sábado, 4 de diciembre de 2021

Entre Orejazos y Coscorrones.

Cuando inicie mi escolaridad, por los años 1965-1966, fue en el Colegio Las Mercedes de la Orden de las Hermanas Franciscanas, a saber, la edificación que se encuentra enclavada detrás de la hermosa iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, formando el conjunto arquitectónico una verdadera isla por entre la bifurcación de la avenida Universidad, que va desde Bella Vista hasta el semáforo donde ésta termina, un poco más allá y a media cuadra del tradicionalísimo negocio “El Manguito”. 

Muchos recordarán “El Manguito” local de venta de los famosos cepillados y manjares de golosinas típicas Maracaiberas, tales como Conservas de Coco en todas sus variedades, Conservas de Maduro y de Leche, Conservas de Papelón con Maní y Ajonjolí, Calabazates, Ponquesitos, Tortas, Galletas de Huevo, Paledonias, Palmeritas, en fin, una variedad de exquisitos acompañantes para deleitar al paladar con un refrescante cepillado de la fruta de tu preferencia, a mí me gustaban los de Mango, Ciruela, Zapote y Níspero.


Les decía de mi escolaridad, la inicie en ese lindo entorno Maracaibero, donde además, encaminándose hacia la iglesia, en la esquina de la avenida Universidad y Bella Vista, se encuentra el Colegio La Merced de la Orden de las Hermanas Mercedarias, donde estudiaba mi hermana Sara María (QEPD), dicho colegio fue levantado sobre el sitio donde en la Maracaibo del siglo XIX, se encontraba “La Hoyada” pozo natural de agua dulce, donde se proveía la población Marabina del vital líquido, hasta que la alta salobridad del mismo, impidió su consumo humano.

Pues bien, con las hermanitas Franciscanas de las Mercedes, aprendí mis primeras letras y mis primeros números, tarea nada fácil sin duda alguna, dígalo ahí, quién vivió la –tortura- de deletrear el Libro “Angelito” de la mano de la maestra, y en casa de la mano de su mamá, de una u otra forma que recuerde, la manera como se agitaba mi corazón no era nada agradable.

Y eso resultaba en las mejores circunstancias, recuerdo a la querendona de mi maestra Ilma y lo comprensiva de mi mamá, pero, pero inevitable, llegada la hora de la supervisión de la Hermana Nieves, cuyo nombre no olvido, precisamente no por lo querendona, sino por la jalada de orejas y coscorrones que propinaba sino aprendías la lección, terrible de verdad.

De aquel tiempo de aprendizaje nunca jamás olvidaré, varias anécdotas,  la primera, la escena del momento cuando se orinó rezando, una compañerita de nombre Sandra, por cierto, lo que me gustaba era enea; en esa época, rezábamos en las filas de los pasillos, antes de entrar al aula y después dentro del salón antes de iniciar las clases, eso era bueno sin duda alguna, y era tanto el respeto a nuestros preceptores maestros, que mi compañerita Sandra, por no interrumpir la oración se fue en "miaos" entre sus piernas y hasta el piso, quedó el charquero de orines.

Recuerdo también, cuando me castigaron, unas cuantas veces, encerrándome en el oratorio del colegio, castigos unos justificados otros quizás, el motivo eran asuntos infantiles, pero ahora veo que es de necesaria implementación, para corregir el carácter del muchacho a tiempo; recuerdo una ocasión por estarme riendo en la clase de Catecismo, una monjita me llevó de la mano hasta el oratorio, era una capillita situado dentro del mismo colegio, con su altar y escaños respectivos, para la meditación interna de las hermanas, la joven monjita con su carita enmarcada por su blanco y almidonado hábito, me dijo: -Quédate sentadito tranquilito y rezando, hasta que vengan a buscarte, nuestro señor Jesucristo te acompañará y no tengas miedo él estará contigo desde el altar… En la espera, escuchando el recóndito silencio del lugar, mientras esperaba y mirando hacia el decorado y bello altar, tratando de encontrar a Jesús, me quedé dormido.

En otras ocasiones me dejaron sin recreo, encerrado en el salón de clases sino estaba atento a la lección; recuerdo una de ellas fue por el número 17, como todos sabemos, los números después del diez van once, doce, trece, catorce, quince, pero, pero me confundía en el asunto del cambio con el dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte; la cuestión iba bien aquella mañana, menos con el diecisiete, en eso sonó el timbre del receso, mi cara mostró una inmensa sonrisa liberadora, frente a frente y ante el fieltro verde de la cartelera, donde la monjita con sus manos fijaba los números en molde de recorte con “chinches” para que yo se los fuera pronunciando uno a uno, hasta atascarme en el 17, pero, ante mi inmensa sonrisa, la monjita me dejó sin recreo, frente a la cartelera con el “17” frente a mi cara sobre el fieltro verde y repitiendo: -Diecisiete, diecisiete, diecisiete, hasta terminar el receso, cuando regresaron a clase los otros corajitos, la hermana Nieves, me interpelo: -¿Dígame el número? Con una sonrisa que no me cabía en la cara le respondí: -Diecisiete. 

Mi papá Pascual Reyes Albornoz, padre amoroso y consentidor de todos sus hijos, un buen día, escuchó mis quejas sobre la nombrada Hermanita Nieves, como le decíamos los corajitos en el colegio: -Papá, la hermanita Nieves me jala muy duro las orejas papá, me las deja calientes, sino me da un cocorronazo en la cabeza papá… Aquel día, me bajé envalentonado del carro, con mi padre de la mano, dispuesto a enfrentar a la monjita –cocorroneadora- al vernos caminar hacia ella por el pasillo, la hermanita Nieves se puso más blanca de lo que era, tal cual, como su nombre y su hidalga estirpe española de pura cepa con acento y todo; papá muy cortésmente se hizo escuchar de mi queja, a la Hermana Nieves no le quedó otra salida que resaltar mi buena conducta y obediencia, a lo que yo, viendo que la monjita se salía con las suyas, estando presente la monjita, le repliqué a mi padre: -Papá, ella te dice así ahorita, pero dejá que te váis, entonces me retuerce las orejas y me da un cocorrón en la cabeza.

JLReyesMontiel.






   

domingo, 17 de octubre de 2021

Oribor, un paseo de playa y Sol.

Un poco antes de llegar a la hermosa y colonial Los Puertos de Altagracia, nos encontramos, con la desviación a mano derecha de la estrecha carretera que conduce hasta Quisiro, pueblo escondido en la inmensidad de aquellas extensas planicies que forman la parte norte de la costa oriental del Lago de Maracaibo.

Una vez llegados a Quisiro, se busca la salida del pueblo que sigue a la hermosa playa cuyo nombre originario es “Oribor” según nos comentó un señor cuyo nombre no recuerdo, pero, como señal de su persona, si recuerdo que le faltaba el dedo pulgar de su mano derecha, perdido según nos contó en sus faenas pesqueras de antaño, a éste tiempo aquel amable personaje de la playa Oribor que recibía al turista visitante, a su avanzada edad de entonces, debe estar muerto en este otro tiempo.

