Por Los Cortijos, un poco más
allá de San Francisco en la carretera vía a Perijá, se encontraba la posesión
agrícola de la familia Vergel, muy amigos de mi padre Pascual Reyes Albornoz,
recuerdo como los sábados en la noche papá nos invitaba –mañana vamos para casa
del compadre Vergel- mamá disponía lo necesario y salíamos desde nuestra casa en la barriada de El Saladillo por toda la calle Venezuela
hacia el sector El Transito rumbo al
suroeste de Maracaibo.
Los Vergel, una familia
trabajadora del campo, el señor Vergel y señora la comadre Angélica,
anfitriones de nuestras visitas al tesonero hato de los Vergel, en tiempos del
éxodo campesino a la ciudad, su tradición familiar se imponía en el trabajo del
campo y cría de animales mayores y menores, para el consumo familiar y para su
comercialización en los mercados, recuerdo sus barbacoas sembradas de cebollín también conocida como cebolla en
rama o cebolla de verdeo, los ajís misteriosos, el verdor y olor del cilantro,
perejil y ajo porro.
El cultivo en barbacoas es una
técnica que consiste en elaborar una empalizada
o mesa de madera sostenida por cuatro horcones
o postes de madera, entablada alrededor para contener arena como un enorme
matero, la arena es preparada para dicho
cultivo, limpia de piedras, cernida y lavada de toda impureza, para ser abonada
y sembrar finalmente toda especie de verduras, sembradas de ese modo se protege
el cultivo de agentes patógenos y plagas, y animales rastreros que puedan dañar
el cultivo.
Por supuesto no podía faltar como en todo buen hato, un jagüey, una veintena de vacas para su engorde y consumo interno de leche, y muchas cabras y carneros, y demás forrajes, en un terreno bendecido por Dios, rodeado de frondosos árboles frutales entre otros silvestres, un verdadero paraíso de naturaleza y amor familiar.
Temprano en la mañana de aquel
domingo, al llegar al hato de los Vergel, después de tomarse el cafecito
de bienvenida, preparado y colado por las manos de la comadre Angélica, papá encargaba a los muchachos de la casa le sacrificaran un carnero para asarlo a
la brasa, mientras colgaba su hamaca entre las ramas de un gigantesco Matapalo situado en las adyacencias del
frente de la casa, debajo del cual estacionaba su automóvil Cadillac 1956, los hijos del señor Vergel le colocaban una banqueta
al lado de la hamaca para el whisky, un taburete y una mesa por si se quería
sentar.
Con unos amigos así ¿quién se
siente desatendido? Papá pasaba su día feliz y tranquilo en ese ambiente de
buena amistad y vida campechana, lejos del ruido y del tránsito de una
Maracaibo que apenas iniciaba los albores de tiempos más azarosos, cuando papá
decía -toma la ruta por donde hay menos carros- …hoy es el caso que por donde quiera hay colas y
embotellamientos de carros, cosas del urbanismo humano y su cosmopolitismo.
Seleccionado el carnero, su
destino era terminar colgado de las patas traseras con un mecate de una de las ramas del tupido Matapalo donde se le apuñalaba la vena del pescuezo dejándolo desangrar entre espasmos hasta morir, su sangre
se colectaba en un envase de peltre,
eso era para el sancocho de chanfaina,
caldo de sangre coagulada hecha cuadritos con verduras cuyo gusto no me
pregunten pues nunca me la tomé, hoy pagaría por un plato de ese
sancocho para atesorar su gusto, pero muchacho al fin, observar los espasmos del animal
berreando su muerte guindado del árbol a cualquiera dejaría sin mucho apetito.
Destripado el carnero se cortaba
en piezas, costillas, chuletas, lomo y piernas, se salpimentaba y sazonaba con orégano del monte y ajo, se colocaba a la parrilla sobre leña en brasas, mientras papá
conversaba con su compadre Vergel entre whisky y cuentos, los hijos del
compadre cernían las brasas atizando la candela para dorar parejo la rica carne
del rumiante animal.
Llegado el momento del almuerzo familiar y a la sombra
del Matapalo, los señores Vergel,
papá, mamá, Sara y yo, compartimos la mesa a la sombra del Matapalo, los demás al
mesón del comedor de la casa a comer, ni modo de sentarnos todos juntos, era una familia numerosa; de entrada el sendo plato de la dichosa
Chanfaina, la cual como en el dominó yo decía -paso-, luego por fin, -manos al asado- de carnero con su contorno de Yuca recién cortada de la huerta acompañada con queso de las
vaquitas del hato y el respectivo guarapo
de Limón con Panela, señores delicia del campo zuliano, epicentro de un modo de vida necesaria y que tenemos que retomar.
Después de la comelona, papá reposaba en su hamaca,
para refrescarse le pedía a uno de los hijos del señor Vergel echaran hielo
picado sobre su cuerpo y costadas, así se quedaba dormido hasta la tardecita
cuando regresamos a la casa de la calle Venezuela, ahí entre la escuela
Libertador y la placita Hermagoras Chávez, un poco más acá de la Basílica de
San juan de Dios, hogar de nuestra señora de la Chiquinquirá.
José Luis Reyes Montiel.
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