Ésta casa,
propiedad de mi difunto padre Pascual Reyes Albornoz, estaba situada enfrente
de la placita Hermágoras Chávez, al lado de la Refresquería María Luisa, cuyo
local también era propiedad de mi difunto padre; allí pasé mis primeros años de
infancia, llegué aun gateando y salí caminando, de 5 años de edad.
Cuando mi
madre, Carmen Montiel Fuenmayor, salía para hacer sus compras al centro de la
ciudad, por cierto, todavía se decía: “Vamos a Maracaibo” como si fuera muy
lejos; siempre me llevaba a mí, porque aún no había comenzado mi preparatorio
escolar, entonces de regreso a casa, pasaba a visitar a las León en su casa de
la calle Ciencias, también conocida como la famosa Calle Derecha.
Era un gusto
de mis mayores, como ahora suelo hacerlo, tomarse un Café y conversar un rato,
para continuar la caminata de regreso, hasta mi casa en la calle Venezuela. En
ese lapso de tiempo, mientras mamá y sus amigas tertuliaban, yo carajito,
aprovechaba para curiosear los largos corredores de la casa, que traspasaban toda
su longitud hasta un último tercer patio, pasando antes dos patios interiores,
que separaban secciones de aquella casona, comunicados por camellones decorados
con finas losas adosadas en sus pisos.
En el último
patio estaba plantado una Mata de Taparas, hoy la reconozco como de Tapara por
sus frutos, que guindaban de sus ramas como verdes bambalinas, pero, aquel
último patio interior, me resultó sobrecogedor y sombrío, pues un silencio recóndito
solo se dejaba escuchar en el inocuo entorno de entre sus enmohecidos muros.
De antesala al
lúgubre tercer traspatio, la tercera y última habitación servía de depósito a
la casona, recuerdo la gran cantidad de chécheres acumulados en su
interior, como museo, pues la antigüedad de los mismos, llamaron poderosamente
mi atención infantil; baúles, escaparates y tambores de grueso cartón con tapas
de metal, guardaban ropa, útiles de cocina, prendas, pequeñas cajas de madera y
otras de cartón ricamente decorados, así como frascos vacíos de perfumes que,
aún a pesar del tiempo, exhalaban fragancias de ensueños.
Sobre una fornida
y artísticamente torneada mesa, un antiguo toca disco con su bocina, que al
preguntarle a mamá me dijo que eso era una Victrola, una nevera vieja a gas, una
cocina de manillas como aldabas de puertas y planchas de hierro para escoger.
Todo aquello ocupaba los extremos y rincones de aquella tercera habitación, que
sugestionó mi atención cada vez que visitaba con mi madre a la familia León de
la calle Ciencias.
Por cierto, la
dicha Calle Ciencias, conocida como Calle Derecha, me hace ver ahora, que casi todas
las calles de esa parte de la Maracaibo antañona, eran derechas, por lo que
considero, que el maracaibero bucólico de entonces, bautizó a la Calle Ciencias,
como Calle Derecha, porque interconectaba derechito la Basílica de San Juan de
Dios, Hogar de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, con el centro de la
ciudad y su plaza Bolívar.
Abogado JLReyesMontiel.
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