JL montado en el rucio moro
Al borde de la carretera asfaltada, el portón de entrada daba la bienvenida
a propios y visitantes, una trilla de arena, bordeada de sembradíos, conducía
hasta la modesta estancia familiar, detrás de la casa estaban unas “Barbacoas”
de Cilantro, Cebollín y Ají Misterioso, por otra parte, flanqueando la casa la alambrada y casita de
las Aves de Corral, entre Gallinas y Patos, sus polluelos haciéndoles caravana.
La casa y el terreno estaban bajo la custodia de una pareja de paisas,
contratados por los padres de mi buen amigo “El Gallo” como se le llamaba entre
nosotros, sus compañeros de estudios y bohemia juvenil.
Los padres de Alberto Gallardo, que en paz descansen en la gloria de Dios,
El Dr. Gilberto Gallardo, especialista ginecólogo, y la señora Judith Valencia,
profesional de la enfermería clínica, fueron personas de un excepcional trato
afectuoso, de esas almas bondadosas empáticas y dadas a la conversación
transparente, tan sinceros como atentos en todo momento, el Dr. Gallardo y su
esposa la señora Judith, el uno para el otro en un amor profundo por su hogar e
hijos, que daban la alegre bienvenida a quien los visitara en su casa de la
calle 85, sector Las Delicias de Maracaibo.
De aquellos días de vacaciones compartidas con mi buen amigo, fuimos además
de pasarla bien, para custodiar la propiedad los días de descanso
correspondientes de la pareja trabajadora, encargada del mantenimiento de la
Granja.
Durante el día uno estaba de verdad tranquilo, entre aquella paz y silencio
ensordecedor de la soledad de ese bendecido espacio, pero, en la noche cada
ladrido de los perros, cada ruidito en el techo y costados de la casa, alertaba
la prudente atención de permanecer preparado ante cualquier contingencia,
realmente solo estábamos Alberto y yo dentro de la casa, y en esos años de 1980
los amigos de lo ajeno ya comenzaban hacer desmanes en el campo zuliano.
Afortunadamente se disponía de una escopeta artesanal, conocida como
“Chopo” recargada con una baqueta cilíndrica por su cañón con polvora, taco
plomo y taco para fijar la plomada, un fulminante colocado en la chispotera,
accionada con un martillo disparador de resorte y PUM..! Con el cañonazo a
cualquiera se le quitarían las ganas de husmear buscando que robar o quien sabe
hasta de asaltarnos dentro de la casa.
En las mañanas, el mejor de los momentos, yo preparaba el despertar de un
criollísimo desayuno, sobre plato y pocillo de Peltre, Arepas con Café con
Leche, Mantequilla, Nata, Queso, recogía de la tapara en la Alacena unas
frescas posturas de Gallina, que aderezaba con Sal, Pimienta y sazonaba con
Cebollín y Ají Misterioso que desmontaba desde sus Barbacoas.
Cada despertar de esas vacaciones en “Los Lirios” a pesar de la noche
azarosa, en la mañanita y al despuntar el Alba, antes del buen y reparador
desayuno, ya había hecho mi rutina de ejercicios matutinos, en ese entonces
pesaba 103 kilates, siempre peso pesado, recorría al trote el perímetro de la
granja aprovechando el borde de lo que se conoce como corta fuegos, entre la
alambrada de púas y el terreno enmontado.
“Los Lirios” su caballo rucio moro, la casita de resguardo, sus animales y vegetación, mi amistad con “El
Gallo” así como el entrañable recuerdo de nuestra juventud, con los
madrugonazos estudiando el Derecho y su Justicia nos hicimos abogados en la
Universidad del Zulia, para decoro y en honor de nuestros padres, los padres de mi amigo Alberto Gallardo tanto quisieron nuestro campo que se hicieron a su modo un lugar de encuentro familiar y añoranzas, ahora ellos son cuerpos
celestiales, nos guían desde el cosmos infinito, dándonos la bendición de Dios.
JLReyesMontiel.
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