sábado, 31 de agosto de 2019

La Cucarachita Martínez.

Hay unas versiones incluso con autor,
este cuento es antiguo,
se lo contaba la abuela Mamá Carmela a mamá,
como les he contado tal cual me lo contó mamá.

Hubo en mi tiempo de niño, el grato recuerdo que hoy les cuento, de los tantos cuentos de mi difunta madre, érase el cuento de "El Ratón Pérez y la Cucarachita Martínez" tal cual como me lo contaba mamá en las plácidas noches de mi infancia.

Había una vez una cucarachita muy bonita que vivía en el campo en su casita. Sus ojos eran negros, su piel morena y su nombre era Cucarachita Martínez. La cucarachita como buena ama de casa limpiaba todos los días y su casita brillaba como una taza de oro. 

Un buen día mientras barría el patio de su casa se encontró un objeto redondo. -¿Qué será esta cosa redonda? ¡Ah es un mediecito! ¿Qué voy hacer con este mediecito? ¡Ah, ya sé lo que voy hacer! Me compraré un traje nuevo. No, no, un traje vale más que este mediecito. ¿Qué voy a comprar con este mediecito? Compraré un par de zapatos. ¡Ah, no, no! Un par de zapatos vale más que este mediecito. Ya sé, me compraré una cajita de Carmín. La cucarachita fue al pueblo a comprar el Carmín..

Aquella tarde cuando la Cucarachita regresó a su casa, se bañó, se perfumó toda, se puso su mejor vestido y se echó su Carmín en las mejillas. Martínez se veía lindísima. Se colocó una amapola trenzada en el pelo y con su cara bien coqueta con su Carmín. Entonces se sentó a tomar el fresco en el portal de su casita.

Al rato pasó frente a su casa muy elegante el Gato, vestido de negro porque iba camino de unas bodas. Cuando la vio tan bonita, el Gato se acercó al portal, y recostándose en los balaustres, se compuso los bigotes. Y dijo el gato: -Cucarachita Martínez ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? -Tal vez, señor Gato, tal vez. dijo la cucarachita. -Pero, ¿cómo haces por las noches? -¡MIAOUUU, MIAOUUU, MIAOUUU. ¡Ay no, no, que me asustarás. ¡Váyase lejos de aquí! Sentenció la cucarachita Martínez. Y el Gato salió corriendo lo más rápido que pudo.

Al rato cruzó la calle el Perro, con su pelos peinados porque iba camino de una boda. Viéndola tan bonita, se arrimó al balcón y se rascó el lomo contra los balaustres. Y dijo el perro. -Cucarachita Martínez. ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? -Puede ser -dijo la cucarachita-. Pero primero tiene que decirme, ¿cómo haces por las noches? -¡JAU, JAU, JAU, JAU!. -¡Ay no, no, que me asustarás. ¡Váyase lejos de aquí! Y el Perro se fue muy triste.

Al rato pasó el Gallo, con su plumaje brillante, se arrimó al balcón: Y dijo el gallo: -Cucarachita Martínez. ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? -Puede ser, dijo la cucarachita. -Pero primero tiene que decirme, ¿cómo haces por las noches? -¡KIKIRIKIIIII! -¡Ay no, no, que me asustarás. ¡Váyase lejos de aquí! El Gallo tristemente se alejó.

Y dando saltos apareció el Grillo, brincó al lado del balcón de la casita. Y dijo el grillo: -Cucarachita Martínez. ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? -Todo depende -dijo la cucarachita. Pero primero tiene que decirme, ¿cómo haces por las noches? -¡CHIRRÍ , CHIRRÍ!. -¡Ay no, no, que me asustarás. ¡Váyase lejos de aquí!. Al Grillo se le bajaron las antenas de la pena.

Poco después apareció el Toro con sus cuernos lustrados. Y dijo el Toro: -Cucarachita Martínez. ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? -Todo depende, dijo la cucarachita. -Pero primero tiene que decirme, ¿cómo haces por las noches? -¡MU, MUUUUU, MUUUUU! -¡Ay no, no, que me asustarás. ¡Váyase lejos de aquí! El Toro grandote se alejó muy triste.