Mi carro, un Chevrolet modelo Caprice, color gris plata con techo de vinil negro, resplandecía al fulgor de los rayos solares desde el despejado y esplendido cielo azul, siendo que lo tuvimos que dejar estacionado a la entrada de la playa, pues hasta ahí llegaba el asfaltado de la carretera, ya que los arenales en formas de Dunas, bloqueaban el acceso hasta la línea de la costa, solo vehículos de tracción podían superarlos.


Mercedes mi esposa, se encargó de Carmen Mercedes y a Elías José, ya Ezequiel venía en camino en la pancita de mi señora, yo bajé la cavita preparada la noche antes, con su contenido de hielo y cervezas, por cierto, una rica Cerveza de época, marca “Cardenal” de excelente sabor, calidad y efectos alegres que eran la sensación del momento.

Sobre mi cuello colgaba la Cámara “Pentax” de mi esposa Mercedes, infaltable en toda aventura turística emprendida, de las cuales érase aquella jornada una de nuestras primeras salidas a visitar entrañables lugares de nuestra bella geografía venezolana; en mi otra mano izquierda mi Reproductor de Cassettes marca “Riviera”, que compré barato en una oferta de oportunidad en una famosa Tienda marabina, muchos la recordarán “Pepeganga”.


Ya situados y acomodados en la orilla de la extensa, amplia y despejada playa de Oribor, nos echamos un playazo mi esposa y yo, alternándonos cuidando a los niños, previsión, ante todo, vos sabéis, disfrutando de las cervecitas y escuchando nuestros temas musicales favoritos de entonces, estaba muy de moda el grupo español “Mecano”. 

En el mediodía, el señor del dedo pulgar mocho, nos llevó nuestro almuerzo de ese día de playa, pescado frito con Yuca, y buen provecho, le dimos matarile acompañado con la cervecita “Cardenal” un banquete de sabores y gustos. 

Sobre la arena de la playa reposé mi almuerzo, escuchando la música sonando desde el reproductor, al rato me levanté para echarnos otro playazo alternado, y seguir pasándola chévere mirando el horizonte infinito de aquella extensa costa que corona el norte del extremo más occidental del Estado Falcón, más allá continuaba las también conocidas playas de “Miramar”.

Ya casi oscureciendo, nos regresamos a casa, con el Crepúsculo asomado cual faro guía del camino, con la seguridad que daban aquellos frugales años vividos, donde la armonía era el reflejo de vivencias hoy añoradas, cuanta emotividad guardan los recuerdos de mi hermoso país y de aquella su gente buena y amable, como el viejo pescador que perdió su dedo pulgar en sus faenas diarias, tomando su sustento de los frutos del mar que le acompañó toda su vida. 

Cielo y horizontes plenos de belleza incomparable, majestad soberana deslumbrante de paisajes es mi linda Venezuela de principio a fin, todo su territorio todo un paraíso, como la llamó Cristóbal Colón “Tierra de Gracia” como la llamó el ítalo Vespucio “La Pequeña Venecia” la Venezuela de ayer y de hoy siempre bella, nuestra esperanza está guardada entre su cielo y su tierra, y en las almas nobles del venezolano auténtico, y en las almas sublimes de sus hijos mártires. Ay patria mía! Cuanto dolor en la abierta herida del corazón.

JLReyesMontiel

Mecano - Naturaleza Muerta

             

sábado, 2 de octubre de 2021

¡Gracias!

Hace unos cuantos años, 1979, con mis juveniles 19 de floreciente edad, formalicé amores con una joven muchacha, que conocí en la Facultad Experimental de Ciencias, en esa época, la inolvidable e insigne Universidad del Zulia (LUZ), previa unos estudios preparativos de inducción vocacional denominados Estudios Generales, sería así y en aquel estudiantil ambiente, donde en los pasillos de aquellas instalaciones, ubicados dentro de los terrenos del antiguo Aeropuerto “Grano de Oro” de Maracaibo, conocí a mi primera novia formal, pues pedí su mano a sus padres, en visita oficial a su casa familiar.

La familia, muy tradicional y del Llano Venezolano, tanto la mamá de mi novia como su papá, en consecuencia, también mi novia y sus hermanos, oriundos todos de las extensas sabanas abrazadas por el norte, por la gran Cordillera Andina y por el sur, por el majestuoso río Apure, tratábase del hermoso Estado Barinas, desde donde se vinieron hasta nuestra ciudad de Maracaibo, para la educación universitaria de la prole familiar.

Era de entender, que una vez en nuestra ciudad, echaran profundas raíces con nuestra gente, pues si de algo se caracteriza el Maracaibero, es por su jovialidad y espíritu familiar, que en general es paradigma consecuente de todo venezolano de bien, encuéntrese donde esté en el orbe terrestre.

Yo solía hacerle las visitas a mi novia los días sábados en la tardecita para la noche, pues el resto de la semana era para cursar mis estudios al igual que para ella, era su deber consecuente, además yo trabajaba en el horario vespertino, como escribiente supernumerario en la Oficina de Registro Público II del otrora Distrito Maracaibo,  y los días domingos eran para mi descanso personal en mi casa, haciéndole honor al consejo de mi madre: -En casa de tu tía, no todos los días, pues fastidias a la gente y mal acostumbras a tu novia, además que terminas también por fastidiarla en su propio espacio y entorno familiar.

Así pasaron los encuentros de aquel mi primer amor, entre los pasillos de la Universidad y la casa de mi novia; también hubo sus desencuentros, en una fiesta que invitaron a mi novia y sus hermanos, fui invitado también como novio de la muchacha, como era natural en esos tiempos, llegado el momento de echar un pie bailando, quedé como muy mal bailador, siendo el hazme reír de la velada juvenil, de tal manera, que asumiendo mi ineptitud al baile, prefería sentarme y tomarme mi bebida degustando pasapalos y charlando con mi novia, pero, como también es natural, no puedes doblegar a tu modo de ser la disposición juvenil de una muchacha que si le gustaba bailar y que de paso lo hacía bien, de tal manera, era una verdadera encrucijada decidirme a dejarla bailar con otro joven, para lo cual, mi gallarda actitud varonil jamás lo permitiría, o simplemente ser permisivo y aguantarme la vaina, pero finalmente asumí la primera de las posturas dichas. 

Pasó aquel asunto de mi falta de aptitud como bailarín, al fin y al cabo, las fiestas no son todos los días, sino por ocasión y como de paso, a pesar de mi juventud, yo no era muy fiestero que se diga e incluso, me sobran los dedos de mis manos para contabilizar las veces que fui a una discoteca de época, de tal manera que, quién me amara de verdad, tenía que comprender que como bailador, no contará conmigo y menos de mi parte, ceder los imprescriptibles y exclusivos derechos de posesión amorosa, al más fino estilo del hombre del Cromañón.

Todo marchaba bien como novios, entre la Universidad y mi trabajo, hasta que mencionaron el papá y la mamá de mi novia el tema del “casorio” a decir del modismo de su tierra llanera, ellos como acostumbraban casaban a sus hijos jóvenes, para proveerse de prole de nietos y acrecentar la familia, como es su respetable sentido consanguíneo; una tarde iba de visita sabatina, como era normal, pero mi novia me esperaba a la entrada de las residencias donde habitaba con su familia y me alertó muy atribulada: -Papá está muy tomado, te está esperando para hablar contigo. Yo como no tenía nada que temer ni que ocultar en mis intenciones, ni me asusté menos me puse nervioso, solo asumí que su papá quería conversar conmigo, y si en verdad me intrigaba ¿Cuál sería el tema de dialogo?

