viernes, 17 de agosto de 2018

La Guarida del Cachicamo.

Dentro del cercado de la casa al abrigo de la benévola sombra de un inmenso árbol de Mango y guarnecidos de los inclementes rayos del Sol, unos conitos dibujados sobre la arena cernida develan las moradas silenciosas de los Cachicamos, así llamados por nosotros cuando muchachos los fuñíamos jugando a recolectarlos.

Hurgando lecturas especializadas sobre este solitario insecto, me enteré que es llamado en otras latitudes “Hormiga León” sin embargo a mi modo de verlos, se me asemeja más a un escarabajo que a una hormiga, por sus características y hábitos, pues a diferencia de las hormigas el vive solito, además posee unas tenazas que le permiten atrapar su alimento, y éste precisamente esta compuesto por las infortunadas hormigas que caen en su trampa mortal.

El truco de este animalito insectívoro es muy ingenioso, el hace de su casa un artificio de arena de forma cónica en forma de embudo y vive encerrado en su morada, hasta que la inadvertida hormiga que camina sobre el borde de su casita, resbala rodeada por el rescoldo inclinado e incauta es atrapada por las tenazas del Cachicamo, paso seguido nuestro vorágine insecto devora a la acorralada hormiga y hace de su cuerpo su alimento vital.


Yo diría de este insecto que es un “Escarabajo León” en todo caso, ya que de ser llamada Hormiga León la convertiríamos en un injustificado ser caníbal que se alimenta de sus hermanas terrestres, pues ambas hacen de la tierra su hogar.

Pero si a haber vemos hay muchos escarabajos leones en esta vida, también tenemos gente como las hormigas muy trabajadoras, el “Cachicamo” maloso y holgazán monta su trampa y una que otra hormiga resbala por el borde ominoso de su escondrijo y es victima fácil de su artimaña, el asunto es no caer cayendo.


Distante en el tiempo quedaron los primos traviesos, cuando sacabamos “Cachicamos” con el colador sustraído a escondidas de la cocina, agachados a la sombra del Mango con la fuerte brisa del norte despeinando sus cabellos, desparramando la arena que cernida deja al descubierto al incauto “Cachicamo” meneando su colita con sus tenazas, los van echando uno a uno en un potecito que encontraron en el solar del patio, el juego lo gana quien atrape más “Cachicamos” hasta dejar el tronco del Mango sin hoyitos de los infelices bichitos.

Ya no está el solar del patio, ni el exuberante Mango, ni los “Cachicamos” pueblan los suelos de aquellos terrenos llamados alguna vez “Hato 4 de Mayo” menos la casa de madera y sus viejos contornos; todo quedó sepultado debajo del asfalto y el concreto de las Residencias “Alto Viento” de nuestra ciudad de Maracaibo.


JLReyesMontiel.







sábado, 11 de agosto de 2018

La Vaina del Cují.

Fruto del árbol de Cují o
vainita del Cují.
Hace unos cuantos años atrás, vacacionando en la bella península de Paraguaná,  visitamos la casa familiar de los Calles, por esos años muchacho de unos 14 años de edad, tuve el honor de conocer al señor Candelario Calles, Dios lo tenga en su gloria, amado padre de Sonia esposa de mi primo hermano Enrique Briñez Montiel; el señor Candelario, hombre del campo, solía pernoctar más tiempo en su Rancho cuidando sus animales de labor que en su casa de la ciudad de Punto Fijo, ese día excepcional cuando le conocí, montaba en su camioncito unas sacos de fique llenos de vainitas de Cují, y al preguntarle sobre el destino de su curiosa carga, me respondió en su ligerito dialecto paraguanero, que se trataba de alimento para sus vacas y cabras.

Como yo bien conocía los árboles de Cují y su particular fruto, por ser también originario y abundante en nuestros montes aledaños de Maracaibo, me causó sorpresa que dichas vainitas amarillas sirvieran de alimento para el ganado, pues siempre tuve conocimiento que el pasto era su dieta principal.

Unos años más recientes, por el 2000 y pico, un joven pasante en la oficina, me hablaba de la hacienda de su papá y del alimento que le  daban a las vacas, ahorita en este momento no recuerdo el enrevesado nombre que le dan a ese alimento, y precisamente ese día cuando  me lo dijo tuvo que repetírmelo varias veces, pues me resultaba algo incomprensible, hasta que finalmente me dijo que era –mierda de gallina-  le respondí: ¡Mierda de Gallina!  ¿Eso es lo que le dan a comer a las vacas en la  hacienda de tu papá…?

El joven pasante quiso aclararme, sin convencerme, que ese alimento resultaba altamente nutritivo para el ganado, pues concentraba todos los nutrientes que le sirven como comida en las polleras de engorde y crecimiento a las plumíferas aves de corral.