Luego vino el Sapo. Y dijo el Sapo: -Cucarachita Martínez. ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? Quizás... -dijo la cucarachita. Pero dime ¿cómo haces por las noches? -¡ROAC, ROAC! -¡Ay no, no, que me asustarás. ¡Váyase lejos de aquí!" El Sapo salió de allí refunfuñado.

En eso apareció ante el portal de la casita, muy gordito un cochinito. Y dijo el cochinito: -Cucarachita Martínez. ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? -No sé, dijo la cucarachita. -Pero dime antes, ¿cómo haces por las noches? -¡OINC, OINC, OINC! ¡Ay no, no, que me asustarás. ¡Váyase lejos de aquí! El cochinito salió con su rabo entorchado.

En eso se vio una lucecita verde. Era el Cocuyo y dijo el Cocuyo: -Cucarachita Martínez ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? -Bueno, Bueno, dijo la cucarachita. -Pero dime antes, ¿cómo haces por las noches? -No te diré nada, solo te alumbraré con mis luceros. ¡Ay no, no, que me asustarás. ¡Váyase lejos de aquí! Al Cocuyo se le apagaron sus lucecitas.

En eso se le presentó el patiquín Ratón Pérez. La Cucarachita, se acicaló y se paró derechita. El Ratón vestía de palto y corbata recién planchados, y en la cabeza llevaba su sombrero. Y dijo el Ratón Pérez: -Cucarachita Martínez. ¡Qué linda estás!  ¿Te quieres casar conmigo? -A lo mejor Ratón Pérez, dijo la cucarachita. -¿cómo haces por las noches? -Dormir y callar, dijo el Ratón Pérez. -¡Ay, me gusta lo que haces, Ratón Pérez. Sí, me quiero casar contigo!

La Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez se casaron y se quedaron a vivir en la casita muy limpia de la cucarachita. Y sucedió que un día, mientras la Cucarachita Martínez cocinaba una gran olla de sopa, se acordó que no tenía Sal para ponerle a la sopa, por eso fue al mercado a comprar Sal.

Mientras tanto, atraído por el delicioso olor de la sopa y la curiosidad, el Ratón Pérez acercó una silla hasta la cocina, se subió a ella y se asomó al borde de la olla con la sopa hirviente, y en un descuido, !cutuplún!, se cayó dentro de la olla.

Cuando regresó del mercado, la Cucarachita Martínez encontró al Ratón Pérez pelado flotando entre los fideos de la sopa. Desde entonces los animalitos del monte cantan la canción que dice: -El Ratón Pérez se calló en la olla y la Cucarachita Martínez lo siente y lo llora.

Y ese es el cuento, que mamá me contaba cada noche para dormirme, después de rezarme y yo repitiendo a su voz para aprenderlas las oraciones principales el Padrenuestro, la Salve a María y el Gloria a Dios.

Quisiera acomodarme en la casita de la Cucarachita Martínez, bonita y limpia, con su patio y portal al frente del camino que va al mercado, donde los animalitos pasan todos los días y saludarlos con una amplia sonrisa cada mañana, darles los buenos días de cada día, dormirme al arruyo de mamá y amanecer a la aurora de historias y fantasías de las imágenes de cada episodio de sus cuentos dibujados en mi puerilidad mental; como te añoro mamá y pienso en tu mundo frugal y mío que llevo en mis recuerdos como guirnaldas de tus soles y de tus lunas, madrigales de esperanzas, frutales del carmesí de tu campo infinito, del amor de tus manos acariciando las mías y cerrándolas con tu beso solemne, en esos instantes maravillosos que atesoro. 

JLReyesMontiel.






