De la Maracaibo de mi infancia, de
aquellas deliciosamente frescas mañanitas al despertarme y a través de la gran
ventana, me emocionaba la luminaria del alba inundando todos los lugares del
recinto de la habitación, donde dormíamos cuando carajitos mi hermana Sara en
su cama y yo desde mi Hamaca, colgada por los Mecates desde las Alcayatas, sostenida
por sus abiertas Cabulleras, abrían el acogedor blanco lienzo de mi Hamaca.
De un brinco, despegaba al
levantarme, al rito mañanero para orinar, lavarme la cara, la boca y cepillarme
los dientes en el único lavamanos de la antañona casa, situado a un lado de la
puerta de dos alas del comedor, frente a ella y de seguidas, pasando un ancho corredor
un arco prominente de acceso, daba a la puerta principal de la sala, en un único
atajo y al paso desde la sala hasta la cocina, estaba la puerta del patio de la
casa, donde árboles de Mango, Limón, Cayenas, Berberías, Carmelitas,
Trinitarias, entre otras plantas de Jardín, sembrados más recientemente,
adornaban las sombras de otros viejos árboles de la familiar estancia, aquel formidable
Almendrón sostenido por su avezado tronco y un enorme Caucho con sus ramas
cubriendo el Camellón, dando su sombra al visitante desde el portón de entrada
a la puerta de la sala en el frente de la casa, y hacia el fondo, un veterano árbol,
que mamá llamaba árbol de Ratón, como coronando el patio trasero, demarcando
con su presencia, los límites del terreno entre nuestro patio cultivado y el Solar,
donde el invierno con sus lluvias, coloreaba de amarillas florecillas
resaltadas y fulgurantes en contraste al
verde intenso de los Abrojos desparramados como feliz verdolaga en toda su
espesura, guarneciendo la humedad de la arena, donde Hormigas y Machorros
ocultaban sus agujeros de madrigueras, y el rocío mañanero impregnaba mis pies
y tobillos al caminar.
Del árbol de Ratón, contaré las
veces cuando sus hojas aromáticas y medicinales, bañaron nuestros cuerpos,
limpiando la viruela y el sarampión de nuestra piel, cicatrizando sus llagas
con el milagroso jugo de sus hojas hervidas, vertidas de la cabeza a los pies.
¿Cómo evitar la seducción de su
sombra? Con la brisa mañanera recostado al tronco rugoso del Ratón que sostenía
mi espalda, mirando desde él la puerta trasera de la casa que daba al patio, en
su estratégica posesión entre el Solar y el patio sembrado de plantas, un
vistazo al ala izquierda y derecha de los patios laterales de la antañona
casona, es una sugestiva visión que aún me acosa, desde los días más hermosos y
felices de mi vida.
Y en el frente de la casa y a la hora del atardecer, iba al encuentro de los vientos alisios del norte, sentado sobre la improvisada banqueta apoyada en el tronco del Caucho, yo carajito, casi oculto entre sus ramas cargadas de anchas hojas, tímido miraba a los transeúntes pasar frente a mi casa.
Entre las nervaduras de sus raíces
y el ensortijado tallo del árbol de la casa, quedó sepultada mi infancia, adornada
por el rumor de los acordes taciturnos del viento de la tarde, iluminada por la alborada de la tarde, feliz, arbóreo, con el apetito sobreseído de una taza
de café con leche y pan tostado con mantequilla, Café de nuestro suelo, Pan de europeos
fueros y mantequilla Alfa.
¿Cómo olvidarte primorosa
infancia? Si me da por llorar de gozo en el alma cada vez que te recuerdo, bajo
la sombra de un frondoso árbol, sonando sus hojas al paso de la brisa
susurrante, ante el Sol y a la cara de un amanecer fulgurante, o en las tardes y
al anochecer de cada día, en sus momentos de encuentros fugases, alientos de
vivencias añoradas, abrigando aún mi alma inquieta la agitación del varonil ímpetu,
en éste mi corazón cansado.
JLReyesMontiel.
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