Al entrar a la sala y subsiguiente comedor de la familiar estancia, sobre la mesa reposaba un imponente revolver calibre 38, realmente no me amilanó, sino que más bien llamó mi atención, pues me encantan las armas de todo tipo; al margen del arma de fuego una espléndida botella de Whisky del que llaman en Venezuela “Etiqueta Negra” la flanqueaba, y al señor padre de mi novia, se le percibía en su mirada, los efectos de Vaco en su delirio, me invitó eso sí, muy cortésmente a que lo acompañara a tomarnos unos tragos, para lo cual soy un perfecto e ideal catador y compañero, con toda la actitud del gusto y aptitud del buen bebedor, todo lo que me falta como bailador me sobra como bebedor, ocasional eso sí a toda honra y respeto a la salud, solo los fines de semana de darse el caso y en reuniones de celebración; sentado ya en la mesa ya mi novia me traía el vaso pleno de hielo y solo le faltaba el fermento de las finas maltas escocesas, introducido y en ambiente, joropos y pasajes llaneros se dejaban escuchar desde el Tocadiscos situado en un rincón de la sala.

Al rato de los saludos, consideraciones y respetos propios, entre mi persona y quién era el papá de mi novia, el señor se enbolsilló en la faltriquera de su pantalón de Kaki el mencionado revolver, con ademán de un versado tirador, y entre palabra y palabra, en solaz tertulia sobre sus tareas de trabajo y vivencias diarias, me alertó que respetará a su hija, tocando al solemne tema del “casorio” a lo cual le indiqué, que lo mejor era graduarnos primero en nuestras respectivas carreras profesionales, a lo cual asintió con un gesto de afirmación con su cara, más luego se despidió de mí, no sin antes asegurarse de darle fondo blanco a la botella, antes de irse a dormir.

Pasamos la semana entre las aulas de clases, los pasillos de la Universidad, exámenes y muchachadas propias de jóvenes enamorados, llegó el siguiente sábado, aquella tarde mi novia me preparó una tremenda cena para compartir los dos; después de cenar, escuchamos en la nochecita al grupo musical de moda “La Pequeña Compañía” con sus lindos boleros de selección desde el Tocadiscos y sentados en el Sofá de la sala, como se estilaba entonces, estuvimos extrañamente solitos durante la velada, la señora y el señor viendo televisión en su habitación, los hermanos salieron a una fiesta, y mi novia y yo en la sala haciendo el “Cebo” sobre el Sofá  y a punto, mi novia me apuro el paso, yo me recordé del 38 del papá sobre la mesa, la botella de whisky y todo lo demás, me hice el “Musiú” parándome con la energía del andante caballero quién temía sucumbir al “casorio” o caer en la deshonrosa falta de irrespetar la pretendida muchacha.

Nos despedimos ya en el marco de la puerta, le dije a mi novia: -Gracias por la cena. Y ella sonreída, me salió con un dicho regional llanero: - ¿Gracias? ¡Gracias hacen los Monos! 

JLReyesMontiel.   

jueves, 16 de septiembre de 2021

Milagro en la Cómoda

San Gerardo
Dentro de su Ataúd, el cuerpo de mi difunto padre está en la sala de la casa, unos minutos antes lo habían preparado en su habitación, aquellas casas de antes, solían conectarse con arcadas de puertas dispuestas entre sus muros, permitiendo visualizar de la primera a la última habitación; esto era para permitir a la brisa fresca penetrar desde el ventanal de la primera habitación, hasta el final de la hilera de cuartos, de tal modo, que mi curiosidad pueril prestó atención al momento cuando una inmensa aguja era introducida en la barriga de mi padre por el operario de la funeraria. 

Unos días antes, mi padre salía de la casa sostenido por dos auxiliares sobre una camilla y colocado sobre la parte trasera de una ambulancia, cuando cerraron la compuerta, mi atención se centró en la cruz roja sobre el fondo blanco de la ambulancia, que destellaba con el Sol de la mañana de aquel día. 

Con el rezo del Rosario de Difuntos, nueve días transcurrieron y en la habitación de mi padre, quedó un recóndito silencio, hueco y sórdido, pues cuando entraba a ella, su piso, techo y paredes se tornaron tan abrumantes, ensombrecidas y tristes, capturando mi imaginario, me trasladaba hasta la tumba de mi padre, el día de su entierro, las flores de las Coronas esparcidas sobre la cernida arena, las Palas de dos señores, tañendo su metálico resonancia, mientras mezclaban el cemento, sellando con adobes la arcada de la bóveda, donde engavetada la urna funeraria contenía el cuerpo tendido de mi padre.

Cada tarde, a la hora de la siesta de mi madre, visitaba la habitación, su ventana cerrada dejaba filtrar por sus hendijas, destellos de luz del Sol poniente, que se entrelazaban entre los dedos de mis manos, atizados por la bruma de polvo inerte y sostenido en la atmosfera del recinto paternal, era su presencia, pensaba, la divina luz fantasmal de su espíritu; entonces coloqué en el piso en todo el punto focal de aquel espectro de luz, un frasco de aceite de brillantina para el cabello, y ésta se multiplicó en reflejos más brillantes y vibrantes sobre el enlosado, extasiado volando en mil imágenes y alegorías fantásticas, hasta el cansancio de mis brazos sostenidos, cargando mi mirada concentrada en la frenética proyección desde la ventana al piso, levanté el frasco de brillantina y lo coloqué nuevamente en una de las gavetas de la Cómoda, de donde la había sustraído.       

Sobre el entramado de la Cómoda de la habitación de mi padre, tiempo después, mamá destinó ese espacio para colocar sus cuadros del Corazón de Jesús, la Virgen María y Santos de devoción Católica, al centro colocó el Óvalo del marco de la Santísima Trinidad, a su derecha la Virgen del Carmen, a su izquierda la Virgen del Perpetuo Socorro, en la pared contigua la Virgen de Las Mercedes, arriba al Arcángel San Rafael y debajo una imagen de San Gerardo,  sobre la Cómoda sitió un Crucifijo y a su lado una colorida estatuilla de la Virgen de Coromoto, así se hizo mamá su oratorio en la habitación de mi padre ausente, donde solía encender una vela en sus oraciones.

Yo tenía el cuidado de jugar sobre la Cómoda de papá, sin perturbar la paz del oratorio, pero a veces me resultaba entretenido mirar toda aquella representación alegórica religiosa, acercarme al Crucifijo y detallar las heridas de Jesús, observar a la gente quemándose en aquel candelero, pidiendo misericordia a los pies de la Virgen del Carmen, el fino laminado dorado que envolvía los que mamá me decía, eran las tres divinas personas, al Padre con su abundante barba, al Hijo con la Cruz terciada y al Espíritu Santo al centro y sobre sus cabezas; también me detenía mirando a San Rafael y San Gerardo, uno sacando un inmenso pez de las aguas, el otro con su aureola y hábito negro, sosteniendo un crucifijo, flanqueado por libros y un huesudo cráneo.

