sábado, 28 de febrero de 2015

A través de la balaustrada.

Las cúpulas de la Basílica desde la
balaustrada de mi ventana.
Un repique de campanas desde las torres de la Basílica, anuncia en su reloj las doce del día, con mis brazos cruzados en el recodo de la ventana y a través de su balaustrada se dejan ver las cúpulas del hermoso templo de San Juan de Dios, hogar de nuestra madre Zuliana la Virgen del Rosario de Chiquinquirá. 

Una veintena de años después, muy temprano en la mañana paseaba con mis hijos y señora, las adyacencias del templo más emblemático de Maracaibo, y nos sorprendió admirablemente, las mismas sonoras campanadas que escuché tantas veces siendo solo un niño, cuando discurría mi vida en aquella solariega casa de la calle Venezuela.   

El mas pequeño de mis hijos, Ezequiel Simón, lloraba porque tenía hambre y bastó aquel colorido musical de notas acampanadas para distracción de su sentido auditivo, quedando rezagado en su espacio, ahí paradito, sin chistar, hasta que terminó la elocuente melodía del reloj llamando a la feligresía a la eucaristía.

Ezequiel me queda mirando y se sonríe, y entonces le dije así - te acabáis de desayunar con esto- acto seguido entramos a escuchar la celebración de ese día domingo.

Muchos son los motivos y la circunstancias hermosas que se nos presentan en el camino del día a día y en momentos por tratarse de detalles aparentemente insignificantes no terminamos de apreciar el alto significado que atesoran esos breves instantes enriquecedores para el alma, y eso no lo compras en una tienda, pues ni se compra ni se vende, el cariño verdadero, como canta Memo en la Billo.

La placita de la calle Venezuela vista desde mi ventana.
Recuerdo ahora, hablando de relojes  e iglesias, la casa del relojero, erase un señor cuyo nombre no recuerdo, con una profunda sencillez y modestia, él vivía con su joven esposa y media docena de hijos, todos pequeños, la última vez que lo visité por aquel año de 1997, aún criaba una niña de brazos; es el cuento que este curioso señor de apariencia caucásica, de hablar sigiloso pero mordaz, de caminar parsimonioso pero firme, de cuerpo menudo pero físicamente fuerte muy a pesar de su avanzada edad, para el momento en el cual le conocí, sostenía una conversación fluida en los usos de nuestro vernáculo dialecto maracaibero,

Le conocí por una referencia de mi tío Dimas, quien era su vecino, vivían relativamente cerca,  por la inmediaciones de la iglesia Las Mercedes en plena avenida Bella Vista, al lado de la vieja estación de servicio y Centro Comercial donde durante años estaba la pizzeria "PIC-NIC" y el famoso "Raspadito", ahí estaba la casa del relojero, rodeada de una cerca natural de punzantes árboles xerófilos cuyas espinas protegían la baja cerca de la penetración de curiosos al lugar.

La casa de un estilo muy particular, no correspondía a la tradicional marabina, ni nada parecida que haya visto en nuestra ciudad, a primera vista y desde su largo camellón llamaba poderosamente la atención su puntiagudo techo el cual se sostenía sobre un frontis adosado, sostenido por cuatro toscanas columnas, los arcos de puertas y ventanas estilo ojival, se mantenían eternamente cerradas, el visitante apenas podía suponer desde fuera que en esa casa vivía alguna persona, pues el jardín enmontado no permitía ver hacia dentro del patio y hablaba de cierto descuido, sin mencionar la urgente y necesaria mano de pintura y mantenimiento de sus frisos y cornisas, las cuales roidas por el tiempo y enmohecidas la humedad habían hecho lo suyo en su arquitectónico diseño original.

Toque la puerta y espere lo prudente, di la vuelta ya me iba a regresar cuando una voz infantil desde uno de los postigos de la ventana preguntaba -quien es y a quien busca- le dije -soy un cliente del señor relojero- al rato emergió de entre la alta puerta y desde el recibo de su casa el relojero.

