domingo, 25 de octubre de 2015

El Limonero de mi casa.

De su espinoso tallo,  que tanto nos recuerda
la corona de espinas de Jesucristo,
El Creador nos regaló este formidable fruto. 
En una jardinera al margen de la entrada del portón del estacionamiento de la casa donde viví mi infancia, en la esquina de la calle 69A con la avenida 13 de Maracaibo, estaba enorme y verde un árbol de Limón, en realidad eran por sus tres variedades tres árboles de diferentes variedades de Limón, pues en sus cosechas unos eran grandes pero poco jugosos, otros chiquitos y ácidos como la hiel, los mejores eran los de tamaño mediano ácidos pero jugosos y dulzones.

Recordaba en estos días, comprando una bolsa de limones a los vendedores de semáforos, por cierto a quinientos bolos una veintena de limones, como en mi casa más bien caían de la mata perdiéndose en el suelo la saludable sustancia de su vital y benéfico contenido.

Ironías de la vida y sus contradicciones, diría algún pensador, hoy me gasto en una bolsita de limones, lo que ayer me sobraba en mi casa, aquella de patio grande con sus Guayabas blancas y rojas, sus tres variedades de Mangos, su Níspero, sus lechosas, sus hicacos, sus guineos y plátanos, sus cocos; a la sombra del viejo árbol de Ratón y sus aromáticas hojas, bálsamo milagroso para baños corporales; aquel patio rodeada de Berberías y Cayenas, sembradas por el viejo Quintiliano bajo las ordenes de papá y luego conservadas celosamente por el cuidado de mamá.

El Limonero, o Limón, nos surtía gratuitamente de vitamina “C” calmando; no solo la sed y el calor, con su refrescante jugo sorteado con agua y acompañado de unos cubitos de hielo o haciéndolo granizado en la licuadora; sino también, calmando la pansa cuando el hambre apuraba. 

Los vecinos, entre ellos el señor Urdaneta abuelo de mi amigo Alberto Urdaneta Navarro, cuando caminaba y pasaba frente a mi casa, me llamaba y ayudándole a recogerlos no dejaba de llevarse su buena bolsa de limones; de ese mismo modo, vecinos, familiares y amigos, nos visitaban, llevándose en sus manos el infalible remedio para sus males y achaques.

Mamá, acostumbraba en época de limones, ya cuando comenzaban a escasear en la mata, enterrar en la arena del patio trasero de la casa, una buena cantidad del sanador fruto, yo le ayudaba con la pala a socavar el hoyo, redondeado y profundo como medio metro, y enterrábamos los limones como huevos de tortugas, luego sobre el sitio colocamos una piedra para marcar exactamente el lugar y así cuando pasaba la temporada de limones, teníamos Limones extras fuera de cosecha, que era poco tiempo, pues nuestro maravilloso trópico permite dos cosechas al año y hasta tres cosechas si el invierno es bueno y benévolo el verano.

Los limones enterrados para reserva, podían pasar semanas y hasta meses, no se podrían ni se descomponían al contacto con la tierra, al contrario maduraban perfectos, conservando su acidez y proporcionando incluso mas jugo del que generalmente aportaban al tomarlos del árbol.

Papá solía en sus tardes, recostado en su Taburete al marco de la puerta del patio derecho de nuestra casa, chuparse un Limón después de la cena, mientras miraba ocultarse el Sol; yo siempre disponible al juego, así me entretenía y desde donde estaba veía la enorme presencia de mi padre pensativo como escudriñando el cielo; llegaba la noche, las horas de conversación entre Papá y Mamá, sus cuentos, anécdotas y chistes familiares, y yo escuchándoles; mientras miraba como, entre el cielo y la tierra las nubes surcaban al viento, dejando claroscuros espacios a la inmensa Luna llena y a las estrellas precisas y fijadas al cenit, titilantes, era el marco de una ciudad que aún por su incipiente alumbrado conservaba su señorío antañón, el cual mantuvo hasta mediados de los años 1970, cuando la vorágine foránea nos invadió.


El Limón, bendecido árbol de Dios, bueno para todo y sana todo lo que confiere su vivificadora sustancia, son muchos los beneficios que a nuestra salud nos da como muchos los remedios para los que se emplea, podría decirse que no hay pócima que no lleve su respectivo chorrito de jugo de Limón, el Limón para acá el Limón para allá, en fin una fruta multipropósito creada por  nuestro Dios para la humanidad.

