sábado, 1 de febrero de 2014

Amores de cambio.

Durante los años setenta y hasta la primera mitad de los ochenta, la bonanza petrolera en nuestro país había fortalecido al Bolívar como moneda nacional, con un valor en el cambio muy por encima al Peso de nuestros vecinos colombianos, eran tiempos de Miami esta barato dame dos e ir de compras a Maicao y Cúcuta, o aprovechar la zona libre en la isla de Margarita, incluso Curazao era otra opción, pues la adquisición de ropa, lencería, artefactos eléctricos entre otras mercaderías resultaba muy económico para los venezolanos.

Por el otro lado de la frontera, llegaba una ola migratoria a nuestro país de ciudadanas y ciudadanos colombianos, en su mayoría buena gente honesta y trabajadora, personal profesional, técnico y obrero calificado, en búsqueda de nuevos horizontes, atraídos sobre todo por la prosperidad económica y comercial, resultado de esa riqueza petrolera desmesurada.

Sin embargo, no todo lo que inmigró fue positivo, vinieron también maleantes y vagos, infiltrados entre la gente humilde y trabajadora, invasores de terrenos públicos y propulsores junto a connacionales de una extensa marginalidad en las inmediaciones del perímetro de la ciudad de Maracaibo, quizás no tan notoria a la vista del visitante por ser la ciudad una planicie adyacente al lago de Maracaibo, a despecho de la ciudad de Caracas que por encontrarse en un valle, la marginalidad que la circunda se ha concentrado en las cerros y colinas adyacentes, visiblemente al visitante que solo al mirar observa esa triste realidad.

Maracaibo, por demás fue inundada de damas colombianas unas jóvenes otras mayorcitas que ofrecían sus servicios como trabajadoras domesticas, buenas trabajadoras, honestas y responsables, que se ganaban la confianza de sus empleadores, incluso les confiaban la guarda y cuidado de los hijos, venían principalmente de Barranquilla, Santa Marta, Cartagena, Cúcuta, entre otras poblaciones colombianas.

Los maracuchos, recibieron por supuesto con beneplácito aquella oleada de femeninas, pues a diferencia de las maracuchas, eran muy consentidoras y complacientes, sabían como halagarnos como buenos machotes vernáculos que se respeten, y además buenas cocineras, el caso fue que, el maracucho que no tenía una amante colombiana no estaba en la onda, muchos fueron los que formalizaban doble hogar y hasta llegaron a romperse relaciones conyugales.

En efecto, en lo personal conocí una joven muchacha, provenía según me dijo de una ciudad neogranadina de muy sonoro nombre “Sincelejo” en la región de la costa caribe entre Cartagena y Montería; yo entonces disfrutaba de mis 20 años florecientes, esperaba mi ingreso en la facultad de derecho, cursaba los Estudios Generales en LUZ y con un certificado de Locutor, recién graduado, producía junto con el colega Ángel Martínez Gonzáles el programa Sobre la misma Tierra, espacio radial de la Asociación Cultural Rómulo Gallegos, en la otrora emisora Radio Selecta, 1390 Khz. hermana de La Voz de la Fe, 580 KHz. Érase el año 1980, día sábado en la noche, terminado el programa un compañero de la asociación y yo caminamos desde la emisora hasta la avenida Bella Vista, para tomar un por puesto que nos llevara hasta el centro de la ciudad y cada quién tomaba su rumbo.

Esperando el transporte a la vera de la avenida, veo la blanca y pelirroja sincelejera blandiendo sus caderas cual Palmera al ritmo de la brisa del lago maracaibero, se detuvo en el teléfono monedero de los locales comerciales del Centronorte, luego se acercó a nosotros preguntando si teníamos medio sencillo (Bs. 0,25 costo de una llamada local de ese entonces), sin perdida de tiempo me zumbé a la torera, y le pregunté… -¿Depende? Si es para llamar un amigo no tengo- me contesto en su fino español colombiano – ¡Oiga Usted es bien pasao!- …y fue el inicio de una tertulia en la fuente de soda adyacente en Centronorte, yo trabajaba como escribiente en la Notaría Pública Tercera de Maracaibo y con cobres en el bolsillo la invité a tomarnos unos sifones, otrora era costumbre en las fuentes de soda cada dos rondas servir unos pasapalos al costo de la bebida, recuerdo el mesonero nos llevó unos cayos a la madrileña, que con el sabor de la cerveza resultaba un rico manjar, a media noche salimos cerveceados, nos dimos un loco beso y de allí me la saque a un hotel por las inmediaciones de la avenida El Milagro.

Como era sábado y tiempo de navidad, en plena temporada gaitera, estaba de moda una gaita en especial “Linda Ilusión” por cierto de Lenin Pulgar quién había sido mi compañero de trabajo en el Registro II de Maracaibo, decía un poco mas o menos su letra… “He conocido el amor pues la vida me lo ha presentado es la mas linda ilusión de todo aquel que está enamorado, aunque muy lejos estés para mi siempre estas a mi lado”…señores buenas noches… aquel idilio resultó de antología, en nuestra habitación a lo lejos desde Santa Lucia, un equipo de sonido trasnochado dejaba escuchar a todo volumen el éxito gaitero del momento, mientras acurrucados los jóvenes amantes daban rienda suelta al amor.


José Luis Reyes Montiel.   

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