Mamá, Sara y yo tal cual por esos años (1965) detrás está el carrito de mi primo hermano José Julian Montiel Agudelo |
Al
lado de mi casa estaba un local comercial de mi difunto padre Pascual Reyes
Albornoz, situado en la calle Venezuela y al fondo de la Basílica de San Juan
de Dios, templo escogido por la patrona de Maracaibo y el Zulia Nuestra Señora
de Chiquinquirá como lugar para su devoción cristiana.
Por
muchos años ese local estuvo arrendado a un señor italiano de nombre Mario,
quién era el encargado del mantenimiento y servicios de la sacristía y
capellanía de la catedral de Maracaibo, el italiano Mario compartía sus tareas
laborales en la catedral durante el día y en las noches atendía el negocio de
refresquería y venta de perros calientes en dicho local.
La
refresquería tenía por nombre María Luisa nombre éste que correspondía a su
pareja una señora de nacionalidad colombiana con quién había tenido dos hijas
muy buenas mozas, éstas muchachas y su señora madre colaboraban con Mario en
atender el prospero negocio y la gente tanto propios y visitantes de El
Saladillo disfrutaban del buen gusto y calidad de los perros calientes
preparados por el afamado italiano, quien se hizo celebre por sus perros
calientes.
Recuerdo
claramente dichos perros calientes, la calidad del pan y su contenido y como
estaban preparados, Mario les colocaba salchicha y huevo, lechuga romana y
tomate, salsa de tomate y una salsa a base de mayonesa aderezada por su ingenio
culinario que no tenía competencia en toda Maracaibo, ese era el secreto del italiano Mario que
guardaba celosamente y del cual dependían sus ventas.
Mi
hermana Sara aún adolescente y niño como era yo, en esos bonitos años de
vivencias, degustamos prolijamente los perros calientes de Mario y de que
manera; de noche antes de ir a dormir y después de ver televisión, enfilábamos
el rumbo al vecino local de Mario, y éste con esmero nos preparaba
especialmente para mi y mi hermana sendos y buenos perros calientes acompañados
por refresco de colita, como toda refresquería además de gaseosas, suerte que
muchacho no me gustaba por su efecto efervescente, la refresquería ofrecía además
refrescos de tamarindo, parchita y colita dispuestos en un aparato o maquina en
cuyos envases traslucidos se hacía girar y mantener refrigerado los jugosos
líquidos.
Tal era el apetito por los ricos panes, que Papá
había acordado con su arrendatario descontarse los consumos de las especies
degustadas por nosotros sus hijos, Sara y yo, a tal punto que en un mes
habíamos consumido todo la pensión de alquiler del referido local comercial,
hecho este por el cual papá nos amonestó y tuvimos que dejar nuestra ronda comilona nocturna.
Buenos tiempos aquellos, aún las calles de Maracaibo
aledañas al fondo de la Basílica y sus alrededores guardaban el añejo fulgor de
sus vecindades enmarcadas por sus enlosados y los frontis coloridos de sus
casas con sus ventanales, sus gárgolas
asomadas que espetaban las aguas de los techos en tiempo de invierno, y los
techos humedecidos adquirían aquellos
olores de caña brava, varas y mangles durante
el resto del año, que uno percibía apenas ingresabas a alguna de aquellas
viejas casa marabinas, llenas de historia familiares, alegrías y desencantos
también, pero que aún así con todo lo bueno y lo malo de todo tiempo y de todas
las épocas, Maracaibo era entonces floreciente y vivida, sentida y querida.
Ejemplo
a seguir, también podríamos concluir, la de aquel señor de origen italiano
emigrante europeo amigo de mi padre, que dedicado a su trabajo en la
catedral de Maracaibo durante el día, en
sus noches vendía refrescos y perros calientes, mucha de esa gente se
consustanció con los maracaiberos arraigados, formó parte de su perfil humano,
junto al portugués, al español, en fin a toda aquella pléyade de emigrantes
llegados al Zulia en búsqueda de una mejor existencia que en sus tierras les
era negada por las circunstancias del momento, y que como hoy les es vedada a
sus hijos en nuestra propia tierra.
JLReyesMontiel.
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