En la calle 70 antes llamada “El
Chimborazo” con la avenida 14 del sector Tierra Negra de Maracaibo, estaba la
Escuela “Los Angelitos” en todo el centro de la cuadra de casas, hacia su
extremo Este esta la esquina del Abastos Quintero, cuyo cuento del señor
Gabriel ya les comenté.
Papá, mamá, Sara y yo, nos
residenciamos en ese sector en el año 1965, entre la calle 69A y la avenida 13,
en la casa que otrora fuese un Hato y que a mediados de los años 1940 papá lo
alquiló para actividades comerciales, depósito y estacionamiento de camiones, luego ya para la década de los
años 1950 y primera mitad del los años 1960, la casa por poseer un amplio
terreno fue arrendado para oficinas y deposito del Ministerio de Obras Públicas
(MOP) de la administración central.
Típica ventana marabina con su postigo abierto y balaustrada de protección. |
Caprichos del tiempo y de la
dialéctica existencial, Geramel el hijo de mis tíos mí primo, se crío en esa
tienda, como su dependiente, ayudando a su padre mi tío “Segundo” en los
quehaceres del negocio, acomodando gaseosas y cervezas en la refrigeradora,
surtiendo de víveres y mercancías el local y atendiendo a la clientela,
aprendiendo el oficio de comerciante que le valió ser en el futuro propietario
de la Distribuidora GERSAN, C.A. una de las firmas mas reconocidas en el
occidente venezolano, durante sus buenos tiempos de los años 1970, 1980 , 1990
y 2000, cuatro décadas de trabajo en el ramo de repuestos automotrices. Geramel
Sánchez Montiel, con la distancia de los años, quién es mi suegro hoy día,
padre de mi esposa Mercedes Sánchez Ochoa, madre de mis hijos Carmen Mercedes,
Elías José y Ezequiel Simón Reyes Sánchez.
En la tramoya de este cuento, el
sector Tierra Negra, así curiosamente denominado, luego de ser una barriada
popular se levanto como sector residencial con amplísimas calles y avenidas;
recuerdo que para el momento de nuestra llegada (1965), aún se conservaba un asentamiento guajiro
con sus casitas de tablas, se encontraba en la esquina diagonal a nuestra casa,
ahí la matrona wayuu señora Natalia, la
china Natalia como le llamaban, amiga de mi padre, criaba chivos y sembraba yuca y plátanos,
recuerdo que papá solía comprarle carne salada de carnero la cual llamaban “cecina” que mamá le preparaba en Coco,
acompañada con Arroz blanco al ajo y su respectivo e infaltable plátano maduro.
Pasando la calle vivían la Jorobada, María la Tuerta y las Cabras Viejas, populares vecinas del sector siempre atentas al entrar y salir de los vecinos colindantes, hacía la avenida 13 estaba la moderna quinta de “Las Martínez”
y antes de ésta la casa de Apolonia Sánchez Montiel de Olivares, hija de tío
Segundo y tía Mercedes, y al lado la casa de los Olivares Nava, el señor
Eugenio, y sus hijos Minerva, “Reyito” y el otro que no me acuerdo.
Otro personaje del sector, era el
primo Jairo Rodríguez, al menos eso decía éramos nosotros de él, pues
invocaba su parentesco no muy claro por la rama familiar de los Reyes, Jairo
era hijo de la señora Josefina Nava, que vivía en una casa rodeada de enormes
matas de Níspero y Mangos, el primo Jairo Rodríguez, sin duda todo un
intelectual, conversaba con propiedad, uno de esos bachilleres bien formados de
la vieja guardia, además de ejecutar con soltura el piano, interpretando a
grandes maestros de la música clásica, yo personalmente siendo niño disfrute de
su conversación y especialmente de sus veladas al piano pues cuando empezaba no
encontraba fin, uno de esos personajes marabinos al abrigo de su honradez con
una amplia cultura, vestía siempre con su pantalón oscuro, correa al cinto,
camisa blanca manga larga con sus yuntas de oro y su corbata elegantemente ceñida
con un pisa corbata de oro. Murió
joven, al delirio de su epilepsia.
En ese bucólico ambiente, terminé
de pasar mi infancia y primeros años juveniles, ya no estaban las chozas wayuu,
y en su lugar se construyeron viviendas unifamiliares, y los nombres de las
avenidas y calles del sector cambiaron sus históricos nombres por una
impersonal nomenclatura, solo quedó en el recuerdo la popular avenida Campo
Elías, como la avenida 11 que empieza en la entrada de Cecilio Acosta (Calle
67) y termina en la calle 79 (Dr. Quintero Luzardo) pasando por la calle 78
(Dr. Portillo).
En aquellos soleados pero frescos
días de 1.966, llego el momento de comenzar mi conocimiento de las letras y
aprender a leer, instante terrible para todo infante al separarse del regazo
familiar, simplemente yo no quería ir a la escuela, estaba rebelde, a tal
extremo que cuando papá me dejó en la escuelita de la maestra Nelva, barajusté corriendo detrás del carro de
papá gritando como loco y llorando, papá querendón me llevo de regreso a casa, pero
mamá se compuso con la maestra Nelva, y me tocaron mi punto débil, en la
escuelita preparaban unos polos de Quley (Kool-Aid) ese
día mamá conversaba con la maestra Nelva mientras yo consumía el saborizado
helado, mientras escuchaba desde un viejo y enorme radio de madera el éxito del
momento, Mi Limón Limonero en la voz
del negro Henry Stephen (1.966), sentado en una poltrona de la sala de la
escuelita, cuando terminé busqué a mamá, no estaba por todo el lugar, y ante la
muchachada no tuve alternativa sino quedarme quietecito y echarle pichón al
asunto este de la escuela, sus letras y sus dictados.
Yo era muy gordito, luego haciendo deporte en la
Universidad perdí muchos kilos y ahora estoy otra vez muy gordito, el caso fue entonces, también
había el llamado bulling escolar, algunos carajitos no todos, se burlaban de
mi, hasta que un buen día para mí, muy mal día para ellos, les eche una lavativa durante el recreo, en el fondo del patio de
la escuelita estaba tirado un tronco seco, debajo del cual se anidaban todo
tipo de bicho rastrero, entonces rete a los entrometidos y abusadores carajitos
llevándolos hasta el sitio, como yo desde niño siempre fui fuerte les dije -a
que no pueden levantar ese tronco- nadie pudo, entonces yo de antemano y con
alevosía lo removí y la cucarachamentazón que estaba escondida debajo del
tronco salio aleteando por millares, espantando a los malosos carajitos que ya
me tenían frito con su mamazón de gallo,
esos chamos no se metieron mas conmigo.
Paladeando los polos de Quley de la escuelita de la maestra Nelva, a la mano del cuaderno Caribe, mi lápiz Mongol y una tablilla de madera donde mamá me escribió las vocales y las consonantes, pasó aquel año de escuelita, cuando aprendí las primeras letras, lo más difícil fue aprender a leer y escribir, todo lo demás se aprende pensando.
José Luis Reyes Montiel.
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