sábado, 19 de noviembre de 2022

La Calle Derecha.

De esa calle Ciencias, tengo muchos recuerdos de infancia. Mi madre solía visitar a la familia León, residenciada en una de esas solariegas casas, la señora Inés León y su señora madre, amigas de la familia Montiel Fuenmayor, quienes habitaban la señorial casona, de anchos muros, y tejas redondeadas al estilo español, yo muy observador, las diferencias de las tejas cuadradas de las casas de la calle Venezuela (95) donde viví, hasta el año 1965, en una casa de dos ventanas, dispuestas al margen y a un mismo lado izquierdo de la puerta de acceso.

Ésta casa, propiedad de mi difunto padre Pascual Reyes Albornoz, estaba situada enfrente de la placita Hermágoras Chávez, al lado de la Refresquería María Luisa, cuyo local también era propiedad de mi difunto padre; allí pasé mis primeros años de infancia, llegué aun gateando y salí caminando, de 5 años de edad.

Cuando mi madre, Carmen Montiel Fuenmayor, salía para hacer sus compras al centro de la ciudad, por cierto, todavía se decía: “Vamos a Maracaibo” como si fuera muy lejos; siempre me llevaba a mí, porque aún no había comenzado mi preparatorio escolar, entonces de regreso a casa, pasaba a visitar a las León en su casa de la calle Ciencias, también conocida como la famosa Calle Derecha.

Era un gusto de mis mayores, como ahora suelo hacerlo, tomarse un Café y conversar un rato, para continuar la caminata de regreso, hasta mi casa en la calle Venezuela. En ese lapso de tiempo, mientras mamá y sus amigas tertuliaban, yo carajito, aprovechaba para curiosear los largos corredores de la casa, que traspasaban toda su longitud hasta un último tercer patio, pasando antes dos patios interiores, que separaban secciones de aquella casona, comunicados por camellones decorados con finas losas adosadas en sus pisos.

En el último patio estaba plantado una Mata de Taparas, hoy la reconozco como de Tapara por sus frutos, que guindaban de sus ramas como verdes bambalinas, pero, aquel último patio interior, me resultó sobrecogedor y sombrío, pues un silencio recóndito solo se dejaba escuchar en el inocuo entorno de entre sus enmohecidos muros.

De antesala al lúgubre tercer traspatio, la tercera y última habitación servía de depósito a la casona, recuerdo la gran cantidad de chécheres acumulados en su interior, como museo, pues la antigüedad de los mismos, llamaron poderosamente mi atención infantil; baúles, escaparates y tambores de grueso cartón con tapas de metal, guardaban ropa, útiles de cocina, prendas, pequeñas cajas de madera y otras de cartón ricamente decorados, así como frascos vacíos de perfumes que, aún a pesar del tiempo, exhalaban fragancias de ensueños.

Sobre una fornida y artísticamente torneada mesa, un antiguo toca disco con su bocina, que al preguntarle a mamá me dijo que eso era una Victrola, una nevera vieja a gas, una cocina de manillas como aldabas de puertas y planchas de hierro para escoger. Todo aquello ocupaba los extremos y rincones de aquella tercera habitación, que sugestionó mi atención cada vez que visitaba con mi madre a la familia León de la calle Ciencias.

Por cierto, la dicha Calle Ciencias, conocida como Calle Derecha, me hace ver ahora, que casi todas las calles de esa parte de la Maracaibo antañona, eran derechas, por lo que considero, que el maracaibero bucólico de entonces, bautizó a la Calle Ciencias, como Calle Derecha, porque interconectaba derechito la Basílica de San Juan de Dios, Hogar de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, con el centro de la ciudad y su plaza Bolívar.

Abogado JLReyesMontiel.   

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