viernes, 4 de junio de 2021

La Hermandad.

Obra del artista Pedro Vargas,
editada por mi persona para este portal.

Corría el año de 1985, estudiante de Derecho en nuestra amada e imperecedera Universidad del Zulia, ostentaba mis 25 años, con sus altos y bajos de la vida, entre aquellas reflexiones existenciales de época, buscando caminos, en los trances del destino y entre dudas metódicas, discerniendo verdades, dejando atrás pretensiones juveniles, un día de regreso a casa desde la Universidad, caminando los sitios de aquella otra ciudad de Maracaibo, llena de vida y calor, me dejé llegar hasta el interior del Convento de San Francisco, apartado del bullicio exterior de la Plaza Baralt que coronaba, como un trono celestial, entre el jolgorio de buhoneros y mercancías.

Aquellos son los mercaderes del templo, pensaba, pero una vez dentro del recinto franciscano, el olor de las velas encendidas por los piadosos y las reminiscencias de inciensos impregnados en los gruesos muros, me inducían al recogimiento y la oración; a esa hora del día y entre semana, un devoto realizaba la veneración perpetua del Sagrado Sacramento del Altar.

Con la señal de la cruz y de rodillas, inicié tantas veces mis meditaciones y sentado desde los escaños, mi vista se paseaba por el alto techo, sus maderas, la fornida arcada sobre el altar y el retablo de madera tallada al estilo ojival, donde unas representaciones sacramentales, configuraban a la imaginación del orante, una muestra de la piedad y santidad cristiana.

Si corría con suerte, mi confesor en ese tiempo, el Fraile Capuchino Castor (QEPD), lo encontraba Rosario en mano, orando dentro del Confesionario, y más que confesiones, sosteníamos una charla sobre diversos temas que yo le planteaba, él muy dispuesto me escuchaba y me hacía discernir sobre mis dudas y complejidades, que siendo uno joven sobreabundan, de ese modo fui superando tantas complicaciones juveniles arrastradas desde mi infancia, adolescencia y en ese momento de mi juventud aún requería deslastrar; que complicada es la existencia, cuando uno se enfrasca buscando verdades.

Para otros el asunto vivencial puede ser más llevadero, cuando los cuestionamientos no abruman la razón, cuando la simplicidad no supera las distracciones convencionales, comer, vestirse, divertirse y dormir, son el día a día, con sus obligaciones y deberes propios, estudiar o trabajar, es una rutina vital, que se quebranta cuando la cuestionas, cuando la replicas con otros argumentos, también valederos, pero peligrosamente aislacionistas. Superar el aislacionismo es difícil, si, por ejemplo, vas a una fiesta y una chica te saca a bailar, hasta afortunado era joven, pero, terminas pisándoles los pies por no saber bailar.

En esos años formé parte integrante de la Hermandad Franciscana, un grupo juvenil de oración y cantos, nos reuníamos los sábados en la tardecita, todo marchaba bien bonito y chévere, hasta que, al padrecito capuchino, que nos servía como nuestro guía y mentor, lo trasladaron a otra localidad de Venezuela, luego impusieron un fraile algo cascarrabias y entrado en años y el encanto, como la espuma, se desvaneció.

El padre Castor, aunque muy carismático, estaba demasiado anciano y cegato como para asumir esa tarea, de tal manera que con la presencia del nuevo fraile algo soberbio y muy poco carismático, poco ayudo a preservar la integridad del grupo juvenil, hasta dejar de reunirse los sábados por la tarde.

Seguí asistiendo como de costumbre a la Sagrada Eucaristía de los domingos, hasta que el padre Castor en su ancianidad dejó de celebrarlas, el tiempo así pasó, la vida tenía otros planes conmigo, ¿Quizás? Pero quedó en mi recuerdo aquel vibrante y colorido llamado, en una conversación de confesionario, el padre Castor me invitó en su español clásico: -Hazte fraile José Luis.

JLReyesMontiel 

 

martes, 1 de junio de 2021

El Rinconcito.

Régulo Montiel Ferrer

Érase el nombre de una pequeña tiendita, ubicada entre las avenidas 11 y 12 a la altura de la calle 69A, del urbanizado sector denominado desde antaño “Tierra Negra” de la ciudad de Maracaibo; cosa curiosa el nombre de esa zona de nuestra ciudad, siempre llamó mi curiosidad porque fue mencionado de esa manera Tierra Negra.

