viernes, 2 de octubre de 2020

Por el amor de mis padres.

Uno de los aspectos de mi vida más sentidos, determinantes y que marcó el resto de mi infancia y juventud, fue la muerte de mi padre a mis siete años de edad, por encima del celo propio y ajena susceptibilidad afín, está la condición de niño que yo tenía para ese año de 1.967, y la tragedia que significó la desaparición física de papá, pues siendo un carajito, más necesitaba de su apoyo y formación.

No solo representó el dolor sentimental, al margen del trauma de verlo morir, asomado como estaba a la puerta de su habitación en la Clínica; después, entre el ir y venir y por entre la gente, mi inquieta presencia y a escondidas, desde una de las habitaciones, observé como preparaban su cuerpo tendido.

Luego vinieron los años de profunda soledad, afortunadamente mi madre fue presencia esencial en el resto de mi vida y a quien le debo lo que soy personal e intelectualmente, ella me llevó de su mano con amor incondicional y desprendimiento heroico.

Ensimismado, taciturno y tímido, mamá se preocupó por mi retraimiento y actitud en mi relación con el mundo, tratándome el asunto con el Dr. Humberto Gutiérrez en el Hogar Clínica San Rafael, reconocido Psiquiatra Marabino y de quién aprendí parte de la querencia por nuestra Zulianidad, pues era también profuso letrado y magistral estudioso de nuestra historia regional y nacional.

Así llegué a mi juventud, entre las aulas del colegio San Vicente de Paúl y el Liceo Octavio Hernández donde me hice bachiller, luego directo a la Alma Mater, nuestra nunca olvidada Universidad del Zulia, recuerdo el día que, desde la unidad de transporte de LUZ, pregunté a su conductor de apellido Machado, el señor Machado le decían los estudiantes de Haticos y Pomona, al llegar al núcleo Humanístico de LUZ:  -Señor Machado ¿Cuál es la Facultad de Derecho? El viejo se quedó mirándome fijamente, con una breve sonrisa sobre sus labios, como diciéndome: “Estáis más perdío que el hijo de Lindbergh”.

Esa fue mi llegada a LUZ, lleno de juventud florida e ingenua experiencia, pero ya tenía un abundante mostacho de bigote, ostentando mis 20 años de edad, con toda la incertidumbre del futuro y la esperanza de ese momento, lleno de sueños e ilusiones, sembradas a la luz de una lámpara, que adquirí con mi trabajo como escribiente documental en la Notaría Pública Tercera de Maracaibo, lámpara que alumbró mis apuntes y libros de estudios facilitados en la Biblioteca de Derecho, sobre el escritorio rustico que yo mismo hice recuperando la madera de una vieja Cómoda.

En los pasillos de LUZ conocí por primera vez el amor y toda su pasión, con el beso juvenil de una muchacha, pero también el dolor sentimental y la amargura de sus pétalos caídos, deshojadas desilusiones, nunca olvidadas y atesoradas en mi experiencia, pero también hubo aquellas que lastimaron mi juventud, pues cuando se es lozano en asuntos de amores, sucumbes ante la inexperiencia vital.

Pero, pero mi madre siempre estuvo ahí, para su consejo oportuno, quizás yo refunfuñaba y alardeaba en rebelde actitud, pero después su palabra me convencía con la lógica de su sabiduría maternal que me alentaba a seguir adelante y abrirme paso por entre las estribaciones del camino.

Nada debo, sino solo a mi madre, solo a ella, junto a mi hermana Sara, en la casa que nuestro padre nos dejó, entre sus muros y bajo su techo, correteando carajito en su amplio patio y a la sombra de sus árboles de Mangos, Guayabas y Nísperos, del colegio a casa, después joven de casa a la universidad, y entre el ir y venir, mi trabajo como escribiente, primero en las oficinas del Registro Público Primero y luego ante la Notaría Púbica Tercera, sitios donde laboré siendo estudiante de Derecho.

Hoy, a la vista de los años, le doy gracias a Dios, vamos andando, “Por sus frutos los reconoceréis” Unos hijos, una esposa y un camino por recorrer, ese ha sido y es el mejor legado de mi padre y de mi madre, muy por encima de la arrogancia y el falso orgullo, que intenta subrogarse todo el derecho a la querencia, el amor y el recuerdo de aquel, mi amado padre; y por mi adorada madre.

JLReyesMontiel.