Un buen día, recordé mis cuentos, desde hacía tiempo no los hojeaba, los había guardado por ocurrencia mía en una de las gavetas de la Cómoda de papá; el asunto era tener el pretexto de jurungar la susodicha Cómoda, era parte de los mobiliarios de mi padre, y estar cerca de ellos me daban su olor y era como sentir su presencia, así como sentarme en la Poltrona al lado del fornido Escaparate, revisar sus ropas y cosas guardadas en él, eso será tema para ampliar en otro relato; el asunto fue que buscando mis cuentos, guardados en una de las gavetas de la Cómoda, me llevé una gratísima sorpresa, uno de esos instantes mágicos, como cuando un mago saca un Conejo de su Chistera, un verdadero milagro en medio de mi soledad y tristeza, nuestra Gata había parido sus gaticos dentro de la gaveta donde guardé mis cuentos, los había hecho jirones a modo de pajizo, para parir y colocar sobre el suave papel sus vástagos, cuando abrí la gaveta, el olor encerrado de los pequeños felinos, inundó de su aroma la estancia paternal.

De cómo la Gata escaló penetrando a la Gaveta de la Cómoda, lo ignoro; así la sorprendida Gata, me quedó mirando con sus verdes ojos e inmensas pupilas dilatadas como Luna llena, amamantando entre sus patas y vientre los gaticos, bien gorditos y sobre alimentados.

JLReyesMontiel     


sábado, 24 de julio de 2021

José Julián Montiel Agudelo.

 

José Julián Montiel Agudelo,
mi primo hermano, hijo de tío Julián José Montiel Fuenmayor,
empleado del Hotel del Lago recién construido.

sábado, 17 de julio de 2021

La Arepa Pelá.

Pasamos por la carretera Falcón Zulia partiendo desde Maracaibo, durante la nochecita de aquel día de hace unos cuantos años, llegamos felizmente a la paraguanera ciudad de Punto Fijo al margen de la quijada de esa gran cabeza del territorio venezolano, denominado desde los siglos de los siglos por propios y extraños Paraguaná, una vez superadas las crestas arenosas de los Médanos que cobijan su cuello de las inclemencias del majestuoso Mar Caribe y nuestro.

Cerro Santa Ana, devoto ícono de la planicie 
de la Península de Paraguaná.
(Composición gráfica JLRM)

La taciturna Luna, nos acompañó por todo el camino, haciéndose cada vez más grande a medida que nos adentramos en la geografía pedregosa y árida del glorioso e inmenso Estado Falcón, dejamos atrás la amada tierra Zuliana, cuando ya la Luna apenas asomada al oriente del horizonte lacustre, coronaba las torres del Puente Gral. Rafael Urdaneta.

Maravilloso recuerdo de antaño y cuando carajito, inolvidable por demás, el reflejo de la Luna sobre las encrespadas aguas del Lago de Maracaibo, resultaban un sortilegio mágico de esplendor y fantasías, llenando mi imaginario universo mental las alegóricas formas del paisaje, resultando un crisol de alucinantes pensamientos volando con la fuerza del viento, atizado por la velocidad del vehículo automotor de pasajeros que nos transportaba, susurrando sobre mis orejas.

Punto Fijo, entonces nos recibía desde la carretera, con un Arco neoclásico lindo y solemne, con su columnata Corintia, sus dinteles, aristas y acroteras, un poco más allá, en toda la carretera, estaba la solariega casa familiar de los Calles, con su frente ventilada permanentemente por la brisa paraguanera, que, desde sus exóticas playas, abrazaban la ciudad con un frescor estupendo, dándole el carácter propio a la pujante ciudad de Punto Fijo, bordeada por sus modernas refinarías petroleras, las más grandes del mundo, Amuay y Cardón.

Arco de entrada a la vieja Punto Fijo,
marco de lo que sería el futuro
de aquella pujante ciudad y de su gente esforzada,
después derribado para el paso de una nueva avenida,
hoy sus refinerías abandonadas a su suerte por el oprobio. 

De visita en casa de aquella noble familia Calles, Chinca, su señora madre la señora Aura y sus sobrinas, nos recibían a mamá, Sara y a mí, siempre gentiles y bondadosas, siempre atentas, con su sonrisa tan amplia como la inmensa Luna que durante toda la noche nos acompañó en el camino; más luego llegaba Sonia, la esposa de mi primo hermano Enrique Briñez Montiel, nacido maracucho pero paraguanero de corazón, con sus hijos aún bebes, y más despues, la plenada familiar se completaba con todos las hermanas y hermanos de Sonia.

Y entre todo aquel marco de amor familiar y amigos, estará precisado en mi memoria, las Arepas Peladas amasadas y cocinadas al Budare, por las atentas sobrinas de la gentil tía Chinca; que yo curioso el día anterior empuñé el molino, para triturar el maíz pelado con la Cal, pues la señora Aura, me mostró el modo de macerar los granos de Maíz tierno en un Palangana con agua de caliche blanco, que es lo que le otorga a la Arepa Pelada, ese típico gusto de sus arepas, inigualable a la de ninguna otra región de toda la geografía de Venezuela.

Como dicen los paraguaneros la Arepa de Maíz Jojoto o Arepa Pelada.
(Composición gráfica JLRM)

Desayuno, cena, y hasta en el almuerzo, nunca está de más el pan nuestro de cada día de todo buen falconiano, procurarse una Arepa Pelada, rellena con suero, nata, queso o mantequilla, carne de Iguana, Conejo, Carnero, Mechada de Res y sobre todo, la insuperable, la rellena con Mojito sazonado con Tomate, Cebolla y Ají Misterioso salteados y aliñado con Onoto, Orégano, Sal y Pimienta, eso es darse un gusto al paladar, con una generosa taza de Café con Leche, si es de Vaca recién ordeñada mejor que mejor, y si la Taza es de floreado Peltre, no se hable más.

Cuenta mi musa, que la primera madre en hacer una Arepa Pelá, así la llamó en el cantaito de su castellano ancestral, inspirada en la Luna llena, cuando adorna con su redondez y color sepia, la inmensidad del horizonte de aquella tierra prodigiosa en bellezas naturales, bañadas por las azules aguas del Caribe indómito.   

JLReyesMontiel.



          

viernes, 4 de junio de 2021

La Hermandad.

Obra del artista Pedro Vargas,
editada por mi persona para este portal.

Corría el año de 1985, estudiante de Derecho en nuestra amada e imperecedera Universidad del Zulia, ostentaba mis 25 años, con sus altos y bajos de la vida, entre aquellas reflexiones existenciales de época, buscando caminos, en los trances del destino y entre dudas metódicas, discerniendo verdades, dejando atrás pretensiones juveniles, un día de regreso a casa desde la Universidad, caminando los sitios de aquella otra ciudad de Maracaibo, llena de vida y calor, me dejé llegar hasta el interior del Convento de San Francisco, apartado del bullicio exterior de la Plaza Baralt que coronaba, como un trono celestial, entre el jolgorio de buhoneros y mercancías.

Aquellos son los mercaderes del templo, pensaba, pero una vez dentro del recinto franciscano, el olor de las velas encendidas por los piadosos y las reminiscencias de inciensos impregnados en los gruesos muros, me inducían al recogimiento y la oración; a esa hora del día y entre semana, un devoto realizaba la veneración perpetua del Sagrado Sacramento del Altar.

