Era mediados de aquel año de
1976, cuando nos mudamos desde la casa paterna situada en el sector Tierra
Negra de Maracaibo, parroquia Coquivacoa, hasta la popular parroquia de Cristo
de Aranza en el conocido sector de La Pomona, en toda la calle 103, paralela a
la 102, avenida principal de La Pomona, por donde está actualmente Café
Imperial y Distribuidora Tamayo, la casa situada sobre y en plena elevación de
tierra o cerro, muy fresca por la brisa que recibía desde el Lago por su frente
y en su fondo cuando venteaba del suroeste, según sus escrituras la casa fue construida
a sus expensas por el señor Juan Ávila, en terrenos parte de mayor extensión,
heredado de sus progenitores, de hecho, al lado de nuestra casa, estaba la casa
de su hermana la gentil señora Ana Isabel Ávila de Sánchez, vecina nuestra.
Mi madre adquirió para mi hermana
Sara y mi persona, dicha casa, rebautizándola con el nombre de “Los Reyes” y
realizándole a su vez una serie de mejoras y bienhechurías, bajo la dirección
del singular amigo de toda la familia Montiel Fuenmayor y Maestro de obras, Don
Julio Barboza.
Para el momento cuando tomamos
posesión de la casa, ya poseía varios árboles frutales sembrados en su terreno,
una enorme mata de Mango en la jardinera del frente, le seguían una mata de
Níspero sembrada al lado de derecho de la casa en una jardinera contigua a la del frente, y al
fondo de la casa, había también dos jardineras y en cada una de ellas, estaban
sembradas tres matas de Nísperos, éste detalle al principio no se notaba sino
por la evidente formación de sus trocos, que finalmente se había unido pero que
se dividían en sus ramificaciones al aire; el caso era, que las matas de
Nísperos fueron sembradas de tres en tres en cada jardinera, en el patio a
desnivel de la casa, pues de la puerta de la cocina al fondo descendía tres
peldaños.
Con el tiempo comprendí, que los
árboles fueron sembrados de manera de aprovechar al máximo, el espacio del área
de terreno sobre el cual estaba edificada y dispuesta la casa, muy bien
acondicionada con callejones pavimentados de cemento a los lados y en su fondo,
y en el frente el área de estacionamiento y el camellón de entrada del portón a
la puerta principal de la casa con baldosas decorativas.
Yo tenía 16 años cuando llegué a
esa casa, y en ella viví el final de mi adolescencia y comienzo de mi cuajada
juventud, fueron buenos años en rasgos generales, con altos y bajos, como toda
típica existencia, siempre con el recuerdo de las carencias de la presencia de
mi difunto padre Pascual Reyes Albornoz, gracias al cual, poseíamos mi hermana
Sara y yo esa casa, y, sobre todo, al esfuerzo y voluntad férrea, de nuestra
señora madre Carmen Montiel Fuenmayor.
Pasaron en esa bonita casa, mis
años de estudiante, el bachillerato en Humanidades e inicio de la Universidad,
podría definir mi estancia en esa casa, como la mejor época estudiantil de mi
vida, entre el entorno de mi casa, la ciudad de Maracaibo y la Universidad el
Zulia, con todas sus recordadas y añoradas edificaciones, por las cuales caminamos conociéndolas, por puro gusto de muchachada entusiasta de amigas y amigos,
compañeros de estudios.
De aquellos árboles de Nísperos y
de los Mangos, recuerdo aún su gustoso sabor, agradecido por demás por la
valiosa iniciativa de quién los sembró tan oportunamente, para deleite de
nosotros, pues nunca faltaba en nuestra mesa, el fruto de sus abundantes
cosechas, las que recolecté con una “Datera” que nos regaló tío Manuel Briñez
Valbuena, esposo de mi tía Trina, ambos hoy fieles difuntos, para que
recogiéramos los Mangos y los Nísperos, dicha Datera, tenía la particularidad
que se articulaba en sus extremos de modo de facilitar la captura de las
frutas, aprovechando tubos de antena de tv muy livianos de aluminio, ajustados
y ensartados con madera de palos de Escobas.
Recuerdo como si fuera ayer, el
día que maduraron los Nísperos; los había recolectado una fresca tardecita,
recién terminada mi faena de estudios, bajo la sombra de aquellos frondosos
Nísperos, mamá me indicó que ya estaban “Hechos” para ponerlos a madurar ¿Qué
como lo sabía mi madre? será al cálculo del tiempo y vista del fruto, en esa
ocasión llené la Batea de Nísperos, siguiendo las instrucciones de mamá, los
lavé cuidadosamente con agua, quitándole la aspereza de su piel, como granitos
de arenilla, además de los palitos adheridos y hojas, limpiándoles con un trapo
húmedo la pegajosa leche blanca emanada de sus vértices.
Una vez limpios, se colocan a
secar del lavado, y secos se envuelven en papel periódico, uno por uno, al
menos esa era la técnica de maduración empleada por nosotros, una vez envueltos
en papel periódico, los guardaba a su vez en una bolsa plastificada, de las que
se usan normalmente para los mercados, finalmente colocaba las bolsas llenas de
Nísperos a temperatura ambiente, sobre el mueble de la Alacena, con los días
unos tres a cinco días, se van sacando los maduros al tacto y por su textura
blanda, y a la mesa como postre para desgrasar el almuerzo, o para colmar los
antojos de un aperitivo a toda hora, que también son buenos.
Grata sorpresa de aquellos
sabrosos Nísperos de La Pomona, una vez madurados el día que los consumí por
primera vez, observé que, por su formas del fruto y sabor, descubrí que había
siete variedades de Nísperos, según correspondían a cada mata, la del frente y
las seis del fondo, que estaban sembradas de tres en tres en cada jardinera, y
terminaron uniendo sus troncos, todo por aquella mano prodigiosa y frugal que
los sembró tan esmeradamente.
JLReyesMontiel.
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