miércoles, 7 de abril de 2021

Las mañanas son alegres, el ocaso triste.

No existe tiempo del día más alegre que el despertar, la noche nos renueva, durante el sueño somos una Crisálida que al día siguiente vuela con el Sol a una nueva esperanza. Somos una bandada de mariposas en el concierto ligero de nuestra presencia en este mundo. Buscamos la felicidad como la Abeja las flores silvestres, y eso es natural, porque la felicidad como la alegría está ahí, donde las cosas más sencillas por sublimes, nos encantan, nos llenan de paz y armónica vibración espiritual.    

Por entre el ramaje de las plantas, el milagro de la naturaleza me tiende una emboscada, una impresión me absorbe y retrae de la realidad a la ficción, alucinando seres increíbles, lo imposible es posible cuando palpamos la asombrosa vida natural que tenemos, y solo podemos suponer la que no vemos, esa es precisamente nuestra fe y esperanza.

La simplicidad me deleita con sus ricos celestes matices, es toda una joya materializada en el jardín de mi madre, una diadema en el purificado decorado verde que me abraza con sus encantos atizados por la brisa sobre mi cara, maravillado en mi ingenua infancia iba celebrando aquellos regalos que la luz de la mañana me brinda en el patio de mi casa.

Soy también parte de ese entorno en la metamorfosis de mis pensamientos, introvertido, encerrado en mi pequeño mundo, mi casa, un camino al colegio, otro a la tienda del señor Gabriel, otro a casa de mi abuela centenaria y a que mis tíos, no había otros caminos por andar, estaban a la espera incierta al salir de mi pueril Crisálida.

Incauto empeño el mío, con toda mi vista sobre los matices celestes de aquella capsula milagrosa, incapaz de romperlo para ver lo que había dentro, la curiosidad me abruma, pero sus broches de oro eran botones que al Capullo afirmaban su regia vestimenta, semejante e inmaculado decorado resultaba un pecado seccionar por mucha inquieta búsqueda de su interior, preferí preguntarle a mamá y fue ella quien dijo: -Es un Capullo de Mariposa.          

Por un tiempo volví al enigmático adorno que colgaba de la rama del árbol, y no era más que un caparazón abandonado, una vestidura rasgada y tiesa, sin sus celestes matices y sin sus broches de oro puro; la Mariposa se fue volando, nunca atiné verla florecer de sus capullos, solo de roñosas larvas a fantásticas Mariposas las veía; era todo un secreto verlas nacer, como un secreto era para mí, el parto doloroso de las madres encintas.

Atardecer en Santiago de Chile, vista de la cordillera de la costa.
Atardecer en Santiago de Chile,
vista hacia la Cordillera de la Costa.
Mirando a través de la ventana de mi habitación, el atardecer pernota ráfagas de pensamientos entretejidos, un concierto de melodías se acopia en mi alma, creando impresiones etéreas de plácida melancolía. Es tan triste el Ocaso y tan alegre la Aurora, ambos tienen los colores que el Sol les concede con su luz bendita y celestial, pero en la tarde es la noche la que asecha con su oscuridad, como la incierta muerte; no hay como las mañanas porque ellas inauguran cada día con la certeza de la vida; por eso, esta tarde recordé aquel momento luminoso, aquella mañana milagrosa de mi infancia con mi encuentro con la vida, en el Capullo de una Mariposa. 

JLReyesMontiel.   


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