Con la señal de la cruz y de rodillas, inicié tantas veces mis meditaciones y sentado desde los escaños, mi vista se paseaba por el alto techo, sus maderas, la fornida arcada sobre el altar y el retablo de madera tallada al estilo ojival, donde unas representaciones sacramentales, configuraban a la imaginación del orante, una muestra de la piedad y santidad cristiana.

Si corría con suerte, mi confesor en ese tiempo, el Fraile Capuchino Castor (QEPD), lo encontraba Rosario en mano, orando dentro del Confesionario, y más que confesiones, sosteníamos una charla sobre diversos temas que yo le planteaba, él muy dispuesto me escuchaba y me hacía discernir sobre mis dudas y complejidades, que siendo uno joven sobreabundan, de ese modo fui superando tantas complicaciones juveniles arrastradas desde mi infancia, adolescencia y en ese momento de mi juventud aún requería deslastrar; que complicada es la existencia, cuando uno se enfrasca buscando verdades.

Para otros el asunto vivencial puede ser más llevadero, cuando los cuestionamientos no abruman la razón, cuando la simplicidad no supera las distracciones convencionales, comer, vestirse, divertirse y dormir, son el día a día, con sus obligaciones y deberes propios, estudiar o trabajar, es una rutina vital, que se quebranta cuando la cuestionas, cuando la replicas con otros argumentos, también valederos, pero peligrosamente aislacionistas. Superar el aislacionismo es difícil, si, por ejemplo, vas a una fiesta y una chica te saca a bailar, hasta afortunado era joven, pero, terminas pisándoles los pies por no saber bailar.

En esos años formé parte integrante de la Hermandad Franciscana, un grupo juvenil de oración y cantos, nos reuníamos los sábados en la tardecita, todo marchaba bien bonito y chévere, hasta que, al padrecito capuchino, que nos servía como nuestro guía y mentor, lo trasladaron a otra localidad de Venezuela, luego impusieron un fraile algo cascarrabias y entrado en años y el encanto, como la espuma, se desvaneció.

El padre Castor, aunque muy carismático, estaba demasiado anciano y cegato como para asumir esa tarea, de tal manera que con la presencia del nuevo fraile algo soberbio y muy poco carismático, poco ayudo a preservar la integridad del grupo juvenil, hasta dejar de reunirse los sábados por la tarde.

Seguí asistiendo como de costumbre a la Sagrada Eucaristía de los domingos, hasta que el padre Castor en su ancianidad dejó de celebrarlas, el tiempo así pasó, la vida tenía otros planes conmigo, ¿Quizás? Pero quedó en mi recuerdo aquel vibrante y colorido llamado, en una conversación de confesionario, el padre Castor me invitó en su español clásico: -Hazte fraile José Luis.

JLReyesMontiel 

 

martes, 1 de junio de 2021

El Rinconcito.

Régulo Montiel Ferrer

Érase el nombre de una pequeña tiendita, ubicada entre las avenidas 11 y 12 a la altura de la calle 69A, del urbanizado sector denominado desde antaño “Tierra Negra” de la ciudad de Maracaibo; cosa curiosa el nombre de esa zona de nuestra ciudad, siempre llamó mi curiosidad porque fue mencionado de esa manera Tierra Negra.

La única relación entre ese nombre y aquel antiguo caserío maracaibero, era los cascajos de carbón vegetal, que ennegrecían la arena del fondo existente en toda la esquina de la propiedad de mi padre Pascual Reyes Albornoz, ubicada en la esquina de la avenida 13 con la misma calle 69A, nomenclaturas actuales de ese sector marabino, dadas durante la administración municipal del señor Numa Márquez.

Cuando nos mudamos, sería el año 1965, un poco más o menos, de nuestra casa de El Saladillo en la calle Venezuela, nos residenciamos en esa propiedad; mamá me contó que antes era un Hato, cuyos terrenos mi padre fue vendiendo por parcelas, y en el cual, según en ese antiguo hato, por los años 1940-1950 se desempeñó como un Bar denominado “Claro de Luna” el cual mi padre rentó a una señora apellidada Godoy, cuyo nombre no me acuerdo. Más luego, en los años de 1960, estuvo rentado al desaparecido Ministerio de obras Públicas (MOP) como depósito de maquinaria y estacionamiento.

Lo cierto del asunto, en mi pueril imaginación, relacionaba el nombre de Tierra Negra, con la ennegrecida arena por el carbón vegetal depositado desde muy antiguo en la parte trasera de aquel viejo local comercial, propiedad de mi difunto padre, donde más después funcionó un Abastos de víveres, cecinas y abarrotes.

Es decir, aparte de las instalaciones del MOP, había un abasto en la esquina de aquella extensión de terreno, sobre el cual existió además de la casa de habitación del Hato, el local del Abasto en su margen derecha, el cual por muchos años estuvo rentado al abuelo de mi esposa Mercedes, el señor Jorge Sánchez Ferrer, padre de mi suegro Geramel Sánchez Montiel, casado con mi tía María Mercedes Montiel Fuenmayor.

Para trasladarnos a esa casa de Tierra Negra, papá resolvió los contratos de arrendamiento sobre la referida propiedad, en ese entonces, ese sector prosperaba con auge urbanístico y proyección de la ciudad de Maracaibo hacia su parte norte, dejando atrás los vestigios de sus estrechas calles y avenidas del centro, por otras mucho más amplias y solariegas, como hoy día se puede constatar al pasearse por esa zona de la ciudad.

Mamá estaba muy entusiasmada con el cambio de residencia, pues hacia la avenida 11, estaba la casa de su hermano Nicomedes Montiel Fuenmayor, y un poco antes, como indiqué, entre las avenidas 11 y 12, la casa de mi primo hermano Régulo Montiel Ferrer, hijo de tío Nicomedes; además de la casa “Rafecar” propiedad de su contemporánea sobrina Carmen Romelia Sánchez Montiel, y un poco más arriba, hacia la avenida 15 Las Delicias, vivía mi abuela Mamá Carmela, es decir, estábamos sobrados de familia, en ese ambiente me crie, para que vos veáis.

Papá fallece sensiblemente en el año de 1967, tenía yo 7 años de edad, eso definitivamente configuró mi vida y mi destino, contra viento y marea estoy echando el cuento, gracias a Dios y a mi madre; pasaron algunos años, y mi primo hermano Régulo, vecino nuestro, sería por los años 1.971-1972, estableció en su casa un pequeño abasto, denominado “El Rinconcito” en el cual aparte de víveres, vendía las Guayabas y los Limones cosechados por mi madre en el patio de nuestra casa.

El primo hermano Régulo, tenía una particular forma de mirar, de abajo hacia arriba, mamá me contó que fue la secuela de una fuerte fiebre, pandemias locales de época, llamada por la gente “La Perniciosa” sufrida siendo niño, llegando a tal extremo su temperatura corporal, que se le viraron los ojos y se quedó el muchacho así, mirando para arriba toda su vida.

Una mañana de tantas, mamá me encargó fuera a la tiendita del primo Régulo, por un paquete de fideos, un cuarto de kilo de Queso de Año y un potecito de salsa Ronco, para los espaguetis del almuerzo de aquel día; al llegar a la tienda para hacer el mandado, sorpresa la mía que los acuciosos y enrevesados ojos de mi primo hermano Régulo, detectaron la simiente de la abundante vellosidad, que apenas afloraba sobre mi boca y pecho, diciéndome: -Muchacho vos si váis a ser peluo! Fue tal mi pena y pudor, que, por esa, digo hoy tontería, deje de visitar la tiendita de mi primo hermano Régulo.

