Carmen Montiel |
La
tierra madre, génesis de nuestra familia, formación de generaciones, el hato de
los Montiel Fuenmayor, desde María Mercedes la primogénita hasta Carmen
Domitila la zurrapa, doce hijos, de
los cuales dos murieron aún siendo niños, María Espíritu y Agustín Lubín,
selección natural de los mas fuertes, casta de mujeres y hombres de soles y
lunas, entre las inclemencias de tempestades y sequías, la dura tierra arada a
fuerza de pala, sembrada y abonada con el sudor de las frentes de los jornaleros
wayu y del formidable brazo de José Luis Montiel Villalobos mejor conocido como
Don Luis Montiel, campesino aferrado
a sus costumbres, cuando el paso de la Luna marcaba el ritmo de la cosecha,
fuente de vida para el pan nuestro de cada día, rezando el Ángelus en circulo familiar entorno a Papá Luis, el pater familiae presidía el diario Rosario
a la Santísima Virgen María. Desde el portal del antañón hato, figurado en el marco maravilloso de aquellos años, retomo viejas historias que mi madre me contaba, en las benditas horas de nuestra comida compartida entorno a nuestra mesa, que ahora les cuento.
Sobre los techos de
eneas de las chozas de los jornaleros Wayuu, labradores de la tierra de San
Luis, un pájaro nocturno se posa, al día siguiente el lugar es desocupado desde
sus cimientos, para los Wayuu era mala señal permanecer en el lugar, pues la visita de aquel pájaro de mal agüero representaba el espíritu del mal "Yolujaa", el abuelo por supuesto se molestaba porque implicaba
hacerle un nuevo lugar para establecer sus chozas.
Uno de aquellos
días, pasaron unos gitanos por el
frente del Hato, una gitana llamó desde el portón de “San Luis”. Papá
Luis receloso, ante la presencia de la gitana, manda a la infantilada a resguardo, Tía Mercedes, intrigada y
curiosa, lo sigue, la gitana pretende leerle el futuro
en la mano al abuelo, éste se resiste manifestándole no creer en esas cosas, la
gitana se ufana y arrogante le dice -Ah viejo orgulloso ya verás tu suerte- se
dirige a Tía Mercedes y le dice -Mírate en la pierna ¡la gusanera que en ella
tienes!- desde ese instante Tía Mercedes enloquece viéndose la gusanera en la
pierna, que solo ella se veía pues nadie notaba semejante hecho, me contó mamá
que los jornaleros Wayuu sentenciaron que aquello se trataba de un mal de ojo lo que hoy podríamos llamar
una sugestión, de hecho y felizmente su hermana se curó con las oraciones de
una “piache” curandera Wayuu.
Hato San Luis, pintura al oleo de la artísta Nelly Amado, el cuadro original fue enviado a concurso en la ciudad de Berlín, Alemania. |
Dedicatoria posterior de la foto tomada a la pintura, suscrita por su autora (1938). |
El aguacero rompe
las cántaras, se inundan las ciénagas desde Cabeza de Toro hasta Las Peonías, y
una manguera como un cono centrifugo
desde el Lago entra por Salina Rica aterrando a la gentes, peces llueven en
“San Luis” y sus alrededores, entonces un relámpago anuncia su estruendo y un
rayo parte de arriba abajo en dos un frondoso árbol de “Cují” con la certeza de un corte de hacha, al día siguiente al
remover los escombros y palos del Cují los muchachos del hato, entre ellos Tío
Aurelio y tío Dimas, quién frecuentemente comentaban bajo los efectos del fermento del trigo y del lúpulo estos
hechos, entre risas y alborotos hallaron
entre sus nervaduras del Cují la
piedra del rayo, se pensaba que era una piedra que caía con el rayo, siendo mas
bien esta piedra el resultado de la fricción del calor del rayo que derrite la
arenisca del suelo.
Bajo la sombra de
un Níspero el abuelo Papá Luis enterró
engrasadas envueltas en un coleto de fique sus pistolas, las que tenía para su defensa personal, la represión
oficial del gobierno del Benemérito Gral. Juan Vicente Gómez no solo prohibía
también castiga con presidio la tenencia de armas de fuego, necesaria
disposición legal ante las continuas asonadas, alzamientos, rebeliones y otros
que por mero bandolerismo, en aquellos años 1900-1910 armaban grupos de hombres
quebrantando la paz de pueblos y ciudades. El asunto fue que dichas pistolas
nunca aparecieron en el supuesto lugar del entierro, olvido del abuelo o algún
vivo se las halló y sabrá Dios su destino.