   

miércoles, 28 de agosto de 2019

El país de los Jejenes


¿Alguna vez te pico un Jején? En mis caminatas en el campo, solían picarme los muérganos Jejenes alrededor de los ojos, irritándome el contorno de parpados y pestañas, entonces regresaba dando tumbos por el caminito de arena para lavarme la cara en el surtidor de agua de la casa.
El Jején es un mosquito diminuto pero muy eficiente en eso de picar los ojos, pues su urticante picadura ataca solamente esa parte del cuerpo, aferrándose a las mucosas oculares ante el empuje de los dedos al tratar de quitárselos de encima, ocasionando el enrojecimiento e hinchazón de los ojos.
Afortunadamente, quizás resultado de tantos pesticidas empleados para el cultivo, con el tiempo la incidencia de este mosquito llamado “Jején” prácticamente desapareció, pues de mis recordadas últimas caminatas por los jagüeyes y majadas de esos campos nuestros de Mara no fui más víctima de su picadura ocular.
Lamentablemente tenemos otros Jejenes, propios y extraños, unos cancerberos y esbirros, los otros sobrevivientes de una isla doblegada por años bajo la bota de sus verdugos, unos y otros caimanes de un mismo pozo, es decir Jejenes del mismo monte, pero todos son diminutos en personalidad y siniestros, muy eficaces en sus lacerantes y urticantes picaduras a la gente, se aferran a tus ojos sofocándolos con el hollín virtual de sus mentiras, con el aguijón de su despotismo y su perversa intromisión, atacan en cayapa y son eficaces en eso de aplicar su cruel racionalidad para mantenerse en el poder contra todo y muy a pesar de todos. Y entre los Jejenes llegaron las Moscas con sus afinados y renovados designios imperiales para arrebatar en su festín de sangre los recuros naturales al país de los Jejenes.
Son los nuevos Jejenes que trajo el siglo XXI a estas tierras, y no digan que la crisis económica y social en el país de los Jejenes fue impuesta por EEUU, esas sabandijas inmorales la iniciaron mucho antes, con sus confiscaciones, con sus expropiaciones, robando y acabando con todo cuanto tomaban en su poder, artífices de la mentira y de la miseria ruin que esclaviza y somete, doblega y arrebata a la gente su dignidad, los Jejenes de la ruina, los Jejenes burócratas de una entelequia que solo existe en el imaginario de resentidos zarandeados y rastreros, la neo oligarquía de los Jejenes raspa cueros, la neo oligarquía de las elites que aplasta y reprime toda disidencia, toda voluntad floreciente y alma rebelde. Que abran los ojos las naciones hermanas, que escuchen el clamor de este país de los Jejenes, que oigan y vean la realidad del país de los Jejenes, porque pueda que la opresión totalitaria algún día toque sus puertas enarbolando las banderas de las reivindicaciones sociales en nombre de la libertad y la igualdad y resulte todo lo contrario.
Se vive ahora nuestra época aciaga, es la página oscura de nuestra historia,  una pesadilla de los Jejenes burócratas en su diario discurso, en su vil presencia, en su sostenida picadura urticante del hambre y la miseria de los venezolanos ¿Hasta cuándo prevalecerán? Dividiendo, sometiendo la rebeldía y doblegando la voluntad de todo un país, pisoteando a los trabajadores venezolanos.
Hay que conformar una cruzada nacional e internacional, sólida, de en un solo bloque contundente y decidido, contra quienes tienen una nación arrinconada, transformada en otro país, un país de avenidas desoladas y casas muertas, donde se perdió el encanto de la gente, donde sus captores se yerguen tenaces, feroces e inmisericordes, arrogantes y poseídos de un poder omnímodo que solo le sostienen en el poder la fuerza de las armas sobre una nación humillada y acorralada.
Este es el país de los Jejenes, un país gobernado por vándalos, el país de la mentira, la nación traicionada, el país destrozado y herido en su corazón, el país donde un régimen impío, asume y comete todo los sacrilegios contra sus héroes y su historia, burla los derechos de los trabajadores y los esclaviza a un salario ruin, aplasta el sindicalismo como política de Estado Totalitario que resulta finalmente,  burlándose de las necesidades de la gente termina encumbrandose a horcajadas sobre la sangre de los mártires patriotas inmolados en la piletas de sus mazmorras deshonrosas, donde la dignidad humana es mancillada cada día, cada segundo, así las veces y como mueve las alas el Colibrí. Así está el país de los Jejenes.
JLReyesMontiel.






sábado, 17 de agosto de 2019

Los hijos de Eva.

