En el patio de mi casa, aquella en la Maracaibo de 1970 de la calle 69A con avenida 13 de Tierra Negra, existía un verdadero calidoscopio vegetal, mamá
muy aficionada a la flora, había reunido en el patio de la casa su microcosmo verde, con palitos que tomaba de cuanto arbolito era de su agrado, tambien con con semillas que secaba al Sol y luego plantaba trasplantadas a la tierra llana, otras que le
regalaban y otras no tan regaladas provenientes del arrebatón de
jardineras ajenas, en fin todo es permisible cuando de aficiones se trata.
Si no tenía para colocarlas en
materos, apelaba a cuanto envase se lo permitía, potes, potecitos, botellas y
frascos; recuerdo ahora, en el frente de mi casa, un vetusto árbol de Acacia lo
aprovecho mamá para hacerle unos materos, el árbol había sido presa del comején
y socavado en su interior de su tronco, por lo que ideó
mamá rellenarlos con piedras y en la parte de arriba sellarlos con cemento,
moldeándole dos grandes materos, que emergían del tronco de la vieja Acacia,
allí plantó una variedad de plantas de jardinera desde Bella a las Once hasta
Barbas de Capuchino, dándole un cromático acento visual al anquilosado
tronco.
Del herbario medicinal algo les
había adelantado en el relato “Las semillas voladoras” hoy les diré que mamá
también solía sembrar en un apartado del patio a modo de barbacoa, plantas de
Llantén, Albahaca, Romero, Orégano entre otros, que junto al árbol de Ratón,
los Limones, las hojas de Naranja y el Algodón de Seda, constituían la despensa
a la que acudir para obtener a la mano remedios caseros, y disponer tambien para la
sazón de la comida; y hasta para aligerar el cuerpo cuando pesadumbroso es oportuno un aromático bañito con agua hervida de Ratón, Romero y Albahaca,
para aligerar las vibraciones y recargar energías positivas.
A modo de recomendación, después de hervir las hojas en una ollita y una vez reposado, despues de ducharte te aplicas el dicho bálsamo del combinado
vegetal: Ratón, Romero y Albahaca, rezando muy devotamente un Padre Nuestro, una Salve y un Gloria, sales
de ese baño gozoso y en armonía con el Universo Celestial.
De todos los árboles del patio, el mas frondoso era
una enorme Caucho, situado en el frente de la casa, sus raíces
adventicias y ancho tronco invitaban a disfrutar de su fresca sombra, cuando en
las tardes descubrí bajo su follaje mi sitio predilecto para la recreación vespertina y el estudio, coloqué unas tablas recostadas a su tronco a modo de banqueta, allí
los alisios del norte refrescaban mis pensamientos volando espacios y tiempos,
allí sentado y contemplativo leía poesía y meditaba, durante largas horas de la tarde y muchas veces hasta oscurecer, debajo del Caucho y en el frente de mis casa, alguna vez leí estos versos de Rubén Darío “…juventud
divino tesoro, te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces
lloro sin querer… En vano busqué a la princesa que estaba triste de
esperar. La vida es dura. Amarga y pesa. ¡Ya no hay princesa que cantar! Mas a
pesar del tiempo terco, mi sed de amor no tiene fin; con el cabello gris me
acerco a los rosales del jardín... juventud divino tesoro, te vas para no volver, cuando quiero llorar
no lloro y a veces lloro sin querer…”. Ahora con los años que vigentes
resultan para mí estos versos.
En cuanto a Mangos, ni hablar de
variedades, los había pequeños y grandes, fibrados y de pura pulpa, tres
matas en el costado Este y dos matas en el costado Oeste, en las tardes de
vacaciones, cuando el hambre pegaba, me preparaba con un mango verde unos
picaditos con sal y pimienta, y a la panza.
Si de sed y calor se trata, una
limonada con hielo picadito, no la supera aún ni la última Coca Cola en un
Desierto, en efecto, los hermosos y cargados limones de casa, se tomaban del
árbol de Limón que sembrado al margen de la cerca colindante y en toda la
entrada en el portón del garaje, daban sombra al lugar y en flor un aroma a esencias de lima limón, en realidad se trataba de tres matas de Limón de diferentes
variedades, unos eran mas grandes que otros, mas jugosos o menos jugosos, el
caso era que nunca faltaban limones para la mesa. Un dato, así lo hacía mamá,
si conservar los limones quieres, para que no se marchiten y sequen,
entiérralos en la arena bien en una jardinera, maceta o matera, o cúbrelos con
arena en un pote, duran por mucho mas tiempo, se amarillan y se ponen mas
jugosos.
De las Guayabas de Carmen Cecilia, cuyos arbolitos mamá trajo en tarros desde Santa Cruz de Mara, las sembró en la parte trasera del patio de la casa, habían cuatro
variedades, por cierto una variedad era una Guayaba blanca que hace tiempo no veo en el
mercado.
Hicacos, Lechosas, Nísperos, Plátanos y Guineos, eran los otros
frutales de mi vieja casa, acompañados entre jardineras, materos, arbustos,
enredaderas, Rosas, Jazmines, Carmelitas, Cayenas y Berberías; las Zábilas, las
Serpentarias, un enorme árbol de No Me Olvides, Un Roble o Apamate, y dos
Cocoteros, hacían el cenáculo a la botánica con las botellas contenedoras de
palitos con raíces en gestación listos para la siembra.
El punto final es para la Zábila, de
sus propiedades curativas dan fe infinidad de personas, por sus efectos
antibióticos, analgésicos, depurativos, cicatrizantes, adelgazantes, y aún son
objeto de investigación.
Un
anécdota sobre los Limoneros colindantes, como éstos echaban sus ramas hacía la
casa vecina, donde a cuya sombra y resguardo, todas las tardes, una "patota" consumía
de la hierba conocida entonces como "mafafa" yo muchacho todavía, me
sentaba a estudiar a la sombra y en el umbral del tronco del señalado árbol de Caucho, aprovechando la brisa norte del lugar;
los universitarios "mafaferos" por cierto muy silentes y respetuosos, nunca se
hicieron escandalos ni sentir de ningún modo hacía nuestra casa, de no ser por el cerril
aroma a monte quemado del sicotrópico, traído por el viento, hubiesen pasado
desapercibidos, pero, pero ¿Cómo supimos que era mafafa? por una amiga de mamá
enfermera profesional María Dinalti, en una de sus tantas visitas a mi
casa, al percibir el olor nos dijo de lo que se trataba; ella muy
valientemente, inquirió a los jóvenes, y éstos se excusaron, ella les rompió los
cigarritos de mafafa y no pasó mas nada. El caso es que, yo
seguí estudiando recostado en el tronco del Caucho de mi casa al cobijo de su sombra y ventilado por la brisa de ese lugar del patio, donde muy a pesar del montaraz
aroma a mafafa llevado por el viento, memorizaba mas rápido y me resultaba mas
fluido el conocimiento.
JLReyesMontiel.
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