Don Luis Montiel escuchando una serenata dominguera. |
Llegó la gripe
española, y uno de los chiquillos de Tío Nicomedes y su esposa Tía Graciela,
Régulo Montiel Ferrer le dio la peste, contó mamá que le contó la abuela, fue
tal la intensidad del malestar y el fogaje de la fiebre del muchacho que se le
viraron los ojos y así quedó toda su vida. Por eso el raro mirar del primo Regulo,
llamaba mucho la atención, el que no conocía este cuento, pensaría que miraba raro, con el entreseño de la frente.
En mejores tiempos, mamá y madrinita, adornaban los domingos de San Luis, muy visitado
desde Maracaibo, por familias amigas, entre ellas las de Don Felipe Amado y su
hija Nelly con su amiga Romira Montezuma, las hermanas Perez Conde, sus amigos
Rene Angulo, Horacio Ríos, la poetisa
María Calcaño amiga personal de Papá Luis, quién obsequió a mi abuelo la
primera edición de su poemario “Alas Fatales”, también la familia Rincón
Fuenmayor, entre otros nombres que el olvido se llevo entre los cimientos del
añejo Hato San Luis, amistades que harían de las tertulias y pasatiempos sus mejores momentos entre las sombras de los
árboles y las caricias de la brisa del norte, o bailando música de la Victrola o de una Pianola, o cantando con el acompañamiento de las guitarras y
cuatros, valses, danzas y contradanzas, gaitas y décimas.
María Espíritu y Carmen Montiel Fuenmayor con Rene Angulo y "La Trepadora" |
José Luis Montiel Villalobos (Papá Luis) |
Con la muerte de Papá Luis, la familia se nos fue partiendo en pedazos, cada hijo de cada hijo se nos fueron yendo, Tío Julian se casó con tía Margarita, en el hato se quedó su crio el catire José Julian al cuido de Mamá Carmela; tío Nicomedes “El Sombrero” Montiel recorriendo en los camiones de tío Román Reyes a Venezuela, abriendo rutas y caminos nuevos e inexplorados, dejó a la orden del abuelo Papá Luis, a sus hijos Luis Guillermo, Darío, Régulo y Eduardo, hijos de tía Graciela, el tío Nicomedes y sus cuentos de camino que me echó cuando niño a la sombra de las tardes que nos visitaba en casa; a donde esta la amable y educada presencia de tío Pancho, los ojitos azulitos de su esposa tía Chucha, su Hato “San Antonio” y sus hijos Nemesio con su jocoso buen humor, Elio de amena conversación, Rita, y María Montiel Ferrer entre vivos y otros difuntos, los hijos de tía Lourdes, Mariíta Briñez Montiel, Lula, Bernardita, Chucho con sus abrazos y apretones, Francisco, Pedro Eduardo, Guillermito y el Niño Jesús que le regaló a Madrinita la tía Espíritu, Pepe y la patilla de su tío Guillermo, de ese cuento pregúnteles al primo Antonio Briñez Montiel, el hijo de mi tía “Trina” María Trinidad Montiel Fuenmayor amorosa y refranera, su esposo de bodas de oro Don Manuel Briñez Valbuena, con su Vaquera productora de Leche embasada en botellas de vidrio, también refranero, sus hijos Ana Angelina, Ángela Adela, Ana Aurora, Aura, María, Manolo, Enrique, Carlos y Fernando Briñez Montiel; tío Jorge Segundo Sánchez y María Mercedes Montiel Fuenmayor, sus hijos Carmen Romelia, hermana de Geramel Sánchez mi suegro, el unigénito, al lado de sus otras hermanas Apola y María Felicia; María Soledad la esposa inseparable de mi tío Aurelio, cuando quedaba sola en San Luis calzaba la escopeta y con un disparo espantaba a los extraños, protegiendo a sus muchachos María Chiquinquirá, Manuel Trinidad, Marcos Sergio, Maritza Josefina y Martha Marina, Marianela; el amor infinito de mi tía Espíritu y la galantería del caballero Gotera; la guitarra de Rene Angulo y la congestión de Horacio Ríos por el casorio de tía Espíritu; las confidencias de Papá Luis mientras mi tía Espíritu lo pelaba; Mamá y su baúl de recuerdos, cuentos y tradiciones, los pajaritos que en la mañana la despertaban, sus auroras y atardeceres, donde se quedaron sepultados sus pensamientos de juventud, sus amigas, alegrías y tristezas.
