Fuese Quintiliano en la Roma clásica, un gran orador, abogado, educador y filosofo de origen hispano; pero en este cuento me refiero mas bien a un huraño personaje que prestó
sus servicios como jardinero a la familia Reyes Albornoz, especialmente a mis
tíos Román, Carlos Luis, Victoria y a mi padre
Pascual; desde hacer hoyos en la arena para sembrar árboles, podar las matas, regarlas, limpiar el patio, y demás mandados y recados, entre otras tareas, que realizaba el viejo Quintiliano entre sus refunfuños característicos.
Los orígenes de Quintiliano los
ignoro, de algo si estoy seguro, según me contó mamá era una persona solitaria,
sin familia conocida, que vivía errante de casa en casa de los Reyes donde la
noche lo sorprendía; sin embargo, y pese a su avanzada edad, trabaja como una
verdadera bestia y en honor a la verdad nunca me cayo bien, tenía cierta malicia
en su mirada que me hacía dudar de su fidelidad.
Recuerdo como comía toscamente y
machacaba con su escasa dentadura la comida mientras ingería abundante agua
dejándola caer a través de su pecho empapando su sucia camisa y pantalones, me
asqueaba en realidad su presencia y nunca le dí mi confianza, cuando trabajaba
en casa trataba de estar lejos de él.
El viejo Quintiliano. |
Pasaron algunos años, papá muy
enfermo sentado en su hamaca recostado sus brazos sobre su Taburete, dejaba
sudar su fiebre, el viejo Quintiliano se acerco hasta la habitación después de
comer su cena, por alguna razón me acerque también hasta papá, y el viejo
Quintiliano abordó a papá voceando una serie de sórdidas reclamaciones; pienso
ahora fuera de lugar, pues que más podía pedir el viejo Quintiliano que no le
hubiere sido dado: trabajo, cobijo y alimento.
No olvido aquellas sombrías
palabras, como funesta sentencia sobre el ya lacerado cuerpo de mi padre, como
dejando expresar y dar rienda suelta a todo su absurdo resentimiento –¿Estáis enfermo?... yo los veré morir a todos los Reyes uno por uno los veré morir- papá
solo lo miraba, tomando sus palabras indiferentemente, pero respecto a mi solo
confirmaba mis impresiones sobre el verdadero carácter del viejo Quintiliano.
Pasaron los años, papá murió el
año de 1967, me hice hombre y ya casado con mis tres hijos al ristre, un buen día del año 1990 me
dice Pascualito mi hermano, -José Luis ¿sabéis a quien vi? Al viejo
Quintiliano, que barbaridad todavía esta vivo, esta de cuida carros en el
automercado Cada de Sabaneta- comentándole entonces mi parecer del susodicho
personaje.
Cosas de cosas, se me ocurrió ir
hasta el sitio, en efecto, me encontré con el viejo, no me costó en lo mas
mínimo reconocerlo, ahí estaba Quintiliano, con su sorprenderte vejez, igualito
como el mismismo día que le había dicho aquellas ingratas palabras a mi padre,
como si un sortilegio guardara entre
los bolsillos de su sucio pantalón, inconmovible, con su satírica risita, y
hasta mas sonrojado y lisa la piel de su rostro.
Yo le llamé –Epa! Quintiliano- lo
salude, me dí a conocer al oír el apellido Reyes le brillaron sus ojos con inquisitiva
malicia, le dije -soy el hijo de Pascual, José Luis-, se quedó mirándome
reticente, le hice recordar aquella tarde de 1967 y sus palabras, no se
retracto, solo dijo un –Ah! Sii!- como afirmando todas y cada una de sus
agoreras sentencias, los muchachos desde el carro me observaban y pensando en
ellos renuncie a encontrar en aquel viejo personaje algún vestigio de bondad y
humildad, su silente orgullo y soberbia le decantaba por los poros de su piel,
y me regresé pensando, en la obra de Víctor Hugo “Los Miserables”.
Nadie sabe nadie supo, el destino final del viejo Quintiliano, si esta vivo como el judío errante o quizás se lo llevó el Diablo confundiéndole con “Popeye” por aquello que decía el rudo marinero de las caricaturas “Que el diablo me lleve”.
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