La luz de la Luna, proyecta sobre la tierra, las sombras de las inquietas hojas del Limón, desde sus ramas al movimiento que les da la brisa de la fría noche marabina, se desprenden ráfagas de luz lunar como un sortilegio milagroso; desde el fondo del patio, aquel niño, mira la bruma entretejer ases del claro de la Luna emitiendo su energía, sobre las aparentes hojas pardas, que por la oscuridad de la noche perdieron su verdor matutino, para encenderse con el Sol del día siguiente, brillando en sus perlitas del rocío madrugador, aquella profusa y fragante acidez que el Limón nos regala como artilugio procesado desde sus raíces y extraídas desde nuestra tierra por el Sol, la Luna y las estrellas.

José Luis Reyes Montiel. 


 






sábado, 17 de octubre de 2015

El Patio de Tío Julian.

Modelo de camioneta donde distribuía
el sabroso Pan Campesino
mi Tío Julian.
En el 18 de Octubre, en la barriada, no el día que derrocaron al Presidente Isaías Medina Angarita, vivía mi Tío Julián en una modesta casa que compró con sus ahorros, con un buen espacio de terreno en su fondo, al cual, le dedicó ya el anciano Tío, lo mejor de sus conocimientos de campesino jubilado, después de haber pasado varios años en su camioneta Chevrolet 1950 distribuyendo un sabroso y aromático Pan Campesino, que mamá en cada visita recibía como regalo del Tío Julián para la mesa de nuestra casa.

Tío Julián, aprovecho ese espacio de tierra al fondo de su casa, para sembrar varios árboles frutales, mangos, nísperos, limonsones, limón, y otros de temporada como plátanos, guineos, lechosas, melones, patillas, entre otros arbustos y plantas de jardín, sin faltar sus animales de mascotas, entre loros, pericos, vivitos, turpiales, cardenales, palomas y sobre todo un par de yaguasas, éste es un pato silvestre de nuestras planicies marabinas, de vistosos colores y encarnado pico.

Tío Julian Montiel Fuenmayor
en la mocedad de sus años.
Aquel rinconcito plantado y alegrado con sus animalitos, resultaba ser para mi Tío Julián, un microcosmos de su amado campo, al cual le dedicaba todo el cariño del mundo en su mantenimiento, mediante el riego diario y su limpieza; me contaba mi Tío Julián como se levanta a las 4 de la madrugada, para recoger las hojas secas con el rastrillo mientras con la manguera regaba sus plantas cambiándola de lugar y al final rociaba todo su extensión dejando las guirnaldas del líquido vital, sobre las hojas y compactando la rastrillada arena del patio, del cual emergían todos sus aromas de raíces y naturaleza primorosa.

Además de la espaciosa jaula de pájaros, colocada en el centro del trasfondo del patio, había levantado tío Julián un depósito de chécheres, situado al margen derecho del patio, donde guardaba sus herramientas de trabajo, desde la pala hasta el martillo y serrucho, y donde encaletada entre los cajones de madera, nunca faltaba su respectiva carterita de aguardiente de caña blanca, tan aromático y glacial como etílico y espirituoso.

De un extremo del techo de ese depósito de corotos, se sostenía de sus varas de madera, una colmena de abejas, de donde periódicamente extraía el néctar de su deliciosa miel de abejas, para su consumo familiar y preparar diversas tomas y remedios caseros.

Ese era el patio de Tío Julián, agradable resultaba tomarse un cafecito cordial recién colado por Tía Margarita su amada esposa y madre de sus hijos Juliancito, Humberto, Ezequiel, Luis, Gustavo y Alfonso Montiel Ortega;  como grato era pasar una tertulia familiar bajo la sombra de sus árboles escuchando el cuchicheo de los pájaros desde su jaula, tomándose una rica limonada o un jugo de limonson muy particular preparado por Tío Julián, mientras las Yaguasas en un descuido tuyo te picoteaban las piernas celosas de su patio.

Mi bondadoso
Tío Julian
Un día mi Tío Julián me regalo un reloj que guardaba en su baúl, me dijo José Luis estas muy gordo, rebaja, párate en la mañanita y te ponéis a trotar para que veáis, reduce a la mitad tus comidas vos sabéis para que encontréis novia. 

Así lo hice, terminaba mi bachillerato, cuando me inicie en el maratón y durante todo el tiempo de Universidad y hasta después de casado, dejando de entrenarme después de los cuarenta años, grande error mío, hoy estoy intentando tomar el camino con limitada eficiencia, pero lo importante es hacerlo, y el recuerdo de las palabras de Tío Julián me alientan, así como las vivencias con mis tíos y tías y muy especialmente los cuentos atesorados de los recuerdos de mi madre.

