Jardín Botánico de Maracaibo, Estado Zulia. Foto Eduardo Romero, descargada del portal "Maracaibo, Tradición y Progreso" Editada en su tonalidad por éste servidor. |
Y la muchachada requecontenta,
por aquel prodigio de la naturaleza, recolectando bajo la lluvia tropical, el
Maná escamoso bajado del cielo, para deleite de la mesa familiar en las
templarías estancias de nuestros campesinos.
El protagonista de este relato,
por sus encantos y por tan bella imagen cuya musa inspiró, es “El Curarire” así llamado en el campo zuliano, donde emerge
vigoroso entre finales de febrero, abril y principios de mayo, despojándose de sus dentadas hojas y vistiéndose
de sus características flores amarillas, adornando los campos, carreteras y
caminos, sobre el agreste y seco suelo, árbol emblemático y noble de nuestro
campo Marabino, diferente al “Araguaney” solo por las lisas hojas de éste, y
ser propio de terrenos más húmedos en el llano venezolano y en la montaña, pero
ambos de una fuerte madera, la cual por su dureza, se emplea en las antiguas
construcciones de nuestras casas típicas; en el Zulia, las cuales se talaban y torneaban para
la hacer los llamados "Horcones" robustos fustes, donde se fijaban
las “Cañas” y entre éstas, se sostenían piedras de “Ojo” o “Conchas de Coco”
amalgamadas con “Cal y Canto”, sobre los
“Horcones” verticales, se apoyaban otros “Horcones” horizontales y sobre éstos
las “Varas” elaboradas con madera de los árboles de “Mangle” muy abundantes en
la costa y lago adentro, siendo mucho más liviano que la madera del “Curarire”
el cual por su durabilidad y dureza se utilizaba, por nuestros “Maestros
Albañiles” como base estructural de nuestras típicas casas de la Maracaibo de
antaño.
Mi casa de infancia, de patio grande y jardines, tal cual su imagen quedó reflejada en mi memoria (Dibujo a mano alzada al lápiz). |
Respecto de la construcción de aquellas casas marabinas, de nuestro pasado glorioso, mamá me contaba ciertos anecdóticos detalles, entre más ventanas poseía la casa, éstas demostraban el abolengo y riqueza de sus propietarios habitantes, por una parte; también se empleaba para la construcción de viviendas las “Conchas de Coco” las cuales resultaban más económicas, tanto por su recolección como por su abundancia, alrededor y en las márgenes de la costa del Coquivacoa, pero, pero por otra parte, repercutían en la calidad constructiva de la casa y en consecuencia, en las apariencias de la capacidad económica de su ocupante.
De tal manera que las piedras
llamadas de “Piedras de Ojo” eran preferidas para la construcción por su
durabilidad, siendo de estimar su extracción de los yacimientos de minas
existentes en el subsuelo sedimentario de la planicie de Maracaibo, donde abunda
por cantidades, pero es más costosa por su extracción. A simple vista, las “Piedras
de Ojo” están formadas por sedimentos ferrosos, piedras y caliza, aglomerada y
prensada por las fuerzas geológicas durante centurias, de este interesante
material están formados los cerros costeros y tierra adentro en el Zulia y
Venezuela. Desconozco realmente de su existencia en otros países.
En el patio del fondo de mi casa
de la infancia, abundaban Piedras de Ojo, yo solía recolectarlas y observarlas
detenidamente, me interesaba sus formas y las lucía en mi acuario, una vez bien
lavadas y limpias, dejándoles solo el material más duro, de ese modo adornar el
fondo de la pecera junto a la grada, sobreponiéndolas, les hacía a los peces un
“Dolmen” que había visto en los libros de Historia del Arte de mi hermana Sara,
y los peces pasaban debajo del Dolmen y también se escondían en él.
Las amarillas flores, despojan a
El Curarire de sus hojas secas, anunciando el otoño figurado de nuestras
singulares estaciones tropicales, dándole con su refulgencia visual la
bienvenida al inclemente invierno, con sus fríos y torrenciales Aguaceros, demarcando en el despejado horizonte,
amenazantes y tempestuosas, sus nubes cargadas de agua, en el cenit gris oscuro
de los parajes montunos, con su paso movidas por el viento hasta hacerse “Chubasco”
levantando la hojarasca de su reposo en el aún seco suelo o de las decomisas ramas despojadas, ésta turbada algarabía precede al golpeteo continuo de las gotas del Aguacero, que sobre los tejados,
árboles y patios, hacen de aquella memorial atmósfera, brotar alucinadas impresiones, figurando delirios en otras
precipitadas palpitaciones de incontenible llanto.
JLReyesMontiel
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