Régulo Montiel Ferrer |
Érase el nombre de una pequeña
tiendita, ubicada entre las avenidas 11 y 12 a la altura de la calle 69A, del
urbanizado sector denominado desde antaño “Tierra Negra” de la ciudad de Maracaibo;
cosa curiosa el nombre de esa zona de nuestra ciudad, siempre llamó mi
curiosidad porque fue mencionado de esa manera Tierra Negra.
La única relación entre ese
nombre y aquel antiguo caserío maracaibero, era los cascajos de carbón vegetal,
que ennegrecían la arena del fondo existente en toda la esquina de la propiedad
de mi padre Pascual Reyes Albornoz, ubicada en la esquina de la avenida 13 con
la misma calle 69A, nomenclaturas actuales de ese sector marabino, dadas durante
la administración municipal del señor Numa Márquez.
Cuando nos mudamos, sería el año
1965, un poco más o menos, de nuestra casa de El Saladillo en la calle
Venezuela, nos residenciamos en esa propiedad; mamá me contó que antes era un
Hato, cuyos terrenos mi padre fue vendiendo por parcelas, y en el cual, según
en ese antiguo hato, por los años 1940-1950 se desempeñó como un Bar denominado
“Claro de Luna” el cual mi padre rentó a una señora apellidada Godoy, cuyo
nombre no me acuerdo. Más luego, en los años de 1960, estuvo rentado
al desaparecido Ministerio de obras Públicas (MOP) como depósito de maquinaria
y estacionamiento.
Lo cierto del asunto, en mi
pueril imaginación, relacionaba el nombre de Tierra Negra, con la ennegrecida arena
por el carbón vegetal depositado desde muy antiguo en la parte trasera de aquel
viejo local comercial, propiedad de mi difunto padre, donde más después funcionó
un Abastos de víveres, cecinas y abarrotes.
Es decir, aparte de las instalaciones
del MOP, había un abasto en la esquina de aquella extensión de terreno, sobre
el cual existió además de la casa de habitación del Hato, el local del Abasto
en su margen derecha, el cual por muchos años estuvo rentado al abuelo de mi
esposa Mercedes, el señor Jorge Sánchez Ferrer, padre de mi suegro Geramel Sánchez
Montiel, casado con mi tía María Mercedes Montiel Fuenmayor.
Para trasladarnos a esa casa de
Tierra Negra, papá resolvió los contratos de arrendamiento sobre la referida
propiedad, en ese entonces, ese sector prosperaba con auge urbanístico y
proyección de la ciudad de Maracaibo hacia su parte norte, dejando atrás los
vestigios de sus estrechas calles y avenidas del centro, por otras mucho más amplias
y solariegas, como hoy día se puede constatar al pasearse por esa zona de la
ciudad.
Mamá estaba muy entusiasmada con
el cambio de residencia, pues hacia la avenida 11, estaba la casa de su hermano
Nicomedes Montiel Fuenmayor, y un poco antes, como indiqué, entre las avenidas
11 y 12, la casa de mi primo hermano Régulo Montiel Ferrer, hijo de tío Nicomedes;
además de la casa “Rafecar” propiedad de su contemporánea sobrina Carmen Romelia
Sánchez Montiel, y un poco más arriba, hacia la avenida 15 Las Delicias, vivía
mi abuela Mamá Carmela, es decir, estábamos sobrados de familia, en ese
ambiente me crie, para que vos veáis.
Papá fallece sensiblemente en el
año de 1967, tenía yo 7 años de edad, eso definitivamente configuró mi vida y
mi destino, contra viento y marea estoy echando el cuento, gracias a Dios y a
mi madre; pasaron algunos años, y mi primo hermano Régulo, vecino nuestro, sería
por los años 1.971-1972, estableció en su casa un pequeño abasto, denominado “El
Rinconcito” en el cual aparte de víveres, vendía las Guayabas y los Limones cosechados
por mi madre en el patio de nuestra casa.
El primo hermano Régulo, tenía una particular forma de mirar, de abajo hacia arriba, mamá me contó que fue la secuela de una fuerte fiebre, pandemias locales de época, llamada por la gente “La Perniciosa” sufrida siendo niño, llegando a tal extremo su temperatura corporal, que se le viraron los ojos y se quedó el muchacho así, mirando para arriba toda su vida.
Una mañana de tantas, mamá me
encargó fuera a la tiendita del primo Régulo, por un paquete de fideos, un cuarto
de kilo de Queso de Año y un potecito de salsa Ronco, para los espaguetis del
almuerzo de aquel día; al llegar a la tienda para hacer el mandado, sorpresa la mía que los acuciosos y enrevesados ojos de
mi primo hermano Régulo, detectaron la simiente de la abundante vellosidad, que
apenas afloraba sobre mi boca y pecho, diciéndome: -Muchacho vos si váis a ser
peluo! Fue tal mi pena y pudor, que, por esa, digo hoy tontería, deje de
visitar la tiendita de mi primo hermano Régulo.
JLReyesMontiel
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