Esta mañanita, sentado bajo el frondoso Cují, situado en las áreas verdes de la entrada a las Residencias El Pinar donde  habito, recordé al señor Candelario y su carga alimenticia para su ganado, mirando en el suelo arenoso debajo del árbol amigo la gran cantidad de vainitas maduradas, y pensé en el valor nutritivo de dichas vainitas, producto sano, barato y abundante, y sin los contaminantes hormonales que le dan a los desdichados pollos en las polleras, y que las no menos desafortunadas vacas, reciben como alimento: -La mierda de los pollos.

Todos podemos decir que conocemos nuestro típico árbol de Cují, y sabemos que además de abundar en nuestros campos, sus vainitas proliferan en grandes cantidades y varias veces al año, que es un árbol resistente, que da una sombra fresca y gratificante, que no amerita grandes cantidades de agua para mantenerse verde todo el año y que además es emblemático de nuestras comarcas costeras nacionales donde el pasto escasea.

Por eso nunca entenderé a los productores del campo que le den de comer mierda a sus vacas, eso me parece cruel no solo para el animal sino para el ser humano  que al fin de cuentas será el consumidor final de su carne, ¿Qué le echen esa vaina a uno? Teniendo silvestremente nuestra vainitas de nuestro generoso y hermoso Cují.

JLReyesMontiel.






viernes, 3 de agosto de 2018

Pascualito, mi hermano.

Fraín Cesar Reyes Labarca.
La primera vez que escuche el sonoro diminutivo de mi hermano fue en mi casa de la calle Venezuela, detrás de la basílica de San Juan de Dios que acoge el retablo de Nuestra Señora de la Chiquinquirá.

Mamá me dijo: -Tu papá va a traer a tu hermano Pascualito para que pase con nosotros sus vacaciones; y es que papá, cuyo primer nombre de pila bautismal era Pascual, por esos tiempos personaje popular pues era propietario de la molienda “La India” en plena barriada de Santa Lucia, en la esquina de la calle Casanova, hizo llamar a su hijo, mi hermano, con el alias “Pascualito” haciendo referencia directa a su onomástico.

Realmente su nombre es Efraín Cesar, pero por uno de esos errores de los amanuenses de nuestras oficinas de registro civil le colocaron en el libro “Frain” y así se quedó, Frain Cesar Reyes Labarca, mi hermano.

Papá y yo íbamos a visitarlo en casa de su abuela la señora Matilde que vivía al fondo de la casa de su señora madre Luzmila Labarca, hasta el tiempo que Pascualito comenzó a trabajar en una empresa impermeabilizadora y distribuidora de productos asfálticos situada en las inmediaciones de la avenida El Milagro de Maracaibo.

Pascualito chiquito
igualito a Ezequelieto.

Al poco tiempo papá enfermó de su corazón y en su convalecencia Pascualito durmió en varias ocasiones en mi otra casa de Tierra Negra, entre la calle 69A y 13, Pascualito muy echador de bromas y de muy buen humor siempre me hacia reír con su ocurrencias: Resulta que en mi casa entre el tejado del techo, las varas, horcones y el cielo raso se guarecían murciélagos, el caso fue que importunaron el sueño de Pascualito pues según me dijo: -Batman pasó toda la noche aleteando entre las cabulleras de su hamaca.

Pascual Reyes Albornoz (Papá) con Pascualito
(Fraín Cesar Reyes Labarca)
a orillas de nuestro lago en el corredor
de la Plaza del Buen Maestro, Maracaibo.
Papá fallece el 1ero. de Octubre del año 1967,  tenía yo 7 años de edad, y Pascualito al igual que mis otros hermanos Miguel, Gilberto, Tarcila, Pascualito, Sara y yo rodeamos el cuerpo sin vida de nuestro cariñoso padre. Mi hermana Nelly estaría por llegar de la ciudad de Caracas donde residía.

Recuerdo el semblante quebrantado de mi hermano Pascualito, el día que nos trajo a Sara y a mi de regreso a casa desde la Clínica Amado donde murió papa, en una camioneta Chevrolet Apache de la compañía donde trabajaba. Mamá se había quedado en la clínica esperando la salida del cuerpo de nuestro padre.

Al llegar a casa, todo fue confusión y consternación, desde la puerta del cuarto de papa vi con denuedo su cuerpo colocado sobre una camilla y el modo como era preparado con total frialdad por el empleado de la funeraria, una aguja inmensa introducía sobre el abdomen de papá y un liquido vació en su cuerpo, al terminarse todo el fluido del frasco dispensador, retiro la punzante aguja, y varios que ahí estaban colocaron el cuerpo inerte de mi padre dentro de su ataúd.

Hasta aquí un recuerdo inalterado e imborrable, tan agudo y lacerante, punzante e hiriente como la aguja sobre la barriga de mi padre.

Y en el marco lúgubre de esos días, el recuerdo de la presencia de mi hermano Pascualito fue un respiro agradable a la soledad y tristeza postrimera, con sus charadas y bromas, me hacía reír, y eso era bastante ante la repentina ausencia de la compañía de papá, además de buen padre, papá fue con todos sus hijos consentidor y gran amigo.


JLReyesMontiel.