sábado, 4 de noviembre de 2017

Vivir completo y al día.

Cuando muchacho me gustaba mirar las estrellas en todo su esplendor en el inmenso cielo azul profundo de la noche, acostado en el patio de mi casa, el alumbrado de la ciudad no entorpecía como ahora el titilar celeste; la ciudad de Maracaibo terminaba hasta las inmediaciones de La Trinidad, El Naranjal, Monte Claro y la Barriada del 18 de Octubre, todo lo demás eran trillas y monte.

Más al norte las palmeras de las playas de Lago Mar Beach, Brisas del Lago, Universidad y La Policía coronaban los límites de Maracaibo, el puente de Cabeza de Toro iniciaba la entrada al otrora Distrito Mara. 

Los islotes artificiales de lo que más luego seria las edificaciones de Lago Mar Beach apenas comenzaban sus dragados y ciegas de las costas lacustres, una brisa fresca se descollaba a lo largo y ancho de aquellas esplendidas playas con sus Cocoteros serpenteando sus sonidos entre las nervaduras de sus alargas hojas de palmas, adornando toda la línea costera de una ciudad en pleno desarrollo.

Recuerdo una ocasión cuando un hijo del difunto señor Eugenio Nava, conduciendo su camión volteo, nos invitó a mamá, Sara y a mí a la playa Brisas del Lago, íbamos montados todos en el cajón trasero de carga, entre ellos Minerva hija de los Nava y una carrantanga de muchachos; el camión, un Chevrolet Apache destartalado, dejaba sonar su envejecida armazón y todos nosotros gozando un bolón con el viento en popa golpeando nuestros cachetes.

Recorrimos la trilla de arena que partía de la intersección de la plaza del Buen Maestro, confluencia de las avenidas Bella Vista y El Milagro, pues la actual avenida Milagro Norte ni se pensaba existiría alguna vez, por esos lares llenos de Cujisales, Tunas y Cardones, el frontispicio  de la Capilla de Nuestra Señora del Carmen nos daba la bienvenida a Santa Rosa de Tierra, y en su margen derecha los Hatillos de Villa Carmen y Villa Virginia haciéndoles compañía. 

De ese recordado lugar de mis primeros años de existencia, otro camino de arena nos conducía a las antes referidas playas, donde pasamos ese Domingo familiar, enseñoreados por la brisa que desde el norte llegaba al Lago, bañándonos al ritmo de sus olas.

Al regresar a casa, nuevamente la noche me invitó a la mística exploración estelar, el día de Sol playero picaba mi cara y rozaba mi espalda tirado sobre el patio de mi casa mirando las estrellas, el viento conjurado de aquella noche por la Luna llena ondulaba mis cabellos refrescando el ardor de mi rostro, el ruido de las hojas de los árboles agitados por la brisa y desde las calles aledañas el maraqueo incesante de las Laras en sus aromas en flor, convertían el ambiente en un escenario perfumado de naturaleza, casto y arrolladoramente espiritual.

Si otras existencias y moradas tuviera, y me fuese dada la dicha de poder escogerla en tiempo y espacio, no dudaría en escoger ésta y no otra, porque en ella conocí la presencia de Dios.

Las mañanas y sus noches de cada día fueron la oportunidad de una nueva aventura de juegos y diversión, estudio, colegio y amigos; y aún y muy a pesar de la soledad de mi infancia y de sus estrecheces económicas, ésta no era sino una ventaja de encuentro en sí mismo, que sumo conciencias y aptitudes, gestando mi personalidad, no he sido un santo he cometido muchos errores y faltas, tampoco he amasado riqueza monetaria, pero he vivido completo y al día, y doy gracias a Dios por eso.

JLReyesM.


2 comentarios:

Unknown dijo...

¡Que buen pensamiento final, José Luis! Honor en tus palabras “Es de bien nacidos el ser agradecidos”

JLReyesMontiel dijo...

Me da mucho gusto tu comentario; recuerdo fielmente los regalos de navidad que tu y Elizabeth me llevaban a casa cada 25 de Diciembre, llenaron de juegos mi infancia, un fuerte abrazo!