Por el año
1972, vivíamos con la abuela querendona en ”EL Cristo” y para ir a clases, la
ruta obligada de mi transporte escolar era toda la avenida Universidad, el
señor Rafael Rueda su conductor trasladaba a los muchachos desde nuestros
hogares hasta el Colegio San Vicente de Paúl.
En las
adyacencias de la Facultad de Ciencias, otrora aeropuerto Grano de Oro, un poco
mas acá desde la entrada del comando de comunicaciones del ejercito hasta el
elevado de la avenida Guajira, se extendía la isla central de la avenida
Universidad totalmente inculta y despejada, sin un solo arbolito, dejando ver
el suelo barroso y los cascajos de Piedra
de Ojo, piedra empleada en la construcción de la vivienda típica
Maracaibera, muy dada en el subsuelo sedimentario de nuestra ciudad; por
entonces, las principales avenidas de Maracaibo se encontraban totalmente
desforestadas, sus plazas abandonadas, muy pocas eran las que conservaban su
arboleda y grama para ornato de la ciudad, Maracaibo, la deslucida y triste, la
cenicienta de Venezuela de aquellos años setenta.
Por gracia de
Dios, yo vi con mis propios ojos, como un buen día, un grupo de soldados de la
guarnición de la II División del Ejército, acantonada en ese tiempo en el
comando adyacente a LUZ, seguramente bajo las ordenes de algún doliente oficial
del ejercito, se dedicó a sembrar una veintena de arbolitos de Cují en aquella
árida isla central de la avenida Universidad, recuerdo como desde la ventana de
mi autobús, a diario seguía el progreso de la siembra de los Cujicitos, débiles
y larguiruchos, apenas sostenidos por un arco de palos que los soldados
disponían para su soporte, de modo de robustecer sus troncos y apartarlos una
vez logrado prender los arbolitos de
Cují.
Aquellos
arbolitos de Cují, sembrados por aquellos jóvenes reclutas, bajo las órdenes de
un héroe de nuestro ejercito; y digo héroe, sin temor a equivocarme, porque
quién disponga la siembre de un árbol ya de por sí es un benefactor y quién
disponga la siembra de varios árboles en una época en la que muy pocos se motivaban hacerlo y
mucho menos de Cují es todo un soldado de la madre naturaleza.
En efecto,
aquellos arbolitos de Cuji enclenques, echaron sus raíces entre la tierra
agreste del la isla central de la avenida Universidad, soportando por su
condición xerófila las inclemencias de la sequía y el Sol Marabino, crecieron,
se hicieron árboles y hoy día constituyen todo un ecosistema en el lugar, donde
no solo se ha desarrollado la grama, sino otras especies de árboles y arbustos
ornamentales mas delicados y que requieren la sombra de aquellos hoy frondosos Cujíes
para su desarrollo.
Las nuevas
generaciones, han entendido la importante tarea de sembrar y conservar la
vegetación, plantar un árbol es cultivar la vida, porque de ellos nos viene,
los árboles nos dan totalmente gratis el vital oxigeno con su proceso de fotosíntesis
de la energía solar, convirtiendo el anhídrido carbónico en vida, y eso es
necesario repetirlo hasta la saciedad, así como late nuestro corazón, así como
respiramos sin pensarlo.
Cuando pasen
por la avenida Universidad entre la pasarela de la avenida Guajira y LUZ en
Grano de Oro, no olviden echarle una mirada a los Cujíes de su isla central, y
agradecerle aquellos nobles soldados y aquel héroe anónimo oficial o comandante
de tropa, que gentilmente nos regalo a los Maracaiberos ese hermoso oasis de
verdor y naturaleza nuestra, representado por nuestros ancestrales Cujies, que
delicadamente favoreció ya en administraciones del gobierno regional mas
recientes, sembrar otras especies vegetales a su sombra y desarrollar todo un
jardín para alegría y disfrute, de los que ha diario traficamos en nuestros
autos la ciudad de Maracaibo.
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