Tío Julian, tenía un dicho o exclamación, cuando un detalle, bebida, comida, ropa, entre tantas cosas buenas, veía, exclamaba: -Enooooormeeeee miiiiijooooo- (enorme mijo) por lo que yo suelo exclamar del mismo modo, sin dejar de pensar en mi bondadoso tío Julian.

En su patio mi Tío Julian riega sus matas, hechizando de primaveras encerradas el ecosistema vital del bello recinto, el roció del agua sobre el verdor de la espesura de las hojas atiza de clorofilas el aroma del ambiente y un delirante sentimiento de añoranzas fluye, como un río de esperanzas, desde las memorias acrisoladas de mis viejos familiares.

José Luis Reyes Montiel.







     

sábado, 10 de octubre de 2015

La Dote de Mamá Carmela.

Mamá Carmela ya con sus cien años,
tomando su sol mañanero en el patio de "El Cristo"
residencia de tío Dimas Montiel, en la avenida 8 Santa Rita,
hoy no existe es el sitio del estacionamiento de la DRE.
En la habitación principal de la solariega casa del Hato “Monte Claro” de Don Pedro Antonio Fuenmayor, su esposa Doña María del Carmen Cárdenas de Fuenmayor, entre las risas y la conversación de su esposo, le acomoda los pañales de lino y algodón a su hija, para vestirla de fiesta en la ocasión de llevarla a la pila bautismal, y ante Dios el sacerdote rendirle las aguas del sagrado sacramento y darle el nombre por venia de sus padres María del Carmen de los Ángeles Fuenmayor Cárdenas. 

Erase en honor a la verdad, aquella morena niña, la nieta de los contertulios esposos Fuenmayor Cárdenas, estos adoptaron a su nieta por hija propia, pues solo habían tenido un hijo varón, cuyo nombre se perdió entre las memorias de los relatos familiares de mi madre, quien era el verdadero padre, siendo la niña el fruto de sus amoríos de juventud con una jovencita doméstica de la casa, por cierto de raza indígena, por lo que María del Carmen era mestiza de origen, por parte de su madre quien era Wayuu.

Mi Tía y Madrina
María Espíritu Santo Montiel Fuenmayor.
Fue María del Carmen criada como hija propia de los Fuenmayor Cárdenas, y muy bien formada en los quehaceres propios del hogar, educada en el marco de los escasos conocimientos impartidos en esa época a los pupilos, apenas enseñaban la lectura y a firmar, sumar, restar, urbanidad y buenos modales; y por supuesto a rezar, junto con el catecismo católico.

Además, como hija recibió todos los afectos y consideraciones que una hija primogénita de buena familia le acreditaban sus padres en la sociedad marabina de esos tiempos, de sombrero, corsé, falda larga y ancha con sombrilla; mientras los mozos de palto y corbata, cortejaban en los bailes y feriados patronales a las muchachas, con una sola finalidad una sincera amistad o si las cosas prosperaban para bien, la unión matrimonial, la tradición de las familias consistía en formar una familia y un patrimonio, la familia y la propiedad, como elementos integradores de la sociedad.

Carmen Domitila Montiel Fuenmayor
mamá en sus quince años.
De esos tiempos de danza y contradanza, valses y merengues venezolanos, de domingo de retreta en la plaza Bolívar de Maracaibo, una ciudad ventilada por la fresca brisa del Lago permitía a su gente engalanarse y reunirse en plazas, cafés, salones y clubes de la ciudad, caminar y conversar, sentarse en una banca de alguna plaza a la sombra de los árboles y degustar golosinas de nuestras artes culinarias vernáculas como los calabazates, conservas de maduro, coco, leche, guayaba; dulces de lechosa, limonzón, cascos de guayaba, piña y sobre todo, acompañados con su manjar blanco.

Mamá Carmela en compañía de sus nietos Juliancito y Joseito
hijos de tío Julian José Montiel Fuenmayor.
De ese modo se conocieron Papa Luis y Mama Carmela; ahora bien, sus nombres el de la abuela sempiterna ya lo conocemos; y el del abuelo, también tiene su historia, era el abuelo hijo de María de las Mercedes Montiel y de Don Aureliano Villalobos, éste un próspero agente de comercio, que transitaba desde la capital neogranadina la ciudad de Bogotá pasando por Cúcuta, San Antonio del Táchira, La Fría y el Puerto de Encontrados, hasta nuestra ciudad de Maracaibo; aprovechando la ruta del famoso Ferrocarril del Táchira y ese ancho camino lacustre que comunicaba a la ciudad de Maracaibo con el resto de la provincia de nuestra cuenca hidrográfica, permitiendo un fluido comercio y transporte de mercancías, allende nuestras fronteras hasta los puertos internacionales europeos y del norte, sur y centro de América, tanto para su exportación como importación.

