domingo, 25 de abril de 2021

El Palo de Escoba.


El Empedrao, popular suburbio marabino, en aquellos buenos y gentiles años del primer cuarto del siglo XX, una carrandanga de jóvenes se disputaban la voluptuosidad de una señora casada, cuyo cornudo marido, trabajaba como Celador de alguna de tantas productivas empresas vernáculas de la ciudad. 

La impúdica y lasciva dama, residía pasando unas casas y en la calle del fondo, de la misma cuadra donde habitaban junto con su señora madre y su solterona tía, unos mozalbetes cuyo apellido no recuerdo ahora.

Más de una vez y al cobijo de las sombras de la noche, en aquellas frescas madrugadas maracaiberas, el grupo de hermanos se iban turnando su respectiva cita hasta los aposentos de la aludida fémina, para lo cual, montaban todo un plan secreto, ante el seguimiento y vigilancia de sus mentoras madre y tía.

Las casas de la Maracaibo decimonónica, es decir, de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, poseían un patio interno rodeado de un corredor techado, que llevaba desde la sala, hasta la cocina y un poco más allá al excusado, pasando por las puertas de las habitaciones, ese patio interno estaba adosado a la pared de la casa vecina y abierto al corredor techado, sostenido éste por horcones de Curarire y varas de Mangle, este espacio de aquellas casas, beneficiaban el acceso de la brisa proveniente del Lago, refrescando el interior de la casa y sus aposentos.

Planta típica de una Casa Antañona
de Maracaibo (Finales del siglo XIX
y primer cuarto del siglo XX).

Las casas poseían ciertas variantes, de acuerdo al estatus del propietario, en cuanto al número de habitaciones, ventanales al frontis de la casa y empleo de columnas de mampostería en lugar de horcones de Curarire, conocí casas, especialmente en la Calle Ciencias, que ostentaban dos ventanales a cada lado de la puerta principal, otras tenían situada la puerta principal a un lado por donde se accedía a la sala de la casa mediante un Zaguán, esas eran las más señoriales, otras poseían en su interior una rica y decorada columnata de estilo entre Jónico y Corintio, que sostenían el techo del Corredor, enriquecido con aleros de madera de finos trabajos de ebanistería, que servían de marco al patio interno.

Las casas de El Empedrao, Parroquia Santa Lucia; por cierto y por si no lo sabían, la barriada El Empedrao, la gente le acuñó ese nombre, porque sus calles estaban revestidas de piedras a diferencia de otras calles de la ciudad que tenían la arena al descubierto; decía de las casas Empedraeras, tenían esa típica configuración básica, una que otra era más solariega, pero todas tenían su patio interior para refrescarse del calor de esta Tierra del Sol Amada.

En una época de probada rectitud cuando la delincuencia era extraña a nuestra índole, no era ningún riesgo aquellos hermosos patios interiores; pues cual Celestina, consentían a los zagaletones y mozos hermanos de este cuento, pasarse a través de los tejados y bahareques de una casa a otra sin ser descubiertos desde las calles, en sus impetuosas correrías de su juventud florida, para dejarse llegar al fragor de los brazos de la damisela incauta.

El asunto de la charada, complotada por los cómplices hermanos, para escaparse de la mirada vigilante de su señora madre, quién inquisitiva y de vez en cuando, al despertar en la madrugada y asomada al marco de la puerta, desde su habitación, contaba su camada de hijos dormidos en sus Hamacas, colgadas en las Alcayatas a lo largo y ancho del Corredor de la casa: 1, 2, 3, 4, 5 y 6, inventariados los muchachos, muy tranquila se iba a dormir la ingenua madre, sin saber, que dentro de alguna Hamaca un palo de Escoba envuelta entre trapos de cabecera, sustituía a alguno de su incontinentes hijos.

JLReyesMontiel.






   

miércoles, 7 de abril de 2021

Las mañanas son alegres, el ocaso triste.

No existe tiempo del día más alegre que el despertar, la noche nos renueva, durante el sueño somos una Crisálida que al día siguiente vuela con el Sol a una nueva esperanza. Somos una bandada de mariposas en el concierto ligero de nuestra presencia en este mundo. Buscamos la felicidad como la Abeja las flores silvestres, y eso es natural, porque la felicidad como la alegría está ahí, donde las cosas más sencillas por sublimes, nos encantan, nos llenan de paz y armónica vibración espiritual.    

Por entre el ramaje de las plantas, el milagro de la naturaleza me tiende una emboscada, una impresión me absorbe y retrae de la realidad a la ficción, alucinando seres increíbles, lo imposible es posible cuando palpamos la asombrosa vida natural que tenemos, y solo podemos suponer la que no vemos, esa es precisamente nuestra fe y esperanza.

La simplicidad me deleita con sus ricos celestes matices, es toda una joya materializada en el jardín de mi madre, una diadema en el purificado decorado verde que me abraza con sus encantos atizados por la brisa sobre mi cara, maravillado en mi ingenua infancia iba celebrando aquellos regalos que la luz de la mañana me brinda en el patio de mi casa.

Soy también parte de ese entorno en la metamorfosis de mis pensamientos, introvertido, encerrado en mi pequeño mundo, mi casa, un camino al colegio, otro a la tienda del señor Gabriel, otro a casa de mi abuela centenaria y a que mis tíos, no había otros caminos por andar, estaban a la espera incierta al salir de mi pueril Crisálida.

Incauto empeño el mío, con toda mi vista sobre los matices celestes de aquella capsula milagrosa, incapaz de romperlo para ver lo que había dentro, la curiosidad me abruma, pero sus broches de oro eran botones que al Capullo afirmaban su regia vestimenta, semejante e inmaculado decorado resultaba un pecado seccionar por mucha inquieta búsqueda de su interior, preferí preguntarle a mamá y fue ella quien dijo: -Es un Capullo de Mariposa.          

Por un tiempo volví al enigmático adorno que colgaba de la rama del árbol, y no era más que un caparazón abandonado, una vestidura rasgada y tiesa, sin sus celestes matices y sin sus broches de oro puro; la Mariposa se fue volando, nunca atiné verla florecer de sus capullos, solo de roñosas larvas a fantásticas Mariposas las veía; era todo un secreto verlas nacer, como un secreto era para mí, el parto doloroso de las madres encintas.

Atardecer en Santiago de Chile, vista de la cordillera de la costa.
Atardecer en Santiago de Chile,
vista hacia la Cordillera de la Costa.
Mirando a través de la ventana de mi habitación, el atardecer pernota ráfagas de pensamientos entretejidos, un concierto de melodías se acopia en mi alma, creando impresiones etéreas de plácida melancolía. Es tan triste el Ocaso y tan alegre la Aurora, ambos tienen los colores que el Sol les concede con su luz bendita y celestial, pero en la tarde es la noche la que asecha con su oscuridad, como la incierta muerte; no hay como las mañanas porque ellas inauguran cada día con la certeza de la vida; por eso, esta tarde recordé aquel momento luminoso, aquella mañana milagrosa de mi infancia con mi encuentro con la vida, en el Capullo de una Mariposa. 

JLReyesMontiel.