Cada noche, en pueril aprendizaje, mi madre me enseñó las oraciones Católicas principales, además del Padre Nuestro y el Credo, aquella Salve a María algo más extensa: -Dios te salve reina y madre, madre de misericordia, vida dulzura y esperanza nuestra. Dios te salve, a ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Oh clemente, oh piadosa, oh dulce virgen María. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de nuestro señor Jesucristo. Amen.

Desde el regazo de mi madre, miraba los resplandores en el cielo raso de mi habitación, de la vela sobre el pequeño altar, que desde la contigua habitación de mi fallecido padre, irradiaba sus luces, mientras pensaba cada una de las palabras contenidas en esa oración, y muy especialmente las referidas a  "los desterrados hijos de Eva, suspirando, gimiendo y llorando en este valle de lagrimas quienes después de su destierro  pedían a la Virgen María por su clemencia y como su abogada les mostraran a Jesús; de toda esta oración me hacia una figuración mental y escénica de los desterrados por una parte, María por la otra y finalmente Jesús con sus grandes y tristes ojos azules, enmarcados por sus rubias cejas y barba que caía sobre su sangrante corazón coronado de espinas, tal cual el Sagrado Corazón de Jesús del cuadro central que coronaba el pequeño oratorio de mi madre.

El momento de los desterrados, esperando ser dignos de alcanzar las prometidas gracias de Jesús, cerraba la secuencia en mi ingenuo pensamiento, como final feliz de un cuento, porque así lo asumía, en el mismo sentido de los relatos que mi madre me contaba de su infancia y juventud.

Hoy está tan clara y precisada aquella oración Mariana, ¿Quienes somos los desterrados? Los de ahora, los desterrados de siempre, los desterrados de ayer y de hoy, los desterrados de todas las guerras, los desterrados de todos los tiranos, pues, somos los mismos desterrados en diferentes tiempos y gentes, pero somos los mismos ante la infinita majestad y a la vista de la Divina Providencia. Somos los desterrados del timbo al tambo en este valle de lágrimas del mundo.

Ahora ha tocado las puertas a los Venezolanos, por todas nuestras culpas, "Porque aquel que este libre de pecado que arroje la primera piedra" Esa verdad será asumida por unos, mientras otros en su arrogancia difícilmente entenderán el mensaje de la Mariana oración, porque su soberbia es tal que enceguece todo discernimiento.

Somos los nuevos hijos de Eva en este valle de Lágrimas, la Venezuela que vivimos en una trasnoche de aquelarre y abundancia se diluyó entre nuestras manos, mientras otros se repartían a dentelladas los pedazos de nuestro país, se consolidaban las cadenas de la opresión de los tiranos y sus serviles, en un festín vergonzoso y perverso, sembrando un odio entre los venezolanos no sentido entre compatriotas con sus castas y clases sociales desde la época de nuestra historia colonial, descomposición social irremediablemente detonante de la Guerra de Independencia y secuelas civiles de finales del siglo XIX de la llamada Guerra Federal.

Ahora nos toca esperar las promesas y gracias de Nuestro Señor Jesucristo para redimirnos mediante la mediación de Nuestra Abogada Madre María Santísima, pero antes tenemos que ser dignos de alcanzarlas, liberándonos de nuestras propias culpas, aquellas consecuencia de una bonanza país desmesurada, porque todos de una u otra manera prodigamos nuestro país, y es ésta la hora de asumir la expiación necesaria, para que sea en esta generación o en próximas generaciones, el regreso de los desterrados dentro y fuera de Venezuela, con un nuevo espíritu nacional regenerado de las cenizas, un sentido de patria nueva perdida en hora malhadada.


JLReyesMontiel.