JLReyesMontiel               


domingo, 25 de abril de 2021

El Palo de Escoba.


El Empedrao, popular suburbio marabino, en aquellos buenos y gentiles años del primer cuarto del siglo XX, una carrandanga de jóvenes se disputaban la voluptuosidad de una señora casada, cuyo cornudo marido, trabajaba como Celador de alguna de tantas productivas empresas vernáculas de la ciudad. 

La impúdica y lasciva dama, residía pasando unas casas y en la calle del fondo, de la misma cuadra donde habitaban junto con su señora madre y su solterona tía, unos mozalbetes cuyo apellido no recuerdo ahora.

Más de una vez y al cobijo de las sombras de la noche, en aquellas frescas madrugadas maracaiberas, el grupo de hermanos se iban turnando su respectiva cita hasta los aposentos de la aludida fémina, para lo cual, montaban todo un plan secreto, ante el seguimiento y vigilancia de sus mentoras madre y tía.

Las casas de la Maracaibo decimonónica, es decir, de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, poseían un patio interno rodeado de un corredor techado, que llevaba desde la sala, hasta la cocina y un poco más allá al excusado, pasando por las puertas de las habitaciones, ese patio interno estaba adosado a la pared de la casa vecina y abierto al corredor techado, sostenido éste por horcones de Curarire y varas de Mangle, este espacio de aquellas casas, beneficiaban el acceso de la brisa proveniente del Lago, refrescando el interior de la casa y sus aposentos.

Planta típica de una Casa Antañona
de Maracaibo (Finales del siglo XIX
y primer cuarto del siglo XX).

Las casas poseían ciertas variantes, de acuerdo al estatus del propietario, en cuanto al número de habitaciones, ventanales al frontis de la casa y empleo de columnas de mampostería en lugar de horcones de Curarire, conocí casas, especialmente en la Calle Ciencias, que ostentaban dos ventanales a cada lado de la puerta principal, otras tenían situada la puerta principal a un lado por donde se accedía a la sala de la casa mediante un Zaguán, esas eran las más señoriales, otras poseían en su interior una rica y decorada columnata de estilo entre Jónico y Corintio, que sostenían el techo del Corredor, enriquecido con aleros de madera de finos trabajos de ebanistería, que servían de marco al patio interno.

Las casas de El Empedrao, Parroquia Santa Lucia; por cierto y por si no lo sabían, la barriada El Empedrao, la gente le acuñó ese nombre, porque sus calles estaban revestidas de piedras a diferencia de otras calles de la ciudad que tenían la arena al descubierto; decía de las casas Empedraeras, tenían esa típica configuración básica, una que otra era más solariega, pero todas tenían su patio interior para refrescarse del calor de esta Tierra del Sol Amada.

En una época de probada rectitud cuando la delincuencia era extraña a nuestra índole, no era ningún riesgo aquellos hermosos patios interiores; pues cual Celestina, consentían a los zagaletones y mozos hermanos de este cuento, pasarse a través de los tejados y bahareques de una casa a otra sin ser descubiertos desde las calles, en sus impetuosas correrías de su juventud florida, para dejarse llegar al fragor de los brazos de la damisela incauta.

El asunto de la charada, complotada por los cómplices hermanos, para escaparse de la mirada vigilante de su señora madre, quién inquisitiva y de vez en cuando, al despertar en la madrugada y asomada al marco de la puerta, desde su habitación, contaba su camada de hijos dormidos en sus Hamacas, colgadas en las Alcayatas a lo largo y ancho del Corredor de la casa: 1, 2, 3, 4, 5 y 6, inventariados los muchachos, muy tranquila se iba a dormir la ingenua madre, sin saber, que dentro de alguna Hamaca un palo de Escoba envuelta entre trapos de cabecera, sustituía a alguno de su incontinentes hijos.

JLReyesMontiel.






   

miércoles, 7 de abril de 2021

Las mañanas son alegres, el ocaso triste.

No existe tiempo del día más alegre que el despertar, la noche nos renueva, durante el sueño somos una Crisálida que al día siguiente vuela con el Sol a una nueva esperanza. Somos una bandada de mariposas en el concierto ligero de nuestra presencia en este mundo. Buscamos la felicidad como la Abeja las flores silvestres, y eso es natural, porque la felicidad como la alegría está ahí, donde las cosas más sencillas por sublimes, nos encantan, nos llenan de paz y armónica vibración espiritual.    

Por entre el ramaje de las plantas, el milagro de la naturaleza me tiende una emboscada, una impresión me absorbe y retrae de la realidad a la ficción, alucinando seres increíbles, lo imposible es posible cuando palpamos la asombrosa vida natural que tenemos, y solo podemos suponer la que no vemos, esa es precisamente nuestra fe y esperanza.

La simplicidad me deleita con sus ricos celestes matices, es toda una joya materializada en el jardín de mi madre, una diadema en el purificado decorado verde que me abraza con sus encantos atizados por la brisa sobre mi cara, maravillado en mi ingenua infancia iba celebrando aquellos regalos que la luz de la mañana me brinda en el patio de mi casa.

Soy también parte de ese entorno en la metamorfosis de mis pensamientos, introvertido, encerrado en mi pequeño mundo, mi casa, un camino al colegio, otro a la tienda del señor Gabriel, otro a casa de mi abuela centenaria y a que mis tíos, no había otros caminos por andar, estaban a la espera incierta al salir de mi pueril Crisálida.

Incauto empeño el mío, con toda mi vista sobre los matices celestes de aquella capsula milagrosa, incapaz de romperlo para ver lo que había dentro, la curiosidad me abruma, pero sus broches de oro eran botones que al Capullo afirmaban su regia vestimenta, semejante e inmaculado decorado resultaba un pecado seccionar por mucha inquieta búsqueda de su interior, preferí preguntarle a mamá y fue ella quien dijo: -Es un Capullo de Mariposa.          

Por un tiempo volví al enigmático adorno que colgaba de la rama del árbol, y no era más que un caparazón abandonado, una vestidura rasgada y tiesa, sin sus celestes matices y sin sus broches de oro puro; la Mariposa se fue volando, nunca atiné verla florecer de sus capullos, solo de roñosas larvas a fantásticas Mariposas las veía; era todo un secreto verlas nacer, como un secreto era para mí, el parto doloroso de las madres encintas.

Atardecer en Santiago de Chile, vista de la cordillera de la costa.
Atardecer en Santiago de Chile,
vista hacia la Cordillera de la Costa.
Mirando a través de la ventana de mi habitación, el atardecer pernota ráfagas de pensamientos entretejidos, un concierto de melodías se acopia en mi alma, creando impresiones etéreas de plácida melancolía. Es tan triste el Ocaso y tan alegre la Aurora, ambos tienen los colores que el Sol les concede con su luz bendita y celestial, pero en la tarde es la noche la que asecha con su oscuridad, como la incierta muerte; no hay como las mañanas porque ellas inauguran cada día con la certeza de la vida; por eso, esta tarde recordé aquel momento luminoso, aquella mañana milagrosa de mi infancia con mi encuentro con la vida, en el Capullo de una Mariposa. 

