Otros
vecinos de singular recordación, en la casa de la 69A con la avenida 13, fueron
los Valdez, nombre éste ficticio, pues este cuento y sus resultas quieren
resguardar la memoria de estas gentiles personas que alguna vez conocí y trate,
en aquella otrora casa de mis sueños de infancia.
En
efecto el Sr Marcos Valdez era un cubano muy alto y flaco, de finos y largos
mostachos al estilo del cantante mexicano Jorge Negrete, vestía siempre una camisa
o guayabera blanca siempre de mangas largas y sus pantalones anchos, zapatos
negros lustrados, muy circunspecto el hombre y de un humor apacible y bajo tono
de conversación pero muy rápido, como todo buen cubano habanero, pues el Sr
Valdez decía que era de aquella ciudad de afamados poetas y cantores del verso,
del son y del bolero.
Dedicase
en Maracaibo, el señor Valdez mediante una empresa MARVAL, C.A. ha todo tipo de
operación mercantil y compra venta de mercancías, tenía una extraordinaria
capacidad como ejecutivo en ventas, desde artefactos eléctricos hasta concentrados
de frutas y mermeladas, recuerdo como consumían mermeladas de frutas y
conservas de pulpa de guayabas, mango, parchita, guanábana, en potes de 1 Kg.
venia envasado el producto. Por supuesto, nosotros recibíamos nuestra ración
mensual de aquellos gustosos concentrados por gentileza de la señora Valdez.
La
señora Magdalena, su esposa, era bajita, gordita y de rizados cabellos negros; muy estrafalaria y
bullanguera, se diría que fácilmente hubiese pasado por maracucha, si su agudo
timbre de voz no la denunciara como española, pero de las islas canarias, muy
buena persona eso sí y en eso de hacer favores, no había que pedirle dos veces,
la señora Magdalena era todo darse, si llegabas a la hora del almuerzo te
colocaba sitio en su mesa y si te ibas sin comer era para ella un desprecio.
Un
día de juegos y televisión, llamó mi atención un silbido constante que salía de
la cocina, en efecto una olla a presión, emanaba el vapor concentrado en su
interior sancochando las caraotas, la señora Magdalena colocaba las caraotas
con abundante agua, ají misterioso,
pimentón, la parte blanca del cebollín, cebolla, ajo, sal y pimienta,
acompañadas con un jugoso hueso de puerco, para darle más gusto; una vez
transcurridos 20 minuticos, dejaba en reposo la olla con el seguro abierto
despidiendo el vapor, las caraotas con suficiente caldo las reservaba así bien
calientes, aparte en una paila sobre el fuego le echaba aceite
salteando ligeramente el arroz con algo de sal a su gusto, una vez salteado agregaba
con un cucharon colocador las caraotas y
su caldo aparte por tazas de acuerdo al número de tazas de arroz, si agregó
tres (3) tazas de arroz le agregaba seis (6) tazas de caldo puro de caraotas,
el resultado, sabroso y sustancioso, tremendo arroz, ellos lo comían como
planto principal, y llamaban el arroz así preparado, ennegrecido por el caldo de las caraotas y revuelto con este nutritivo grano “Congrí”, actualmente suelo prepararlo para ocasiones y lo acompaño con un buen plátano relleno con mantequilla y queso madurado rallado y a la lona primo.
La
señora Magdalena, tenía un dicho muy español, le decía con frecuencia a mamá
–coño señora Carmen a la palabra hay que darle fuerza no me joda, coño- pues la insolencia era su defecto más
destacado.
Tenían
dos hijos, Marquitos y Merylen, mis amigos vecinos de esa época, jugamos cuanta
diversión era común entre los jóvenes de esos tiempos, año
1968; especialmente Merylen, era contemporánea conmigo, pues Marquitos era algo
mayor a mi edad, y aunque compartimos algunos juegos ya se perfilaba en su
pubertad escuchando las "20 Favoritas" de radio Reloj, todas las tardes a eso de
las seis, nos colocábamos sobre la baranda de su casa a escuchar canciones de
moda en su pequeño receptor a baterías, recuerdo el radiecito estaba protegido en piel de
cuero, y sobre salía su antena para una mejor recepción, allí escuche éxitos
como el Amor es Azul con Paul Muriat y Michelle con los Beatles entre otros, eran mis favoritas.
Merylen
y yo, hicimos un hueco a través del muro colindante, desgastando uno de sus
viejos ladrillos de arcilla, nos dimos una señal de alerta para llamarnos entre
sí - Gua! Gua! Gua!- y planificar hacer
las tareas y luego jugar. A mamá no le resultaba muy agradable mis juegos con
aquella niña solitaria, pues me decía -yo
le doy permiso de ir a jugar, pero nada de estar jugando Ud. con muñecas- hoy entiendo su preocupación y la comparto
plenamente, y así eduque a mis hijos adoptando el rol que le corresponde de
género.
Tenía
Merylen unos inmensos ojos color café claro, rodeados por sus negras pestañas,
rizados cabellos negros, nariz bien formada llena de pecas, finos labios y una
mancha o lunar peludo en forma de ovalo sobre uno de sus brazos, que ella
trataba siempre de ocultar, aunque no era grande no pasaba de entre el codo y
la mitad del antebrazo.
Entre
Merylen y yo, nació una profunda amistad convertida en ilusión platónica, deshojando
flores de una planta de jardín, crecia muy abundante, llamada Chipe sembradas por mamá en el enlosado
de mi añeja casa, daban innumerables florecillas de aislados pétalos,
centralizados en un tubito del cual se fijaban a la planta y que eran en su
mayoría de color blanco y violeta. Nunca antes ni después de esos días, en mi niñez había compartido tanto, con mi flamante amiga para ya y
para acá, corriendo e inventando juegos entre los árboles y las plantas del
patio de mis casa.
Una
mañana, el hueco del muro se quedó solito para siempre, nuestro acordado
llamado de alerta ya no fue más objeto de encuentros de risas y juegos
infantiles, Marquitos y su pubertad quedaron reflejados en la batea que tumbo,
al lanzarse desde el techo en su inventado paracaídas, para caer de nalgas
sobre el pavimento; la señora Magdalena hoy la recuerdo cariñosamente cada vez
que preparó “Congrí”. Pues, el señor
Valdez se fue con toda su familia y enseres, tan súbito como dolorosa fue
aquella partida sin adiós, ni hasta mañana.
Algunos meses después, sonaban el candado del portón de mi casa, un señor alto y delgado vestía camisa blanca con una enorme corbata negra, de larga cerviz, movía su manzana de Adán al ritmo de sus palabras, solicitaba
alguna información sobre el señor Valdez a lo cual mamá no sabía que decirle,
pues tampoco sabíamos nada en absoluto, así diariamente un sinnúmero de cobradores
de diversas empresas relacionadas con el escurridizo vecino cubano, llamaban a nuestra
puerta buscando al señor Valdez tratando de dar con su paradero.
JLReyesM.
JLReyesM.
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