sábado, 25 de enero de 2014

Quintiliano el viejo.

Fuese Quintiliano en la Roma clásica, un gran orador, abogado, educador y filosofo de origen hispano; pero en este cuento me refiero mas bien a un huraño personaje que prestó sus servicios como jardinero a la familia Reyes Albornoz, especialmente a mis tíos Román, Carlos Luis, Victoria y a mi padre Pascual; desde hacer hoyos en la arena para sembrar árboles, podar las matas, regarlas, limpiar el patio, y demás mandados y recados, entre otras tareas, que realizaba el viejo Quintiliano entre sus refunfuños característicos.

Los orígenes de Quintiliano los ignoro, de algo si estoy seguro, según me contó mamá era una persona solitaria, sin familia conocida, que vivía errante de casa en casa de los Reyes donde la noche lo sorprendía; sin embargo, y pese a su avanzada edad, trabaja como una verdadera bestia y en honor a la verdad nunca me cayo bien, tenía cierta malicia en su mirada que me hacía dudar de su fidelidad.

Recuerdo como comía toscamente y machacaba con su escasa dentadura la comida mientras ingería abundante agua dejándola caer a través de su pecho empapando su sucia camisa y pantalones, me asqueaba en realidad su presencia y nunca le dí mi confianza, cuando trabajaba en casa trataba de estar lejos de él.


El viejo Quintiliano.
El rostro de Quintiliano, era muy similar al de “Popeye” frente arrugada, ojos entresejados, barbilla prominente, nariz rojiza, rechoncha y pequeña, su contextura delgada, de piel blanca arrugada; Además, cojeaba de su uno de sus pies; el tono de su voz tenía un cantaito peculiar, sarcástico, muy a tono con su desagradable presencia, con una permanente sonrisa plena de ironía, donde su penetrante mirada fulminaba todo aquello que reflejara.

Pasaron algunos años, papá muy enfermo sentado en su hamaca recostado sus brazos sobre su Taburete, dejaba sudar su fiebre, el viejo Quintiliano se acerco hasta la habitación después de comer su cena, por alguna razón me acerque también hasta papá, y el viejo Quintiliano abordó a papá voceando una serie de sórdidas reclamaciones; pienso ahora fuera de lugar, pues que más podía pedir el viejo Quintiliano que no le hubiere sido dado: trabajo, cobijo y alimento.

No olvido aquellas sombrías palabras, como funesta sentencia sobre el ya lacerado cuerpo de mi padre, como dejando expresar y dar rienda suelta a todo su absurdo resentimiento –¿Estáis enfermo?... yo los veré morir a todos los Reyes uno por uno los veré morir- papá solo lo miraba, tomando sus palabras indiferentemente, pero respecto a mi solo confirmaba mis impresiones sobre el verdadero carácter del viejo Quintiliano.

Pasaron los años, papá murió el año de 1967, me hice hombre y ya casado con mis tres hijos al ristre, un buen día del año 1990 me dice Pascualito mi hermano, -José Luis ¿sabéis a quien vi? Al viejo Quintiliano, que barbaridad todavía esta vivo, esta de cuida carros en el automercado Cada de Sabaneta- comentándole entonces mi parecer del susodicho personaje.    

Cosas de cosas, se me ocurrió ir hasta el sitio, en efecto, me encontré con el viejo, no me costó en lo mas mínimo reconocerlo, ahí estaba Quintiliano, con su sorprenderte vejez, igualito como el mismismo día que le había dicho aquellas ingratas palabras a mi padre, como si un sortilegio guardara entre los bolsillos de su sucio pantalón, inconmovible, con su satírica risita, y hasta mas sonrojado y lisa la piel de su rostro.

Yo le llamé –Epa! Quintiliano- lo salude, me dí a conocer al oír el apellido Reyes le brillaron sus ojos con inquisitiva malicia, le dije -soy el hijo de Pascual, José Luis-, se quedó mirándome reticente, le hice recordar aquella tarde de 1967 y sus palabras, no se retracto, solo dijo un –Ah! Sii!- como afirmando todas y cada una de sus agoreras sentencias, los muchachos desde el carro me observaban y pensando en ellos renuncie a encontrar en aquel viejo personaje algún vestigio de bondad y humildad, su silente orgullo y soberbia le decantaba por los poros de su piel, y me regresé pensando, en la obra de Víctor Hugo “Los Miserables”.

Nadie sabe nadie supo, el destino final del viejo Quintiliano, si esta vivo como el judío errante o quizás se lo llevó el Diablo confundiéndole con “Popeye” por aquello que decía el rudo marinero de las caricaturas “Que el diablo me lleve”.

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