JLReyesMontiel.   


domingo, 21 de marzo de 2021

Al Papa de Roma.

Benemérito
General Juan Vicente Gómez

Una personalidad inducida por las historias contadas por mis tíos viejos, era la del General Gómez, tal cual lo nombraban, haciendo halagos a su gobierno dictatorial al que consideraban necesario para dirigir los destinos del país, por supuesto era la mentalidad militarista de esos tiempos, ya de por sí la rigurosa existencia campesina del hato “San Luis” donde nacieron, crecieron y pasaron su juventud acrisolada con la jornada diaria entre cultivar la tierra, criar y pastorear animales mayores y menores, el ordeño y recolección de leña para el fogón, con la obligación de levantarse desde la madrugada y mucho ante del despunte del alba a la palabra irrestricta del abuelo papá Luis, templó sus caracteres de ese mismo modo y a la usanza de esa época.

De esas historias de mis tíos me quedó una imagen mítica del Gral. Juan Vicente Gómez, que hasta hoy me causa admiración, muy a pesar de la detracción que los argumentos contemporáneos de su gestión de gobierno se aglutinan en torno a su dictadura, pero, pero mucho más allá de los aciertos, desaciertos y sobre todo de la represión a los adversarios, la gobernabilidad de Venezuela en los primeros años del siglo XX se hizo posible gracias a su dictadura que forjó la unidad nacional en torno al caudillo respecto de los caudillitos regionales y la anarquía en la política en la que se había sumido Venezuela después del Presidente Guzmán Blanco, por la fragilidad de los gobernantes posteriores al auto denominado “Ilustre Americano”.

Fue “El Benemérito” Gral. Juan Vicente Gómez  quién logró pacificar el país de la inestabilidad política de quienes deseaban montarse en el poder para usufructuar las bondades que ese poder les concedía, acabando el mando del Gral. Gómez con las “Montoneras”  hombres montados a caballo a cuya cabeza un caudillo regional atizaba el bandolerismo y la rapiña al lado de sus contertulios, aspirando asumir el poder sino a nivel nacional como presidente de Venezuela, al menos como hombre fuerte de las comunidades en las que imponía su autoridad más por la fuerza que por la racionalidad de su autoridad y legalidad, desestabilizando la vida Republicana.

El Gral. Gómez gobernó dictatorialmente desde 1908 hasta 1935, hasta ahora la más larga de la Historia de Venezuela, se posesionó en el poder dándole un espaldarazo a su compadre Cipriano Castro cuyo gobierno dejaba mucho que desear en cuanto a disciplina administrativa y decoro público y personal, muy diferente al sigilo y ponderado carácter de su compadre y amigo personal Juan Vicente Gómez, mucho más prudente y cauteloso, sin embargo Gómez fue hostil e implacable hacia sus adversarios políticos y cruel incluso con sus parientes que aspiraban secundarle en el mando, considerado Gómez un hombre solitario, de pocas palabras que le otorgaban un temple intimidante, ingredientes personales por los cuales se ganó un muy justificado respeto a su autoridad por parte de todo el pueblo de Venezuela.

Laureano Vallenilla Lanz
Podemos afirmar y a decir del intelectual Laureano Vallenilla Lanz, que el Gral. Gómez representó la imagen y figura del “Caudillo” el gendarme necesario artífice del “cesarismo democrático” indispensable para la gobernabilidad de Venezuela; pero a mi modo de ver esta afirmación resulta sumamente peligrosa dependiendo de las manos en las cuales el poder recaiga a instancias de las intenciones y voluntad del “Caudillo” y sus seguidores, respecto a la manera de sentir y asumir el mando en provecho de ideales superiores, anteponiendo al mero provecho personal el sublime interés nacional de Venezuela en su trascendencia y talla histórica, en el caso del Gral. Juan Vicente Gómez se supo rodear de una élite de intelectuales venezolanos que llevaron adelante su gobierno, mientras el ejercía su autoridad desde su predilecta ciudad de Maracay en el Estado Aragua al frente del ejército, la armada y la fuerza aérea que el mismo promovió y fundó, imponiendo el orden en nuestro país a la anarquía, creando e institucionalizando las bases republicanas necesarias para formalizar la civilidad nacional con base al militarismo de estado.

Ese es el punto principal y objeto de estudio de la actuación del Gral. Gómez en la Historia de Venezuela de la primera mitad del siglo XX, y es una deuda que las generaciones de estudiosos de nuestra nacionalidad deberán ocuparse con sentido objetivo y ponderación crítica sobre los resultados y objetivos alcanzados, antes, durante y posteriores a su dictadura, sobre todo por la gobernabilidad ejercida por los gobiernos del Gral. Eleazar López Contreras y sobre todo por el gobierno del Gral. Isaías Medina Angarita que con la base institucional Gomecista, aperturó la vida democrática venezolana, pero ésta apertura no satisfizo las apetencias por el poder de los políticos populistas y demagogos, quebrantando aquella sólida base institucional forjada con el gobierno dictatorial del Gral. Gómez, como en efecto aconteció con el golpe de estado del 18 de octubre de 1945.


Pero cerremos este análisis con una anécdota del Gral. Gómez,  sabemos de las correrías pasionales del “Benemérito Gómez” y de sus amantes más por fama que por verdad registrada, además del modo como conservaba y guardaba con profundo celo su soltería personal de lo cual no cabe duda, en la oportunidad en la cual el Nuncio Apostólico de su Santidad Monseñor Carlos Paolí recomendaba al viejo “Caudillo” el sacramento del matrimonio para formalizar su vida, pues como le explicó, éste paso le otorgaría un gran poder espiritual sobre sus gobernados, el Gral. Gómez le respondió: -Explíqueme algo monseñor… ¿Por qué el Papa no se ha casado?

JLReyesMontiel






    

sábado, 6 de marzo de 2021

Una Mirada al Sol.

José Luis Reyes Montiel

Cuando mi madre me trajo al mundo, cruce del amor con mi padre, heredé la esencia pura de una generación noble y trabajadora, esa es mi mayor riqueza, incomparable a cualquier legado material en oro y plata; pues los valores éticos están por encima de toda perfidia. No tengo la necesidad de subrogarme nombres ni menciones, para sentirme mejor, me basta su recuerdo y ejemplo para sentirme más que recompensado.  

Hace algunos años atrás, aún Venezuela gozaba de su estándar vivencial, vacacionando y disfrutando la brisa costanera de la Playa El Supí en la Península de Paraguaná, conversando con un cercano hombre de negocios, le comenté mi idea de adquirir el viejo hotel donde nos hospedamos, pues tenía anuncio de venta en su entrada, incluso hasta le propuse asociarnos y buscar algún crédito bancario, aprovechando las facilidades que se le dan al sector turismo.

El hombre, trago en mano, que es cuando las verdades se dicen espontaneas, sin mayor cuidado me propuso: -Salimos mejor y sin lidias de estar acá llevando Sol y Sal, hacer un Registro de Comercio, presentar la propuesta de adquirir el hotel, pedir el crédito al banco, quedarnos con los reales y olvidarse después de hotel y proyecto alguno… Yo me callé y me tomé mi trago de fermentos de maltas escocesas sin avanzar opinión alguna, dejando a un lado el tema, mirando el insondable y a la vista infinito mar Caribe, en su horizonte azul, moteado de nubes surcando el cenit, empujadas por el constante viento norte de la Paraguaná ancestral.

