaban el uso y el abuso de juegos infantiles y del ir y venir del colegio a la casa.

Las Martínez, ayer le encargaron unos vestidos para sus nietas, mamá medía a las niñas con su cinta métrica, anotando en un cuaderno tanto de manga, tanto de ancho por tanto de largo, se coloca los puntiagudos lentes y a coser, tacatacatacatacataca, el sonido de la vieja máquina llenaba los espacios de la casa, desde la puerta central del corredor por donde entraba la fresca brisa de la tarde, pues la mañana era para limpiar y hacer el almuerzo, ya la madrugada se la gastaba regando sus matas y barriendo el inmenso patio.

Un buen día mamá me dijo –le voy hacer servicio de limpieza a la máquina- allí estaba yo pendiente, observando a mamá y su máquina, mi curiosidad desde muchacho nunca ha tenido límite, con su firme brazo separaba la máquina de su mueble, quedando soportada hacía atrás, dejando ver todo su mecanismo, entonces mamá con un cepillito dental desechado, limpiaba el mugre del polvo de sus tornillos, tuercas, engranajes y demás bielas, luego con su aplicador de aceite marca “3 en 1” aceitaba sus partes haciéndola de vez en cuando girar para probar que tal iba la lubricación hasta dejarla suavecita como nueva, toda limpia, sacando y acomodando las tijeras, hilos, botones, broches, entre otras menudencias cada cosa en su sitio de sus gaveteros, para cuando se fuera a buscar hallarlos con facilidad,  puliendo con un trapo impregnado de “Aceite de Teca” rojo la madera del mueble de la máquina de coser.

Mamá Carmela tomando Sol en el patio de "El Cristo"
este vestido de casa fue precisamente uno de los que en su
maquina mamá Carmen Montiel Fuenmayor le cortó en tela.
Que días los de entonces, entre la casa y el colegio, los mandados a la tienda, bien a que Menena, el señor Gabriel o el señor Francisco, las visitas a Mamá Carmela en “El Cristo”;  sólito en y desde mi casa, sin radio ni televisor  pues los aparatos se habían dañado y no había dinero para su reparación, sin embargo, diera un pedacito del tiempo actual de mi existencia, para vivir nuevamente el aroma del café hecho por mi madre, la leche por ella batida y vertida sobre su café, y tomármelo junto con su pan tostado embadurnado con mantequilla “Alfa”.

Donde fuiste a parar brisa fresca de la tarde, para agitar las hojas de los árboles reflejando su movimiento sobre los enlosados del patio, sombras de sueños e ilusiones, de fantasías e ingenua inocencia; como me gustaría nuevamente tomar entre mis manos una de tus arepas, y hacer como hacías, cortarlas por la mitad rasgando todo su relleno mientras sus crujientes conchas sumergirlas en tu café con leche, acompañándolas con tus huevos fritos aderezados con sal y cebollín.

En aquel lugar te veo sentada, frente a tu máquina de coser, sobre tu mirada tus lentes pasados de  moda, impulsando con tus pies la aguja febril sobre la tela, zurciendo sus extremos, así como el recuerdo zurce mi corazón.  

José Luis Reyes Montiel.






    

viernes, 11 de julio de 2014

Amores de ferrocarril.

Hay historias bonitas, vivencias de una época luminosa y de progreso, cuando el lago aún era un espejo de su pueblo, las palmeras adornaban sus cuencas, y sus ríos tributarios despeñaban agua pura desde sus manantiales, los peces chapoteaban dentro de las Chalanas, de un estuario lleno de vida y prosperidad.


Cuéntese entonces de un ferrocarril, el famoso ferrocarril del Táchira, cuya preciada carga aromática y estimulante, de cuyos granos secos, tostados y molidos, se obtiene una infusión que tomada en su taza acompañada de alguna menudencia pastelera o galleta hace las delicias del comensal tertuliante, animado por sus efectos al buen paladar.

El café, cotizada bebida de las principales plazas europeas, abrió establecimientos de sándwiches y confitería exclusivos para sorber el tropical brebaje, junto con nuestro chocolate energizante pasta obtenida del Cacao, no existe un boulevard que se precie en el cual no exista unos veladores con sus sillas dispuestas para el huésped que desee restaurar energías y compartir una agradable conversación a la sombra de un buen árbol o bajo los ligeros rayos del sol de París, Madrid, Londres, Roma, entre otras ciudades que saben apreciar el gusto y aroma del mejor café del mundo.


Aquel ferrocarril, era parte del paisaje entre las estribaciones de los Andes Tachirenses y nuestro poderoso Sur del Lago de Maracaibo, y hasta el Puerto de La Ceiba, era el medio de transporte para embarcar en VaporesPiraguas el preciado grano hasta el Puerto de Maracaibo, donde era embarcado para su exportación a las principales radas europeas.


Como toda empresa, el ferrocarril tenía su administración, responsable de llevar el debe y el haber del flete de mercaderías y pasajeros, uno de sus empleados fue un personaje, precisamente muy relacionado con los Montiel Fuenmayor, pues fue casado en nupcias con mi tía María Espíritu Santo Montiel Fuenmayor, mi madrinita, como siempre le dije con especial y reverencial cariño.

Su nombre por pertenecer a una honorable familia Maracaibera lo señalaré bajo el seudónimo de Roberto Canales, para resguardar su decoro personal; el caso fue, este señor, conoció a mi tía en uno de esos soleados domingos cuando gentes de Maracaibo, amigos y visitantes del hato “San Luis” pasaban su día de descanso tomando el aire fresco y regalándose el paisaje del añoso hato.

