Una mañana de un buen
día de algún postrero año de la década de 1950, tocaba a la puerta de la casa
“El Cristo” residencia de mi Tío Dimas Montiel Fuenmayor, una joven maestra, de
menudo cuerpo y pelo negro intenso, mi Tía María Espíritu Santo salio a su
encuentro, un bebe blanquito como la leche con rizados cabellos, dormía entre
sus brazos; -Buenos días- se saludaron mutuamente, -Usted es la señora
Espíritu- preguntó la visitante, -Siii,
a su orden- contesto mi Tía.
Comenzaba así una
relación familiar entre aquel niño y la progenie de primos Montiel, que bajo la
guarda y custodia de mi Tía Espíritu a encargo de su mamá, pasaba las
temporadas escolares en casa de los Montiel Fuenmayor, mientras su mamá se
trasladaba hasta Santa Bárbara del Zulia lugar donde se desempeñaba como
maestra rural.
Ese vínculo familiar
persiste hasta nuestros días, Juan Carlos es visitado con frecuencia por los
primos Montiel allá en el caserío Escagüey después de cruzar el Páramo de Mucuchíes
vía a Tabay en el estado Mérida en su “Casita de la Miel”, como se denomina el
negocio de venta de Miel de Abejas por él recolectada y embasada, bajo la marca
“Maya” como la abejita de los comiquitas, entre otros derivados de la miel y
artículos artesanales del lugar, todo natural como la naturaleza que los rodea.
Juan Carlos, el
matemático, podría decir el astrofísico de vocación, pues esa siempre fue su
inquietud desde su juventud; pero por sobre todo el humanista, el hombre
sencillo en el ser y en el vestir, de largos y rizados cabellos, barba abundante, su morralito de fique
cruzado al lado, con sus sandalias de cuero; solo sus gruesos lentes resaltaban
de su ovalado rostro entre sus rizos, producto de su miopía, era la única
prenda que portaba por necesidad.
La primera vez que vi
a Juan Carlos, fue una tarde de agosto, en mis vacaciones escolares, mamá
pelaba unas mazorcas de maíz para cocinar Guapitos,
(para los que no lo sepan o no sean de este lado del lago de Maracaibo, los
“Guapitos” es el Tamal Guajiro, pero algo dulzones pues se le agrega un toque
de azúcar), Juan Carlos que siempre ha sido un entusiasta de estas cosas
nuestras y vernáculas, conversaba mientras veía a mamá rayando las mazorcas de
maíz para preparar la masa de los Guapitos, los cuales disfrutamos con
mantequilla, queso y café con leche en la cena de ese día.
Juan Carlos durmió
esa noche en casa, para mi fue muy chévere tener un compañero en casa esos días
de vacaciones ya que estaba muy solo, yo vivía con mamá y Sara mi hermana, papá
había fallecido en el año 1967, yo era un niño de nueve años, de manera tal que
esos días, Juan Carlos y yo, jugamos pelota, nos encaramamos en las matas, comimos Mango verde, chupamos Limones,
comimos Guayabas e Hicacos, agarramos Iguanitas, y conversamos de todo un poco.
Me dijo que planeaba hacer un viaje a pie por América, la nuestra, desde
Venezuela pasando por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia hasta la Argentina. Su
logística era pedir colas a los camioneros, morral al hombro, y así lo hizo.
En Cumana, estudiante en la Universidad de Oriente (1970) |
Entonces pasó un
tiempo, ya con mis 12 años, Juan Carlos regresó, nos convocó en “El Cristo” a
ver las dispositivas que había tomado con su cámara, las que mas llamaron mi
atención fueron las de Perú y la ciudad perdida de “Machu Pichu” el resto de la
noche trascurrió escuchando los anécdotas y vicisitudes de su viaje, las cuales
disfrute como nadie.
Mucho podría decir
sobre la singularísima personalidad de Juan Carlos, un intelectual y anacoreta,
sencillo, con su amplia sonrisa acentuada por su franca mirada, todos lo buscan
todos quieren conversar con él, pues su aparente paz interna encierra el
arrebato del genio, y como tal vive y se angustia, porque para el todos somos
uno en el Universo.
Solo un pensamiento excepcional podría renunciar a su cátedra
de Matemáticas en la Universidad de Los Andes para dedicarse a la apicultura, a
sus abejas y a la producción de miel y sus derivados medicinales.
Juan Carlos Schwartzenberg Rincón
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Esta nota me la
entregó mi Tía Espíritu en sus últimos días, junto con el Libro de Apuntes de
Mamá Carmela, un Rosario, un Medallón del Papa Juan Pablo II conmemorativo de
su visita a Venezuela, entre otras cosas, documentos, escritos y cartas, yo la
conocía desde mucho antes, cuando niño curioseaba sus checheres, ella sabía de
mi interés por estas cosas, y me las cedió para su recuerdo.
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