Recuerdo también, cuando enterados del inicio de mis actividades como funcionario público tributario, me decían: -Ahora si te váis a poner en la buena, estáis donde hay... Yo solo los miraba y dejaba hablar, así los conocía mejor  para que replicar la insensatez de los mediocres.

Veintitrés años de servicio en mi carrera administrativa tributaria, culminaron una carrera profesional como Abogado, egresado del Alma Mater del Zulia (LUZ) La Universidad del Zulia. 

Durante esos años y previos a ellos, durante mi actividad profesional en libre ejercicio, traté siempre de mantenerme al margen de todo sentido antiético, y ante las circunstancias, vivir modestamente, ante cualesquiera otras posibilidades que favorecían el camino más fácil pero deshonroso.

Como vocifera la jauría postrimera, otros como se victimizan en su connivencia patibularia, como escupen la culpa que ostenta sobre sus frentes, los que no llevan de si el decoro humano de la honradez, parafraseando un poco el pensamiento de Martí; es así como, el destino de todo un país se vino abajo, se arruinó, entre los acordes vociferantes de desgraciados malhechores y la inmuta, burda y falaz complacencia de los trepadores de oficio, los sepulcros blanqueados, elegancias de cuello blanco y corbata de disimulada delincuencial, escurridizos por entre las piernas de mediocridades encumbradas, los segundones y esquiroles, generación nefasta, excrecencias de una sociedad éticamente enferma.

¿Hasta dónde seguirá llegando la destrucción de nuestro país? Preguntó una amiga comunicadora social en su portal, en ese instante le comenté: -Sentidamente una pregunta incontestable… Ahora discierno responder con otra pregunta incontestable: - ¿Hasta dónde llegará la orfandad de nuestros valores?

Las nuevas generaciones, las que se levantan a la luz del ejemplo de los buenos, los que se mantuvieron al margen de la impudicia generalizada, tienen en sus manos la siembra, la siembra del buen fruto, del buen futuro, para una Venezuela digna, renovada, será una mirada al Sol nuestra regeneración como nación, surgida de las cenizas del oprobio, y esa es nuestra esperanza. 

Abogado JLReyesMontiel.



 


jueves, 25 de febrero de 2021

La Tía Juana.

Pasando el Puente “Rafael Urdaneta” sobre el Lago de Maracaibo, camino hacia su Costa Oriental, un poco más allá del pueblo de La Rita y poco antes de Ciudad Ojeda, está la conocidísima población de Tía Juana, con todos los atributos propios de su gente, de su fisionomía urbana y sobre todo por sus campos petroleros.

Imagen referencial de época,
segunda mitad del siglo XIX
Pues bien, ¿Quién fue tía Juana? Una señora oriunda de Maracaibo, nacida en nuestra ciudad a principios del siglo XIX, de patronímico Villasmil, establecida en aquella región costanera como resultado de su enlace matrimonial, por el año de 1.823, con un militar español, el señor Lorenzo Romero, quién heredó de su abuelo, la posesión y derechos reales sobre todas las tierras extendidas entre los ríos Ulé y Tamare, éste abuelo benefactor, también llamado Lorenzo Romero, fue por muchos años Prefecto de Gibraltar. En esas ricas y productivas tierras, entre los ríos Ulé y Tamare, los esposos Romero Villasmil fundan el Hato “Tía Juana” y dedican el trabajo de sus jornaleros y peones a la agricultura, la cría de aves de corral, ganado menor y mayor.

Por su parte, Juana, tampoco se quedó muy corta, ella había heredado el Hato “La Rosa” propiedad de su difunta madre, de tal modo la familia Romero Villasmil, se mudan hasta la entonces incipiente población de Cabimas, donde se dan el lujo de construirse la primera casa de tejas de toda la localidad, pues el resto se solía elaborar con pajizos de Eneas; Cabimas érase apenas una villa de pescadores y moradores propietarios de hatos, constituidos éstos por familias migrantes de Maracaibo.

Doña Juana Villasmil, ganó por su bondadoso proceder gran popularidad, siendo una ferviente devota de la fé Católica y practicante piadosa en su comunidad; para aquel tiempo, el caserío de Cabimas no tenía una iglesia donde celebrar la Sagrada Eucaristía de El Señor Jesucristo, viéndose sus pobladores en la necesidad espiritual de embarcarse por el lago en falúas hasta su vecina Santa Rita, la vía terrestre se construiría mucho tiempo después, en los albores del siglo XX.

Teniendo Doña Juana, una holgada posición económica, se dio a la tarea de disponer para construir de su propio haber, una iglesia de Barro con Paja, Caña Brava, Varas de Mangle y techos de Eneas, colocando en su interior y para su veneración, un cuadro de Nuestra Señora del Rosario, corría el año de 1.829, cuando por carta dirigida al Obispo de la Diócesis de Mérida, Rafael Lasso de la Vega, le solicita Doña Juana la asignación de un Sacerdote, siendo designado el Padre Juan de Dios Castro, a la sazón primer celebrante y pastor de la iglesia Católica en Cabimas.

Para el año de 1.840, es elevada la iglesia de Nuestra Señora del Rosario a Parroquia, no sería sino hasta el año de 1.965, cuando fue remodelada tal cual vemos hoy día, por Monseñor Guillermo Briñez Valbuena, y designada como la Iglesia Catedral de Cabimas.

Viene la pregunta, ¿Cómo se convierte ese sector conocido como Tía Juana en un emporio petrolero? Con la muerte de Don Aniceto Romero, último heredero de la familia, por el año de 1.912, con el inicio de las actividades de exploración de yacimientos petroleros, el gobierno del Gral. Juan Vicente Gómez, expropia por causa de utilidad pública las tierras pertenecientes al antiguo Hato “Tía Juana” siendo ocupado por su gendarmería a favor de la empresa concesionaria Royal Dutch Shell; conservándose el nombre del viejo hato en el Campo Petrolífero de Tía Juana, para 1.928, con el descubrimiento del tan buscado hidrocarburo,  la localidad se consolidó bajo el nombre de Tía Juana, hoy capital del Municipio Simón Bolívar de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo.

Doña Juana Villasmil de Romero, por su popularidad y por ser una persona bondadosa con sus vecinos,  en su honor la bandera del Municipio Simón Bolívar ostenta el emblema heráldico de una “Rosa” en reminiscencia del Hato "La Rosa" de su propiedad; por demás, Doña Rosa fue fundadora de la Iglesia Católica de Cabimas, hoy erigida en Diócesis, piadosa cristiana de devoción, fiel esposa y madre de siete vástagos, cinco hembras y dos varones, de ella nada más se sabe ni se supo, sino que enviudó de su esposo Don Lorenzo Romero, vivió largos años y murió en las postrimerías del siglo XIX; hoy día, la calle donde residía la familia Romero Villasmil, es conocida como El Rosario,  parte desde la iglesia catedral a la avenida Andrés Bello.

Parafraseado por Abogado JLReyesMontiel.
Crónicas del portal “Conociendo al Zulia” de Adixsa Struve Sthormes.