sábado, 11 de febrero de 2012

Villa Carmen

Papá, Sarita y yo, en el patio de Villa Carmen.
La casita de Santa Rosa, como cariñosamente le decíamos, estaba en un lugar abierto desde la trilla de arena que extendiéndose desde El Milagro se comunicaba con la carretera vía a Santa Cruz-El Mojan, entre la Tienda de Robinso –Robinson-  y antes de la Capilla de la Virgen del Carmen, situada a la izquierda del camino adornada por dos inmensos y ancestrales árboles de Cotuperí, allí encontrábanse dos hatillos –granjas de pequeñas dimensiones de terreno dedicadas a la cría de aves de corral y huerto de frutas y hortalizas- “Villa Carmen” y su vecina “Villa Virginia”, fue en el hatillo “Villa Carmen” donde llegué chiquito porque había nacido en Maracaibo, dicho hatillo fue adquirido por mi abuelo Papá Luis al señor Jesús Evelio Valbuena por el año 1927.

“Villa Virginia” el hatillo vecino y colindante, era propiedad del Sr. Abraham Valbuena llamado por papá “El Tigrillo” fueron grandes amigos de tragos y parranda durante años, hasta la muerte de “El Tigrillo”.

Enfrente de estos dos hatillos gemelos, había un área despejada de terreno en forma de cuña, que fungía como una gran plaza que se extendía desde la Capilla hasta una gran Cruz de madera frente a aquella, cada 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, se festejaba con la procesión que solía salir de la capilla, con el retablo de la Virgen, marchar ceremoniosamente por la plaza hasta la gran Cruz y girar en ésta para regresar en procesión hasta la capilla, aún recuerdo las detonaciones de los morteros que, siendo muy infante, me causaron mucho miedo, con el tiempo me hice piromaníaco en navidad.

Los primeros años de mi existencia los viví allí, de muy carajito, con el cariño de mis padres, recogiendo lechosas, guineos, melones y patillas de la huerta –mamá me cuenta que papá contrataba jornaleros para limpiar y trabajar la tierra con palas y sembrar- la lluvia se encargaba de lo demás, esos fueron mis primeras experiencias sensoriales. Recuerdo a Mamá, lavando los platos debajo de un arbolito de Guayacán, cuando sacudía los platos salpicaba el detergente y caía entre los espacios del estambre de la jaula de los pájaros, emergiendo bombitas de jabón que la brisa llevaba hasta desaparecer en el aire; debajo de ese arbolito de Guayacán se amarraba a “Canelón” el perro de la casa.

“Villa Carmen” era un lugar sumamente fresco, cercana a las playas del norte de Maracaibo -entre ellas la famosa playa “Brisas del Lago”- sentarse en su frente o colgar una hamaca en la sala resultaba más que placentero. La brisa constante del lago refrescaba la casa integrada por una gran sala, habitación, corredor y enramada –cobertizo- detrás estaba la cocina –fogón- era una casita típicamente maracaibera, con sus puertas y ventanas de madera y techos de tejas con sus varas y horcones. Había algo allí de naturaleza trasmutada, alucinante y misteriosa, en los matices naranja de la tarde y en el eco del monte allende la arboleda entre los cujies y cactus, donde el sonido constante de las Chicharras pedía incesante la lluvia, la brisa del lago pasa a través de los postigos de las ventanas y susurra sus cantos penitentes de arcanos invisibles, son los ancestros que vienen a visitarme en mi sueños de niño, dolores futuros de mi existencia quizás se fraguaban, para formar cual alfarero del destino, mis pensamientos, añejados de aromas de manglares, las varas del tejado acumulan en mi hamaca el aire impregnado de tierra, peces y caracoles, es la madera impoluta en la distancia de ecosistemas almacenados en sus nervaduras exhalando sus esencias, busca mi almita inocente, en los antepasados su futuro, ansioso, feliz, valiente y tenaz.     

Un poco mas o menos distante, a “Villa Carmen” siguiendo la trilla de arena estaba el hato “Monte Carmelo” propiedad de los Ferrer Ferrer, allí viva una amiga de mamá Carmen Ferrer y una señora sumamente anciana fundadora de ese caserío Santa Rosa de Tierra para diferenciarlo de Santa Rosa de Agua, donde están los Palafitos, decían que la señora Pauselina Ferrer tenía 110 años, lo más curioso de la viejita era que fumaba con el cigarrillo al revés, es decir con la parte encendida hacía dentro de la boca.

Con los años muchacho y hombre, en diversos 16 de Julio, tiempo de vacaciones escolares, visité la casita de Santa Rosa, eran como dije fiestas de la Santísima Virgen del Carmen, la primera impresión que recuerdo fue una fuerte tempestad que se desató en plena procesión, se dijo entonces entre la multitud que la Virgen estaba brava y hubo que resguardarla devuelta a la iglesia, en años posteriores la procesión marchó mucho allá de la cruz de madera rondando todo el sector y la lluvia comenzaba después de terminada la procesión, casualidad o causalidad; recuerdo también a las vecinas de Santa Rosa saludando a mamá con su nombre completo y cantaito… Carmeeennn Domitiiilaa… haciendo énfasis en el Domitila, luego sostenían una larga conversación intercambiando noticias de amigos y familiares enfermos o difuntos, o algún brollo de vecindad.

Un dato curioso, recuerdo muy bien la huerta de matas de Achote de la señora Graciela Sánchez, vivía enfrente de “Villa Carmen” pasando la carretera, ya la trilla había desaparecido por el asfalto, aquel era un arbusto muy semejante al del Hicaco, su tamaño favorecía la recolección de su fruto, un capullo verde cubierto de espinas flexibles que parecían mas bien bellos, al estar jecho (maduro) estaba completamente seco, entonces este se habría fácilmente y se raspaba con una cucharilla su contenido, los granos rojos de achote, el cual se molía bien con un molinillo a mano, o bien con un mortero o piedra de moler, las manos se teñían de un rojo intenso y era muy difícil disimular que uno estaba jurungueando (molestando y tocando ociosamente)  entre las matas de achote y reventado uno de sus capullos.

Entre los personajes más populares de Santa Rosa, cuyo nombre recuerdo, están Robinso el dueño de la Tienda, Nery Ferrer la hija amiga eterna de Mamá y Sara, Carmen Ferrer la matrona del Hato Monte Carmelo, sus hijos Elio, Oswaldo el Odontólogo, entre tantos eran doce hijos; Graciela Sánchez y su esposo Vitico Fuenmayor, Lucinda, Trina Cubillán, Abraham Valbuena "El Tigrillo” amigo de papá, y sobre todo la viejita de 110 años Pauselina Ferrer, suegra de Carmen Ferrer.        

Mamá siempre dijo que los años mas felices los vivió en “Villa Carmen” y no lo dudo, allí nacimos Sara y yo, papá solía tumbarse en su hamaca puertas y ventanas abiertas, dejando entrar la fresca brisa, no faltaba nada y nadie molestaba, no había temor ni miedo, a pesar de la soledad del campo se vivía de verdad.

José Luis Reyes Montiel.







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