sábado, 21 de junio de 2014

Ni santo ni beato, sino digno y esforzado.

Sobre santos y beatos, si alguna vez tuve un santo muy de cerca, fue entre la rampa y los pasillos del Colegio San Vicente de Paúl, en efecto uno de carne y hueso, no tan popular como el Dr. Hernández, pero sencillo y muy cortes si lo era, además de un hombre muy estudioso, cuando dejo este escenario mundano, apenas un tiempo antes, tuve por suerte un último encuentro con su conversación fluida como manantial, tomando carrito de Ziruma en la Redoma de entrada del núcleo humanístico de LUZ, donde cursaba estudios en comunicación social.

Había sido mi profesor de Educación Artística y luego de Historia del Arte, dos materias terribles para muchos de mis compañeros de clase, quizás tanto como las famosas tres Marías, Física, Química y Matemáticas; fueron los maravillosos y juveniles años de 1970 – 1975, entre mi casa y el Colegio, el itinerario necesario entre los sueños e ilusiones de efervescentes pensamientos e idearios replegados, entre las hojas de mis viejos libros.

Aquel hombre, español de pura cepa, sacerdote Paul, de pequeño pero bien formado físico, Futbolista, cuando comenzaba a conversar no tenía cuando parar, con la ilación de su castizo e ibérico acento y su sonrisa, mientras su mirada reafirmaba cada palabra, enmarcados sus ojos por los gruesos lentes de su miopía, visual únicamente, pues hay miopes que ven pero sin ver, pues son miopes del pensamiento, incapaces de mirar un poco más allá de lo aparente, cosa triste pero fatal, causa de nuestra ruina intelectual.

El Padre Luis Moreno, así de informal, como su presencia, su bolígrafo siempre en su bolsillo de camisa, por si había que explicar algo en el pizarrón o señalarlo en las gráficas del viejo aparato proyector de imágenes opacas en el Salón de Audiovisuales, sus clases no eran clases, eran temarios magistrales de arte, sobre pintura,  la luz entre Rembrandt y Van Gogh, la sobre dimensionalidad de El Greco, la composición de Velázquez, lo expresivo y figurativo de Goya, lo onírico en Salvador Dalí y las abstracciones de la realidad de Picasso;  sobre arquitectura, desde las pirámides y los órdenes clásicos griegos, seguida de la escultura, la rigidez oriental mesopotámica y egipcia y los cánones de la escultura grecorromana.

No podían faltar los órdenes arquitectónicos religiosos desde el  Románico y su arco de medio punto, pasando por el Gótico y su arco Ojival hasta el Barroco y  Rococó, sobre cargado de elementos decorativos de todos los otros órdenes.

¿Quién con una disertación así no se bebía sus clases? trasladándote al sitio y momento histórico de cada escenario y cada personaje del arte y su obra, a través de cada cultura y pueblo, de cada tiempo y espacio de la creación artística de la humanidad.

¡Ah! Pero el padre Moreno tenía un carácter, propio de todo buen maestro,  justo con el buen estudiante y cumplidor, pero severo con los malos y flojos,  recuerdo que cuando alguno de sus alumnos no respondía correctamente a las pruebas orales, pantalla en mano, con el reproductor gráfico, como solía evaluar, recuerdo el caso de un pequeño burgués, muy conocido y cuyo nombre omito, preguntándole sobre el Pórtico de la Iglesia de Santiago de Compostela,  él muy ocurrente muchacho le respondió -¡Ah! Estas son las escaleras de la iglesia- causando la hilaridad del grupo y el padre Moreno le replico… -¡serán las escaleras de tu casa!-… y aumento la risa entre los muchachos… y lo mandó a sentar con tremendo 00.

Pero también, el padre Moreno, como todo sacerdote o profesor que se respete en el otrora Colegio no se ahora, tenía su sobrenombre impuesto por la muchachada, su seudónimo “Fuduco” que quería decir no me pregunten, porque nunca nadie supo ni de donde salió ni quién lo invento, Fuduco lo pusieron y Fuduco se quedó; quizás alguna vez llegó a saber su sobrenombre, pero estoy seguro que entre la simplicidad y el arrebato de su carácter dejaba pasar el improperio del seudónimo que al final de cuentas no quería decir nada.

Se acercaba el final de curso, era aquel año de 1973, y los muchachos inventaron una salida de paseo en grupo, para deslastrar el estrés de las evaluaciones;  ¡que si para el zoológico!, estaba recién inaugurado el Parque Sur de Maracaibo, ¡que si para una playa!, y dos profesores fueron propuestos acompañarnos para dicho paseo, el Lic Manuel Negrón y el padre Moreno.

Terminó acompañándonos para la playa el padre Luis Moreno, entonces aún habían unas playas aptas al norte de Maracaibo, las que van desde Las Palmeras hasta la playa de la Universidad del Zulia, entre ellas la playa de las otrora Fuerzas Armadas Policiales del Zulia, la playa de la policía, como era conocida popularmente, cedida al grupo escolar por algún representante vinculado a dicha Fuerza Pública.