Según comentaba mamá, tratase de un caballero vestido al estilo Rodolfo Valentino, siempre de traje formal cruzado, su sombrero, sus zapatos lustrados, un cigarrillo infaltable en su ademán de manos, muy expresivo y elocuente al hablar, al escucharlo paladeaba cada palabra con la fineza de un cosmopolita, sin embargo, a decir de papá Luis –este sujeto no me engaña- siempre desconfió del marabino caballero con la certeza de su intuición como buen hombre del campo.

Mi tía Espíritu, fue una de las hijas preferidas de papá “Luis” y su confidente, sin embargo, nunca llegó a oponerse a los sentimientos y amores de su hija, a la cual respetó sus deseos, posiblemente por ser su preferida, prefería quizás evitarle un disgusto muy a su pesar.

Mamá y tía Espíritu eran las dos hijas solteras remanentes de “San Luis” pero por orden secular y tradición tocaba casarse primero a mi tía Espíritu pues esa era la costumbre en esos tiempos, la de mayor edad debía prevalecer en matrimonio a la subsecuente, total por San Luis desfilaron jóvenes amigos y vecinos de la familia, pero ninguno logró conquistar a mi tía Espíritu, llamada cariñosamente por mis otros tíos “La Negra” por ser la mas morena entre las hijas de papa Luis y mamá Carmela.

Entre aquellos amigos casamenteros, estaba Horacio Ríos, no se pelaba un domingo en “San Luis” según mamá a tía Espíritu le gustaba darles esperanzas de amores a sus admiradores y éste joven era uno de sus principales, pues llegaba mucho mas cerca que todos los demás, el día cuando se enteró de la boda de tía Negra con Roberto Canales, le dio tremenda disentería, que casi lo manda a la tumba.

El día de la boda, algo extraño aconteció, pese a la presencia de familiares y amigos de mi tía Negra, de la familia de Don Roberto Canales nadie asistió, solo el novio hizo acto de presencia con su típica elocuencia y elegancia personal, engalanado con una levita negra y sombrero de copa.


Don Roberto Canales, se domicilió para hacer vida marital con mi tía Negra, en una casa de su posesión por las adyacencias de la calle Ciencias, en Maracaibo, como decían los que residían un poco mas allá de “El Control” (estación de servicio ubicada en la esquina de 5de julio y la avenida Delicias) los meses transcurrieron y la vida en el hato “San Luis” pasaba con la rutinaria laboriosidad de las familias campesinas.

Hasta una aciaga mañana, cuando un marchante vendedor de hortalizas y frutas, del Mercado Principal de Maracaibo, conocido de papa Luis, le entregó una carta de mi tía Negra, donde denunciaba a su esposo, como inseguro y desconfiado y no la dejaba salir ni siquiera a visitarlos en su casa del hato, manteniéndola encerrada en su propia casa, en efecto, el marchante pasaba todas las mañanas por la calle ciencias, vendiendo desde su carretilla sus verduras, y madrinita aprovechó para entregarle la carta apoyada en el pollo y desde el postigo de la ventana de la sala, pues toda la casa permanecía cerrada.

Enterados papá Luis y sus hijos, del acontecimiento, se enrolaron a buscar a la afligida tía Negra, mi madrinita tía Espíritu, quién se encontraba encerrada por voluntad e imposición de su vanidoso esposo, Don Roberto Canales, llegaron muy temprano en la mañana, de un puntapiés abrieron la puerta principal, quién conoce de nuestras casas del centro de Maracaibo, saben que se trata de una alta puerta a dos alas de madera, muy fuerte, asegurada por dentro con un pasador de hierro, al cual se le podía colgar un candado entre dos aros o argollas de hierro fuertemente enclavados en la madera.

Al retumbar del aventón de la puerta, y entre las airadas voces de los tíos Aurelio, Dimas, Julian, Nicomedes, y de ñapa mamá, reclamando a mi tía Negra, -¿Dónde está “La Negra” capullo?-   le reclamaban al aparente gentil caballero, éste ante la afrenta se fue de orines y llamando a su esposa mi tía Espíritu le imploraba –Negrita! Negrita! no me vais a dejar matar, mi Negrita!-  total, sacaron a mi tía Espíritu rescatándola del oprobió de su encerramiento.

Recuerdo claramente a mi tía Negra, muchos años después, cuando aún se hacía apellidar María Espíritu Santo Montiel de Canales, con el enseño y el orgullo propio de sus seniles años, porque como en todos los amores, mas duele el olvido y la indiferencia, que el látigo y la vileza del amor incomprendido, entre la pasión y el romance, éste nunca se olvida. Bendición Madrinita.    

Sobre los rieles del tiempo
se fue tu amor un día,
en el ferrocarril del café
vagones de aromas y añoranzas.
Tras el vapor humeante,
van corriendo dos muchachos
tomados de las manos,
despojando alas de mariposas multicolores.

Tu vida, una larga espera
en el andén del tren,
cual Penélope sentada en su banca
esperando el amor de su vida,
Al amor que nunca regresó,
un amor insepulto y triste,
como tu mirada al recordarlo.
Sumergiendo los secretos
de tu corazón en el olvido,
en océanos profundos de melancolía.


José Luis Reyes Montiel.