Una calurosa tarde de julio,
jugando a la sombra de los árboles de Mango, conocí en el patio de la quinta
“Ana Aurora” a los primos Esperanza y
Lucas Perozo Briñez, nietos de mi Tía Trina, muy gentiles familiares míos, hoy
día, de una honestidad a toda prueba, excelentes padres de familia y
trabajadores. Érase una de aquellas visitas familiares, pasarse por casa de Tía
Trina, María Trinidad Montiel de Briñez y su inseparable esposo Manuel Briñez
Valbuena, por cierto, según el libro de apuntes de Mamá Carmela se casaron un 19 de Marzo de 1924, conjuntamente con sus hermanos Pedro Briñez Valbuena y María Lourdes Montiel Fuenmayor, pero ese será otro cuento.
Manuel Briñez Valbuena. Iconografía cortesía de Esperanza Perozo (Fotoshop JLReyesM) |
María Trinidad Montiel de Briñez. |
Ya más grandecito, visitamos
nuevamente mamá y yo a los amables tíos, después de acudir a la consulta médica
en el Hogar Clínica San Rafael, donde me trataban mis pies planos, pero esa
tarde los primos Perozo no estaban en casa de Tía Trina, sentí una gran
ausencia, ya la temporada vacacional había terminado, Lucas y Esperanza
regresaron a su casa en Tamare de la costa oriental del Lago, para asistir a
sus labores escolares; sin embargo, me resultaba agradable aquella visita, pues
el ambiente solariego de los Briñez Montiel, su fluida y animada conversación,
el cafecito acompañado de algún dulce de lechosa, piña o limonzón, dispuesto
por Aura sobre la mesa, mientras Ana Aurora con su cigarrillo en la mano,
discernía con mamá su tertulia del
momento.
Amalia entre los corredores del
jardín central de la casa, daba su tetero a un venadito su curiosa mascota, y entre las matas de una jardinera, situada frente a la mesa del
comedor, unos pececitos en su pecera retozaban dibujando compases entre las
aguas cristalinas, mientras la algarabía de un Loro en su jaula en el patio
trasero, llamaba la atención, donde en otra jaula una pareja de Cardenales acopetados
exhibían sus colores entre macho y
hembra, el macho de un rojo intenso y la hembra pálidamente parda, como si la
naturaleza por destino marcara a su género el doloroso camino de ser madre.
Tío Manuel y Tía Trina ocupaban
dos sillas mecedoras tejidas de mimbre, en su sitio de honor en el corredor
hacía la cocina de la casa, desde donde seguían la conversación y se sumaban a
la tertulia aportando una que otra oportuna y valiosa opinión, mientras un
reloj de madera, colocado en la pared sobre el televisor, daba desde el comedor
sus campanadas vespertinas con su sonido de big ben londinense, penetrando su
tic tac el silencio de la sala y demás habitaciones de la distinguida morada, marcando
las taciturnas horas cual franciscano convento.
En su cuarto Fernando, la zurrapa de mis tíos Briñez Montiel,
reposaba recuperado de una pavorosa operación de columna, sobre su cama yacía
envuelto en una chaqueta armada en flejes de acero y cuero, para mantener la
correcta posición de su columna, ese fue mi primer encuentro con mi primo
Fernando Briñez Montiel, vaya la impresión me causó de niño, así lo conocí o al
menos así lo recuerdo de infante en ejercicio de mi uso de razón.
Estos son los hermanos Briñez Montiel, hijos del patriarca Manuel Briñez y mi tía Trina, Aura Albertina, Angela Adela, Ana Anagelina, Ana Aurora, Amalia y María las hembras, por otra parte los varones Manuel (Manolo), Enrique, Antonio José, Carlos Alberto y Fernando el Benjamín de la familia.
Fechorías de chiquillo y el
pertinente escarmiento, una tardecita de tantas, me tome la atribución indebida
de jugar con un busecito de cuerda, estaba guardado entre los huecos del lavadero
que daba al patio de la casa de Tía Trina, colocaba sobre el camellón el juguete y salía esmollejaito el busecito, el caso
fue, que el dichoso juguete se me metió en el bolsillo del pantalón y a mí como
me gustó la cosa, mala acción preconcebida, de regreso a casa lo escondí para
luego hacerme el musiu jugando con el sustraído perolito, pero que
va, a mamá no se le escapaba una ni uno, al ver ella el desconocido artilugio, inquisitivamente me
preguntó hasta sacarme la verdad, mamá tenía una paleta de madera para preparar majarete,
manjar blanco, delicadas y mazamorra, pues con aquella paleta mamá me sonaba por las batatas de mis piernas, y yo salía corcoveando.
Luego vino el castigo, me indicó
-ahora debes colocar el juguete de donde mismo lo tomó- y así lo hice
en la siguiente oportunidad de visitas en casa de los Briñez Montiel, deje el
busecito de cuerda entre los huecos del lavadero en el patio trasero, ahí lo
deje, sintiéndome por fin liberado de aquella desleal y mala conducta. Ahora a la sombra de mis cincuenta y pico y
medio de años, comprendo tan importante lección de vida, mi madre no me podía
exigir otra conducta, sino aquella la cual mediante su ejemplo me indicó,
siempre seguí sus consejos, a veces hasta en contra de mi voluntad, ahora soy y
estoy gracias a ella, no ostento riqueza, porque para ella tampoco era su fin, pero
si una existencia digna, tal cual sus padres, mis abuelos papá Luis y mamá
Carmela la instruyeron y así le pido a Dios me dé la fortaleza e inteligencia suficiente
para instruir a los míos.
José Luis Reyes Montiel.
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