Buenos días, le dije, -que queréis- me preguntó sin mas preámbulo -mi tío Dimas me lo recomendó para arreglar mi reloj, -y Dimas... ¿como esta de salud, ya dejó de fumar?- con esa pregunta el señor relojero me dio paso y me hizo sentar en su oscura, fría y humedad sala de su casa, había un olor de gases nauseabundos que seguramente escapaban de alguna rota alcantarilla, si afuera la casa necesitaba un cariñito por dentro la cosa no estaba mejor, el mobiliario ni hablar tal cual estaba sentado en una vieja poltrona de mimbre, poco a poco y mientras esperaba el diagnostico de mi reloj, fueron saliendo a mi encuentro los bastagos del señor relojero, uno tras otro se me presentaron los catiritos desde el mayorcito hasta el mas pequeño y se iban riéndose, pues les simpatizaba mi gordura, -el señor si esta gordo- los escuche comentar tras la falsa pared de contraenchapado adornada con arabescos, pero por sobre todo aquel lúgubre aspecto de la vieja casa, la nota principal y mas destacada eran el sinnúmero de relojes de todo tipo  y tamaño que desde su entrada hasta el comedor cubrían todas y cada una de las altas paredes y rincones de la casa del relojero.

Que sensación aquella, no es echar el cuento es vivir ese momento, cuando llegaba el instante donde los relojes emprendían el campaneo anunciando la hora, mas tomando en cuenta que algunos relojes lo hacían cada 15 minutos o cada cuarto de hora, y en sus diversos tonos y melodías, aquello era como para haberlo grabado con el celular y compartirlo en YouTube.

Al preguntarle porque tenia tantos relojes de pared y hasta de pedestal en su casa, me dijo que la gente se los lleva para arreglarlos y después no pasan a retirarlos y hasta los abandonan, de manera que se ve obligado a depositarlos funcionando porque de otra manera se descontrolan y pierden exactitud, los que pasan mas de un año en deposito por factura de servicio puede ofrecerlos en venta y siempre encuentra un apasionado anticuario que se los compra.

Mas luego frecuenté los servicios del señor relojero, conocí a su joven esposa y su hijita de brazos, tan blanca como el señor relojero, un día me contó sobre su basta experiencia como relojero y los años que tenía trabajando reparando relojes, siendo el relojero de las iglesias de Maracaibo.

Pasó el tiempo y con las nuevas tecnologías de relojes de cuarzo, deje de contratar sus servicios, perdimos el contacto y hasta la presente fecha nada se, ni nadie sabe del paradero del señor relojero, pues la vieja casona donde vivía fue demolida hasta sus cimiento y un comercio se levanta donde otrora estaba levantada la casa del relojero.

Plaza y Basílica de San Juan de Dios,
hogar de la Santísima Virgen de Chiquinquirá
al fondo la barriada saladillera.
Desde mi ventana y a través de su balaustrada, cuando niño, vi pasar el tiempo marcando sus horas desde el viejo reloj de la Basílica, hoy veo otras imágenes, otros paisajes, otras realidades, tal como ayer sus tonos desde su torre emergen simulando los segundos de un tiempo que el hombre inventó para diferenciar pasado, presente y futuro, pero la vida no es mas que un eterno presente de vivencias son las aguas de un rió insostenibles e indetenibles, y el pasado una existencia llena de recuerdos.

Pero el tiempo se detuvo en la Casa del Relojero, quedo eternamente plasmado entre sus muros, donde se acostumbró el tiempo cruzado de brazos a guindar sus manecillas, a sonar sus campanadas, su ronronear en su tic-tac como una senda en el camino, como un surco en las aguas del mar océano, ahí se quedaron todos los instantes de una vivencia familiar, indicando desayuno, almuerzo y cena, la salida escolar y las horas nocturnas de los estudiantes, la guardia del soldado, la vigilia del medico, la justicia del abogado, las obras del ingeniero y las lagrimas de la viuda, de sus huérfanos, el salario del trabajador, la obrera en sus horas de oficio en casa y en algún lugar de esta ciudad loca, las horas de reposo del mendigo.

José Luis Reyes Montiel. 



domingo, 1 de febrero de 2015

Al Tiempo de los juegos de acera y calle.

