No existe tiempo del día más
alegre que el despertar, la noche nos renueva, durante el sueño somos una
Crisálida que al día siguiente vuela con el Sol a una nueva esperanza. Somos
una bandada de mariposas en el concierto ligero de nuestra presencia en este
mundo. Buscamos la felicidad como la Abeja las flores silvestres, y eso es
natural, porque la felicidad como la alegría está ahí, donde las cosas más
sencillas por sublimes, nos encantan, nos llenan de paz y armónica vibración
espiritual.
Por entre el ramaje de las
plantas, el milagro de la naturaleza me tiende una emboscada, una impresión me absorbe
y retrae de la realidad a la ficción, alucinando seres increíbles, lo imposible
es posible cuando palpamos la asombrosa vida natural que tenemos, y solo
podemos suponer la que no vemos, esa es precisamente nuestra fe y esperanza.
La simplicidad me deleita con sus
ricos celestes matices, es toda una joya materializada en el jardín de mi madre, una diadema
en el purificado decorado verde que me abraza con sus encantos atizados por la
brisa sobre mi cara, maravillado en mi ingenua infancia iba celebrando aquellos
regalos que la luz de la mañana me brinda en el patio de mi casa.
Soy también parte de ese entorno
en la metamorfosis de mis pensamientos, introvertido, encerrado en mi pequeño
mundo, mi casa, un camino al colegio, otro a la tienda del señor Gabriel, otro
a casa de mi abuela centenaria y a que mis tíos, no había otros caminos por
andar, estaban a la espera incierta al salir de mi pueril Crisálida.
Incauto empeño el mío, con toda
mi vista sobre los matices celestes de aquella capsula milagrosa, incapaz de
romperlo para ver lo que había dentro, la curiosidad me abruma, pero sus
broches de oro eran botones que al Capullo afirmaban su regia vestimenta, semejante
e inmaculado decorado resultaba un pecado seccionar por mucha inquieta búsqueda
de su interior, preferí preguntarle a mamá y fue ella quien dijo: -Es un
Capullo de Mariposa.
Por un tiempo volví al enigmático adorno que colgaba de la rama del árbol, y no era más que un caparazón abandonado, una vestidura rasgada y tiesa, sin sus celestes matices y sin sus broches de oro puro; la Mariposa se fue volando, nunca atiné verla florecer de sus capullos, solo de roñosas larvas a fantásticas Mariposas las veía; era todo un secreto verlas nacer, como un secreto era para mí, el parto doloroso de las madres encintas.
Atardecer en Santiago de Chile, vista hacia la Cordillera de la Costa. |
JLReyesMontiel.
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