De tal manera, el regio Don Aureliano Villalobos tenia residencia en cada ciudad en la cual pernotaba por un tiempo, mientras emprendía sus negocios y demás relaciones comerciales; es así como en nuestra país procreo a nuestro abuelo dándole por nombre José Luis y tomando por apellidos el de su padre Villalobos y Montiel por su señora madre María Mercedes, José Luis Villalobos Montiel.

Don Luis Montiel Villalobos
Así las cosas, la profunda soledad de la niñez del abuelo era abismal, asumiendo su mama la tarea de padre y madre, ante la ausencia por meses de la figura paterna, así transcurrió hasta su juventud y marco el carácter severo de Papa Luis, cuenta mama que nunca castigó físicamente a ninguno de sus hijos, pero bastaba una mirada suya para comprender la reprimenda y el llamado al orden y la disciplina, al cual inmediatamente era asumido por la muchachada y hasta después de adultos seguían guardando el respeto y la compostura ante la presencia del patriarca, mejor conocido por familiares y amigos como Don Luis Montiel Villalobos.

Fue entonces, Don Luis Montiel Villalobos el vástago que por rebeldía con su progenitor y quizás hasta por cierto resentimiento, ante la soledad de su madre y en lo personal, decidió un buen día cambiarse los apellidos favoreciendo al patronímico materno antecediendo al paterno y de ese modo hacer honor a su sufrida madre. Esto lo hizo claro esta porque en esos años no había comenzado la cedulación ciudadana en Venezuela fue apenas durante el gobierno del General  Isaías Medina Angarita, para el año 1942, cuando comenzó este registro de identidad, correspondiéndole al presidente Medina el número 0001 de su cédula de identidad.

Quedamos, en los dulces, las plazas y las retretas, los bailes y los feriados patronales, la sociedad marabina de la época y sus jóvenes, su moda y elegancia, sus costumbres y buen proceder, todo en el marco bucólico de la ciudad de Maracaibo y sus Hatos aledaños.

Domingo de Retreta en la Plaza Bolívar de Maracaibo.
En ese entorno al cual pertenecían la abuela y el abuelo, finalmente se comprometieron en matrimonio eclesiástico, arreglado por supuesto como era costumbre, en presencia de Don Pedro Fuenmayor padre putativo de Mama Carmela como explique; era tradición de la época, cuando se comprometían en matrimonio, que el Padre de la Novia ofreciera una Dote a los noveles contrayentes, la dote es una figura jurídica de los esponsales desde el antiguo derecho Romano, la promesa de la dote era entregar una cosa sea en especie, tierras, oro, ganado, entre otras; para una vez consumado el matrimonio la pareja pueda desarrollar su vida independientemente de sus padres, emancipándose y de ese modo procrear y constituir una nueva familia.

Foto del Cuadro al oleo de la artista Nelly Amado, amiga de los Montiel Fuenmayor,
obra que fue expuesta en Berlín Alemania, en el año 1938, representando a Venezuela
como muestra de la vida en el campo venezolano.
Don Pedro Fuenmayor, terrateniente de Monteclaro le cedió por escritura a papa Luis, la Dote de las tierras de lo que luego sería el Hato San Luis, así fundado por él, mas rebaños de animales mayores y menores con hierro y señal; esa Dote constituía además un pacto de caballeros, donde el prometido asumía de por vida el matrimonio y la unión con su pareja, con todos los deberes y derechos que mutuamente se conceden los contrayentes ante el altar de Dios. 

Papá Luis y su nieto Joseito,
al regazo de sus brazos.
Diez hijos procreo el abuelo con la abuela, María Mercedes, Francisco Antonio, María Trinidad, Luis Nicomedes, María Lourdes, José Julián, María Espíritu Santo, Dimas de Jesús, Carmen Domitila y Aurelio Lubín Montiel Fuenmayor; dos murieron siendo niños, María Espíritu y José Agustín, selección natural de los más fuertes. 

Durante los primeros años del siglo XX y hasta el año 1940, el Hato San Luis estuvo floreciente y productivo, con la enfermedad del abuelo todo decayó, se vio obligado a residenciarse en Maracaibo en la casa de Tío Dimas, llamada El Cristo, para hacerse su tratamiento médico, dejando este mundo en el año 1947; y tal como dice el refrán popular -el ojo del amo es el que engorda el caballo- se cumplió una profecía del abuelo Papa Luis, durante la construcción de la carreta Maracaibo vía El Mojan, una tarde, parado frente a la majada del Hato San Luis, mientras observaba a los presos enrastrillar el caliente asfalto sobre la calzada engranzonada, levantó su vista, y mirando el horizonte donde el Sol de los Venados decoraba la tarde sobrecogedora, dijo: –ahora si es verdad que se acabara el campo-.