Juego de Patineta de Rolinera, los muchachos
se impulsaban entre si dándose velocidad.
Vi esta foto de unos carajitos españoles en las calles de alguna ciudad de la península y recordé de seguidas a las chiquillada marabina de mediados de los años 1960, con sus patinetas y carritos de rolineras, así llamados por nosotros los rodamientos usados, pues se aprovechaban como ruedas, eran fáciles de conseguir en cualquier taller mecánico de vehículos.

En nuestra ciudad, las barriadas maracaiberas tenían su época del año para cada tipo de juego; por cierto se acerca el carnaval, quién no recuerda de nuestra generación las bañadas por broma jugando carnaval, broma pesada que mas de uno y de una hizo rabiar de impotencia.

Las Canicas de cristal
nosotros les decimos "Metras"
Así, mes a mes surgían diversos embelecos que, si el emboque, las petacas, los trompos, el juego de pelota y el infaltable de los patinadores en diciembre; en fin un sinnúmero de pasatiempos infantiles y no tan infantiles como el juego de agua carnavalesca; de aquella bella época, era uno de esos divertidos juegos deslizarse en patinete aprovechando las elevaciones de las calles de las barriadas marabinas, entre ellas, en el "Saladillo" y "El Empedrao", ni hablar de Valle Frio, Las Veritas, Nueva Vía, La Pomona, Belloso, sectores populares de la Maracaibo de la primera mitad del siglo XX.


La Perinola llamado
en Maracaibo
"Emboque"
Mas o menos junio, julio y agosto era el tiempo de estos artilugios movibles con el impulso humana y la gravedad terrestre, cuyo estrépito característico de sus rolineras se dejaban oír desde el interior de las casas, los muchachos encaramados encima de los carritos, algunos semejantes al de la foto, con el aditivo tecnológico que nosotros como buenos maracuchos que somos, le instalamos en el eje delantero un mecatillo ajustado con grapas en cada extremo de modo de lograr girarlo y controlar su manejo, otros empleaban la forma de una patineta, colocando un palo cual horquilla con otro palo mas pequeño como su volante, permitiendo disponer de él y facilitando su manejo, además del ingenioso sistema de frenos nada que envidiarle a cualquier artesano de carritos a tracción humana, se fijaba con buenos clavos o atornillado una cotiza (alpargatas) usada "guajirera" elaboradas con lona y caucho, así soportando con el pie sobre el caucho se frenaba el carricocho hasta bajar la velocidad y detenerse con el cuerpo y resultaban efectivos y seuros salvo las aparatosas caidas causando lesiones severas en brazos y piernas de la muchachada, pero al otro día en cuanto le pasaban  los dolores volvian con su afán jugando día y noche con sus carritos de Rolineras.

Papagayo, Papelote, "Petaca" en buen
e idiosincrático dialecto Maracaibero.
El escándalo del sonido del metal del "Rodamiento" sobre el pavimento de las calles, producida por los rolines de acero internos que giran entre las redondas platinas que las ajustan permitiendo su deslizamiento sobre la superficie; de tal modo que desde lejos se percibía la cercanía de los muchachos dando tumbos con sus pies compitiendo entre si por el primer lugar de sus posiciones, dejándose desplazar suavemente aprovechando las subiditas y bajaditas de las citadinas calles entonces bien asfaltadas con granzón.

Hoy día, los muchachos se maduran en torno a una computadora en el mejor de los casos y siempre cuando se use con sentido de investigación enriquecedora del intelecto, en el peor de los casos cuando se irrumpe en ese submundo de depravación y basura informática o alrededor de una consola de vídeos juegos, diabólico instrumento alucinógeno de los sentidos, artificio de la realidad, perversidad tecnológica que quebranta la voluntad y afloja el carácter.

Como padres responsables debemos hacernos amigos de nuestros hijos y hablarles con franqueza sobre las cosas de la vida, como el tema de la sexualidad, entre tantos otros temas, para que ellos mismo filtren lo que desean ver, oír y conocer. 

José Luis Reyes Montiel.