sábado, 6 de junio de 2015

La Brujita en su Laberinto.

Imagen referencial
del modelo Cadillac 1955
En una mañana hermosa, tan hermosa como la que tienes cuando eres tan solo un niño y tu mente apenas comienza hacerse ya los primeros conceptos de tu propia existencia; entre los ladridos de “Duque”, el perro que nos regaló el compadre Ángel Bravo, esposo amantísimo de Mariíta Briñez Montiel, sobrina de mamá, desde aquellas posesiones del sector rural llamado “El Laberinto”; pensaba mientras sentado desde el marco de la puerta que daba al corredor de nuestra casa, miraba a papá como desde la enramada del patio calentaba el motor de su carro modelo Cadillac 1955, mientras sacudía la arena del periódico Panorama que el perro revolcaba entre espasmos de furia por el periodiquero que se le escapaba en la bicicleta; mamá regaba las plantas de Cayena que bordeaban el lindero hacia las avenida 13,  y  Sara acomodaba su bulto escolar para esperar a nuestro hermano Gilberto en su flamante carrito Volkswagen escarabajo, quién nos hacia el transporte.

Volkswagen 1965
Érase el carrito de color beige, con asientos de cuero y tela de igual color, muy bien conservado y pulcro, como nuevo, pues Gilberto en eso de combatir el polvo y suciedad de su carro era sumamente cuidadoso, en su interior paradito  me arreguindaba del manubrio del tablero frente a la silla del acompañante donde iba sentada Sara, dándole vueltas al sintonizador de la radio, se deja escuchar una canción “Cariño Malo” en la voz de Jiné Acevedo, -…Hoy después de nuestro adiós, hoy volví a verte cariño malo… y se ve que aún no sabes cuanto he llorado.. si tu nunca fuiste fiel y me fingiste aquel amor perverso…- Gilberto aprovechaba las letras de las canciones para hacer sus ocurrentes charadas riendo por el camino Sara y yo, llegamos al Colegio de las monjitas “Mercedarias” nos dejaba en el portón, Sara marchaba a su aula de sexto grado y yo a la de primer grado, no sin antes rezar en formación, la oración de la mañana y cantar el himno nacional a todo pulmón.

En el medio día, a la salida de clases, Sara y yo esperamos sentaditos en las bancas de madera de los pasillos del colegio, a veces llegaba papá a buscarnos, generalmente iba Gilberto por nosotros, en ambos casos eran multados por Sara y yo con unos cepillados de “El Manguito” referencial y maracuchisimo sitio que aún existe hasta nuestros días,  solo es un gran ausente su frondosa mata de Mango que le diera nombre al popular lugar y a cuya sombra se degustaba el refrescante hielo saborizado de frutas naturales.


A las doce de vuelta a casa, mientras Gilberto eficientemente aplicaba al embrague de su Volkswagen la palanca del cambio de velocidades, la radio deja escuchar otra canción del momento, con su característicos trombones de entrada, esta vez en la voz de Estelita del Llano …Pon porompo pon pon pon porompon pon pon pon, taraaararaarara ra ra (bis) –Tu sabes que te quiero y sabes que te amo, -  entre la conversa del camino y llegada la tarde también tocaba la  hora de estudiarse la lección del día, cosa poco gratificante para todo niño que perdió su libertad de sus primeros años de existencia, añorado aquel tiempo entre el nacer y las primeras nociones de vida, cuando te haces las primeras conjeturas de tu existencia, quien soy, como vine al mundo, porque no recuerdo lo anterior a mi, y hacia planes para cuando fuera grande.

Iglesias de Nuestra Señora de Las Mercedes,
detras se encuentra el Colegio de su nombre. 
Este modelo de enseñanza se empeña en hacernos aprender de memoria números y letras, sin decirnos previamente para que sirven, si me hubiesen explicado, otros resultados de un modo más viable se obtendrían, pues aquel aprendizaje resultó ser agónico y traumático, porque del 1 al 10 todo va bien bien y parejo hasta llegar al 11, porque en lugar de once, doce, trece, catorce y quince, no decimos dieciuno, diecidos, diecitres, diecicuatro, diecicinco, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, pues así comenzamos homologadamente con el veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés,  y pasamos hasta el cien, su  ciento uno y hasta el infinito.

El otro asunto que no entendía era entra las vocales y las consonantes, si aquellas ya estaban incluidas en éstas, porque las separaban, si me hubieran dicho que se complementaban la “p” con la “a” entiendo de una vez  “papa” antes de tortúrame descifrando letras por letra p-a “pa” p-a “pa”  igual “papa”, de tal manera que lo difícil fue aprender a leer y escribir, superadas estas complicaciones de forma entre el lenguaje y los números, todo lo demás es investigar y asimilar, consolidandando el conocimiento con la lectura. .

La Brujita del retrovisor
del Volkswagen de Gilberto mi hermano.
Pero de aquel imaginario mundo de fantasías, nunca olvidaré una brujita montada sobre su escoba; ya antes había escuchado los cuentos de brujas, allá el fundo de Ángel Bravo en “El Laberinto” sobre las brujas que durante la noche caminaban en los techos de las casas de esa apartada zona rural, cuando llegada la noche sus pasos hacían crujir el techo, mas tarde supe que el zinc se contrae con el frío de la noche de su dilatación durante el día mediante el calor del Sol, haciendo crujir los techos; sin embargo en mi imaginación la brujita con su gran nariz y su respectiva verruga, montada sobre la escobita debajo del retrovisor del Volkswagen de mi hermano Gilberto, era la viva figuración mental que traslade a las brujas de “El Laberinto”.  


                                                                                                                          José Luis Reyes Montiel.

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