A continuación los documentos suscritos por Don Pedro Antonio Fuenmayor llamado por mamá y los tíos Papá Perucho donde le cede en venta a Papá Luis el hato "San Luis" el 30 de Noviembre de 1899, tal como consta en su nota de registro.


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José Luis Reyes Montiel.







sábado, 3 de octubre de 2015

En Octubre

Pascual Reyes Albornoz en la
fuente de soda Lago Mar Beach.
Estoy sentado en la poltrona de papá frente a su ventilador, mirando el piso de su habitación, la luz de la mañana penetra a través de la abierta ventana reflejándose sobre las baldosas, resaltando figuraciones de formas captadas por mi imaginación, un mutismo recóndito se eleva desde el techo y por entre sus varas de mangle, resonando ausencias, la vida es un enigma y se escucha, sus ecos retumban en mis sentidos.

Logro  apartar mi cerril ausencia  y reasumo los instantes traslucidos, me envuelvo en la inmensa bata de baño de papá y me pongo sus carricochos, reviso las gavetas de su Escaparate, me pongo su reloj y sus polainas, entre sus anzuelos, encuentro su libreta de conducir, en su pagina de notas una multa extendida por consumir bebidas alcohólicas conduciendo, me sujeto sus lentes de sol y su pipa y me miro en su espejo de afeitar colocado sobre la cómoda, reviso dentro de sus gavetas, donde aún se conservan sus olores junto a su crema de afeitar, su máquina de afeitar, su brillantina para el cabello, su cajita surtidora de papel para el control de glicemia, unas llaves viejas, un sobre plastificado donde guarda los documentos de sus propiedades y muchos documentos, entre facturas y recibos.

A más de cuatro lustros desde su partida, recuerdo a papá regando las cantaras de las matas en el patio de nuestra casa, rociando sus hojas, sentado sobre su taburete manguera en mano rociando la arena, mientras "Duque" nuestro perro correteaba velozmente toda la extensión de nuestro inmenso patio.

Era Octubre y comenzaban las camañuelas de invierno, las hojas despuntaban al alba humedecidas por el rocío de la madrugada, todas las plantas reverdecían a instancias de las lluvias, el despejado cielo del estío dejaba atrás el verano, dándole paso al cobijo del cielo con las nubes de la floreciente estación de invierno, una alfombra de amarillas florecillas visten los Abrojos del solar del fondo del patio, desde las ventana de la cocina, me extasío mirando el ambarino intenso de sus pétalos; papá sentado en su taburete y sobre la mesa de la cocina, partía entre sus manos un Limón y lo sorbía para hacerse pasar la llenura del almuerzo, arraigada costumbre que se hizo mía, al degustar algún plato alto en grasas.

Mucho tiempo atrás, y desde esa misma cocina, un fuerte aguacero caía inundando los albañales de la casa, papá se puso sus pantalones cortos y salio a bañarse bajo la lluvia, sin pensarlo dos veces, yo como todo niño, salí acompañando a papá bajo la lluvia, mientras él se apostaba bajo el fuerte chorro de agua de lluvia que brotaba desde el techo por las bocas abiertas de las gárgolas,  desde lo alto de las cornisas que adornaban el borde de la pared de la vieja casa; yo corría por el patio entre el aguacero y me dejaba deslizar sobre el inundado camellón desde el portón hasta la escalerilla de su entrada principal.

Fragilidad de la alegría y el tiempo tan efímero, cuando disfrute de la compañía de mi padre, era su presencia un regalo impostergable, y su mano la oportuna corrección de mis primeras malas palabras, con solo dos de sus inmensos dedos sobre mis labios, doblego la insolencia de la mala crianza, sembrando con dignidad mi destino.

Es Octubre, y su recuerdo me embarga como el primer día de escuela, de tiempo en tiempo me traslado de regreso a nuestra casa, busco a papá entre el corredor y su aposento, quizás él presagiaba su ineludible adiós porque me llevaba para acompañarle hacer sus diligencias, a su lado en su carro me quedaba dormido regreso a la casa, donde solo unos meses despues desde su ataúd y frente a él, me despedía en  la dolorosa separación que los años no han logrado borrar de mi memoria.

José Luis Reyes Montiel.