Ayer fui
recorriendo espacios, más allá de donde sale el Sol en el horizonte infinito,
allí trasmutado permanece un segmento de mis sentidos, una trilla de arena me
conduce a “San Luis” el ocaso irradia aces de fulguraciones blancas, azules y
naranjas, los viejos le llaman el Sol de
Los Venados, porque – en ese momento de la tarde, aprovecha el cazador para salir y con sus fuegos tirar a los Venados, pues a esa hora, éstos animalitos dejan el monte, para
abrevar en las pozitas de agua. Sigo mis pasos entre arbustos, matorrales y las
ramas de unos enormes Cujies susurran la brisa de la tarde, a mi derecha esta
la visión de unos Jagüeyes uno mas chiquito el otro mas grande, entre el
follaje del monte los veo, una delgada capa de Balza los cubre, el viento agita suavemente sus aguas.
Las raíces de los enormes Cujies, son nervaduras que valen de contención a las orillas del irregular Jagüey, como los dedos de un gigante insepulto, de algún viejo arcano del tiempo. Traen al pensamiento, viejos lamentos y ayes de dolor, penas y risas de alegría, gritos y llamadas de angustia; sobre las copas de los árboles las nubes remontan el cenit en cuadriga insigne de mil victorias cantadas, los pájaros hacen el acorde de un himno de naturalezas muertas, son bodegones, son pinturas rupestres sobre la tierra, las cicatrices del verano en un óleo multicolor, pintando los contornos de una naturaleza prolija, plasmada entre el cielo y la tierra en una magistral figuración de un maestro pintor, artista insomne de la vida y de la muerte.
En un rincón de
esos benditos espacios encuentro a mamá, la tomo del brazo, sus manos toman las
mías, una luz envuelve el instante solemne del encuentro, me acompaña en el
camino, la trilla se convierte en una vereda iluminada y entre los estantillos de madera, sobre la alambrada de púas pasamos por un Saltillo, llegamos a la Majada de “San Luis”, en la Enramada sobre la mesa del comedor está la Escopeta que Don Felipe Amado regaló a Papá Luis; la oscurana de tarde a la noche, la ilumina tenues Lámparas de Carburo y en el Fogón, las Pailas conservan aún humeantes, sus
gustosos guisos para acompañar la fresca Yuca de la cena.
La posición del Sol
indica, un poco más o menos, las seis
de la tarde, se escuchan desde los Postigos de las ventanas los rumores de oraciones acumuladas en años de
vivencias familiares, son coros de voces enlazadas unas sobre otras como mil
voces, meditaciones angélicas de almas benditas, llegan en procesión fantasmas
familiares, las baldosas del piso reflejan otros espectros, entre las varas y horcones del tejado, resuena el
eco tumultuoso de las penitentes oraciones hasta apagarse con el sigilo del
silencio de la tarde, son ahora las siete de aquella noche, en el corredor del
Hato sobre el lustrado piso se reflejan las sombras de las ausentes hamacas, todo es silencio, todo es
candor, todo es pureza e inocencia, hay el ambiente un aroma de jazmines, su simplicidad corteja mis
sentidos, me siento tan sereno y tranquilo, suave y sosegado, tan claro y
reposado, me quedo profundamente dormido, levitando aquel sitio, hasta despertar cada mañana, entre el
sueño profundo y perpetuo, acompañadp de mis espíritus familiares.
José Luis Reyes Montiel.
4 comentarios:
Amigo y donde queda o quedaba este hato san luis?
En la antigüedad por las estribaciones del camino de tierra a Santa Cruz de Mara, mucho antes de Cabeza de Toro y frente al hoy sector Canchancha, antes era el Hato Canchancha,actualmente se levanta sobre sus terrenos el C.C. Sambil en toda la avenida Guajira,antes carretera vía a El Moján.
Muy interesante reseña familiar,lo felicito...
Excelente relato familiar. La narrativa estupenda. Gracias por compartirlo!
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