Cada quién hizo su aporte en efectivo para pagarle al chofer del bus del Colegio, se compraron además refrescos y chucherías, algunos representantes brindaron aparte refrescos, sándwiches y perros calientes, y arrancamos rumbo a la playa de la Policía, tomamos las Delicias y después la vieja carretera vía Santa Rosa, pues aún no estaba construida la actual avenida Milagro Norte; la pasamos de maravilla el padre administro las viandas y hubo para todos, jugamos con el padre Moreno pelota, futbol, volibol, nos bañamos y asoleamos, regresamos al Colegio como a las cinco de la tarde, quemados por el intenso Sol de nuestro Lago, rojos todos como camarones.

Un día triste, fue aquel, cuando a los meses de graduarme de abogado, me enteré de la infausta noticia, el padre Luis Moreno murió de un tumor en la cabeza, su muerte fue tan sorpresiva como inevitable, apenas unos meses antes sostuvimos una breve conversación  en el estacionamiento de Humanidades, me quedó el recuerdo de su encuentro casual, mientras ambos esperábamos la buseta o el carrito de Ziruma, él para retornar a su amado Colegio y yo para regresar a casa.

Tengo la certeza, de haber conocido un ser humano de excepción, él no se propuso ser ningún santo ni beato, pero si fue un hombre digno y esforzado, estudioso y educador, quien aparte de haber sido sacerdote, tenía los carismas de la erudición con un firme sentido de la austeridad.



José Luis Reyes Montiel.       











domingo, 8 de junio de 2014

El Doctor Venerable.

El niño José Gregorio Hernández
Entre beatos y los ya canonizados santos de la devoción Católica, Apostólica y Romana, destaca el  decretado por el entonces papa hoy San Juan Pablo II “Venerable Venezolano  Dr. José Gregorio Hernández Cisneros”.

El Doctor José Gregorio Hernández, como devotamente lo llama su pueblo amado, fue un eminente hombre de ciencia, pues egresado de la Universidad Central de Caracas, con el título de médico, continua estudios en París y Berlín sobre microbiología, patología, bacteriología, histología y fisiología experimental;  al regresar a nuestro país se dedica a la docencia en su Alma Mater trajo de Europa entre abundante bibliografía científica y otros instrumentos médicos el primer Microscopio a Venezuela,  aquel muchacho trujillano quién a sus 13 años manifestó a su padre, Benigno María Hernández Manzaneda, su inclinación por los estudios de Derecho, pero su padre le infundió su carrera de médico.

Este hombre de ciencia fortalecía su condición científica con un profundo humanismo cristiano, inspirado por su formación del hogar entre su devoto padre y su madre Josefa Antonia Cisneros Mansilla, quienes otorgaron los carismas de la fe y el amor por la humanidad que llevo sembrada en su conciencia el eminente hombre Venezolano.

Su vida y obra, es un ejemplo de voluntad y esperanza, sobre todo en tiempos de tanta deshumanización, retomar esos valores de bondad y servicio a la comunidad y al hombre, sin que por eso perdiera su decoro personal, pues quién desconoció en su tiempo el profesionalismo y espíritu de servicio social del médico de cabecera del pueblo.

1917 Nueva York.
Recuerdo desde niño, como en el retablo de oración de Mamá no podía faltar aquella semblanza piadosa y característica del Dr. José Gregorio Hernández, paradito con su traje negro impecable, antebrazos y manos detrás de su cuerpo, con su mirada que diluía el corazón, recuerdo también su historia novelada en la Radio, mientras mamá hacía el almuerzo y yo muchacho jugaba sentado en la mesa del corredor de la casa, escuchaba sus historias, llenas de bondad y fe cristiana incondicional.

La existencia humana, a veces alegría a veces tristeza, pero para el Cristiano esta la esperanza, aquella que reina en la oración y en su encuentro con Cristo Jesús, cuando en la mesa falta el pan, y la escritura te dice no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que baja del altísimo.

La vida es fe y amor, un camino por recorrer,  este es el mensaje del Dr. Hernández, un mensaje de esperanza y de amor, de caminarse la vida con una voluntad de acero, con hidalguía, servir para sentirse servido y útil, ese es el mensaje, la vida es un periodo de tiempo, un intervalo de existencia, en la inmensa línea recta de la cotidianidad, donde solo quedan los recuerdos y lo aprendido, lo vivido y el ejemplo de nuestra existencia, cuánto vale cuanto tienes, dicen la venalidad de los de efímero pensar, cuanto vales cuanto hiciste, profesan los ricos de corazón, el Doctor Hernández, además de médico y científico, docente e investigador, fue un poliglota hablaba inglés, francés, alemán, italiano, portugués y latín, era además músico, filósofo y atesoraba profundos conocimientos en Teología, además era Sastre, el mismo se hacia sus trajes.

Fotografía de un un joven José Gregorio Hernández
a comienzos de su apostolado como médico, investigador
y estudioso de las enfermedades endémicas venezolanas de entonces.
La vida del venerable Dr. Hernández es sobrecogedora, de constante búsqueda lo lleva desde Isnotú su pueblo natal en el Estado Trujillo a Caracas, luego a París y Berlín (1889), Nueva York y Madrid (1917), el muere trágicamente, un 29 de junio del año 1919, había nacido el 26 de Octubre de 1864, nos deja sus 55 años de fructífera vida, buscando su camino, llegó a consagrarse a  la vida religiosa como monje cartujo (1908), una de las mas severas y estrictas ordenas religiosas, pero su guía espiritual lo encaminó y le señalo que más falta hacía a sus hermanos en Cristo, quienes por él esperaban en aquel su lejano país tropical.    



José Luis Reyes Montiel.