La única relación entre ese nombre y aquel antiguo caserío maracaibero, era los cascajos de carbón vegetal, que ennegrecían la arena del fondo existente en toda la esquina de la propiedad de mi padre Pascual Reyes Albornoz, ubicada en la esquina de la avenida 13 con la misma calle 69A, nomenclaturas actuales de ese sector marabino, dadas durante la administración municipal del señor Numa Márquez.

Cuando nos mudamos, sería el año 1965, un poco más o menos, de nuestra casa de El Saladillo en la calle Venezuela, nos residenciamos en esa propiedad; mamá me contó que antes era un Hato, cuyos terrenos mi padre fue vendiendo por parcelas, y en el cual, según en ese antiguo hato, por los años 1940-1950 se desempeñó como un Bar denominado “Claro de Luna” el cual mi padre rentó a una señora apellidada Godoy, cuyo nombre no me acuerdo. Más luego, en los años de 1960, estuvo rentado al desaparecido Ministerio de obras Públicas (MOP) como depósito de maquinaria y estacionamiento.

Lo cierto del asunto, en mi pueril imaginación, relacionaba el nombre de Tierra Negra, con la ennegrecida arena por el carbón vegetal depositado desde muy antiguo en la parte trasera de aquel viejo local comercial, propiedad de mi difunto padre, donde más después funcionó un Abastos de víveres, cecinas y abarrotes.

Es decir, aparte de las instalaciones del MOP, había un abasto en la esquina de aquella extensión de terreno, sobre el cual existió además de la casa de habitación del Hato, el local del Abasto en su margen derecha, el cual por muchos años estuvo rentado al abuelo de mi esposa Mercedes, el señor Jorge Sánchez Ferrer, padre de mi suegro Geramel Sánchez Montiel, casado con mi tía María Mercedes Montiel Fuenmayor.

Para trasladarnos a esa casa de Tierra Negra, papá resolvió los contratos de arrendamiento sobre la referida propiedad, en ese entonces, ese sector prosperaba con auge urbanístico y proyección de la ciudad de Maracaibo hacia su parte norte, dejando atrás los vestigios de sus estrechas calles y avenidas del centro, por otras mucho más amplias y solariegas, como hoy día se puede constatar al pasearse por esa zona de la ciudad.

Mamá estaba muy entusiasmada con el cambio de residencia, pues hacia la avenida 11, estaba la casa de su hermano Nicomedes Montiel Fuenmayor, y un poco antes, como indiqué, entre las avenidas 11 y 12, la casa de mi primo hermano Régulo Montiel Ferrer, hijo de tío Nicomedes; además de la casa “Rafecar” propiedad de su contemporánea sobrina Carmen Romelia Sánchez Montiel, y un poco más arriba, hacia la avenida 15 Las Delicias, vivía mi abuela Mamá Carmela, es decir, estábamos sobrados de familia, en ese ambiente me crie, para que vos veáis.

Papá fallece sensiblemente en el año de 1967, tenía yo 7 años de edad, eso definitivamente configuró mi vida y mi destino, contra viento y marea estoy echando el cuento, gracias a Dios y a mi madre; pasaron algunos años, y mi primo hermano Régulo, vecino nuestro, sería por los años 1.971-1972, estableció en su casa un pequeño abasto, denominado “El Rinconcito” en el cual aparte de víveres, vendía las Guayabas y los Limones cosechados por mi madre en el patio de nuestra casa.

El primo hermano Régulo, tenía una particular forma de mirar, de abajo hacia arriba, mamá me contó que fue la secuela de una fuerte fiebre, pandemias locales de época, llamada por la gente “La Perniciosa” sufrida siendo niño, llegando a tal extremo su temperatura corporal, que se le viraron los ojos y se quedó el muchacho así, mirando para arriba toda su vida.

Una mañana de tantas, mamá me encargó fuera a la tiendita del primo Régulo, por un paquete de fideos, un cuarto de kilo de Queso de Año y un potecito de salsa Ronco, para los espaguetis del almuerzo de aquel día; al llegar a la tienda para hacer el mandado, sorpresa la mía que los acuciosos y enrevesados ojos de mi primo hermano Régulo, detectaron la simiente de la abundante vellosidad, que apenas afloraba sobre mi boca y pecho, diciéndome: -Muchacho vos si váis a ser peluo! Fue tal mi pena y pudor, que, por esa, digo hoy tontería, deje de visitar la tiendita de mi primo hermano Régulo.

JLReyesMontiel