sábado, 3 de octubre de 2015

En Octubre

Pascual Reyes Albornoz en la
fuente de soda Lago Mar Beach.
Estoy sentado en la poltrona de papá frente a su ventilador, mirando el piso de su habitación, la luz de la mañana penetra a través de la abierta ventana reflejándose sobre las baldosas, resaltando figuraciones de formas captadas por mi imaginación, un mutismo recóndito se eleva desde el techo y por entre sus varas de mangle, resonando ausencias, la vida es un enigma y se escucha, sus ecos retumban en mis sentidos.

Logro  apartar mi cerril ausencia  y reasumo los instantes traslucidos, me envuelvo en la inmensa bata de baño de papá y me pongo sus carricochos, reviso las gavetas de su Escaparate, me pongo su reloj y sus polainas, entre sus anzuelos, encuentro su libreta de conducir, en su pagina de notas una multa extendida por consumir bebidas alcohólicas conduciendo, me sujeto sus lentes de sol y su pipa y me miro en su espejo de afeitar colocado sobre la cómoda, reviso dentro de sus gavetas, donde aún se conservan sus olores junto a su crema de afeitar, su máquina de afeitar, su brillantina para el cabello, su cajita surtidora de papel para el control de glicemia, unas llaves viejas, un sobre plastificado donde guarda los documentos de sus propiedades y muchos documentos, entre facturas y recibos.

A más de cuatro lustros desde su partida, recuerdo a papá regando las cantaras de las matas en el patio de nuestra casa, rociando sus hojas, sentado sobre su taburete manguera en mano rociando la arena, mientras "Duque" nuestro perro correteaba velozmente toda la extensión de nuestro inmenso patio.

Era Octubre y comenzaban las camañuelas de invierno, las hojas despuntaban al alba humedecidas por el rocío de la madrugada, todas las plantas reverdecían a instancias de las lluvias, el despejado cielo del estío dejaba atrás el verano, dándole paso al cobijo del cielo con las nubes de la floreciente estación de invierno, una alfombra de amarillas florecillas visten los Abrojos del solar del fondo del patio, desde las ventana de la cocina, me extasío mirando el ambarino intenso de sus pétalos; papá sentado en su taburete y sobre la mesa de la cocina, partía entre sus manos un Limón y lo sorbía para hacerse pasar la llenura del almuerzo, arraigada costumbre que se hizo mía, al degustar algún plato alto en grasas.

Mucho tiempo atrás, y desde esa misma cocina, un fuerte aguacero caía inundando los albañales de la casa, papá se puso sus pantalones cortos y salio a bañarse bajo la lluvia, sin pensarlo dos veces, yo como todo niño, salí acompañando a papá bajo la lluvia, mientras él se apostaba bajo el fuerte chorro de agua de lluvia que brotaba desde el techo por las bocas abiertas de las gárgolas,  desde lo alto de las cornisas que adornaban el borde de la pared de la vieja casa; yo corría por el patio entre el aguacero y me dejaba deslizar sobre el inundado camellón desde el portón hasta la escalerilla de su entrada principal.

Fragilidad de la alegría y el tiempo tan efímero, cuando disfrute de la compañía de mi padre, era su presencia un regalo impostergable, y su mano la oportuna corrección de mis primeras malas palabras, con solo dos de sus inmensos dedos sobre mis labios, doblego la insolencia de la mala crianza, sembrando con dignidad mi destino.

Es Octubre, y su recuerdo me embarga como el primer día de escuela, de tiempo en tiempo me traslado de regreso a nuestra casa, busco a papá entre el corredor y su aposento, quizás él presagiaba su ineludible adiós porque me llevaba para acompañarle hacer sus diligencias, a su lado en su carro me quedaba dormido regreso a la casa, donde solo unos meses despues desde su ataúd y frente a él, me despedía en  la dolorosa separación que los años no han logrado borrar de mi memoria.

José Luis Reyes Montiel.






   

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