Lorenza |
Nunca faltaron en mi patio, los
pajaritos, los peces, un gato y un perro, en el se acogieron Agaporniz,
australianos, loros, pericos y periquitos en sus jaulas, peces en su pecera,
estuvieron mis perros Canelón y Bernardo, y Laika Gorbachov, mis gatos Julio Cesar, Trajano, Clodomiro, Aristarco y Lorenza.
Una mañana, después de un largo
mes de encierro clínico, decidí no volver a tener jaulas y pájaros encerrados, liberé
las pocas aves que aún poseía y decidí arrumar las jaulas y regalarlas.
Durante esos días de
hospitalización, aún en condiciones clínicas, mi apego a la libertad es tal,
que sufrí demasiado no disponer de mis espacios y mi voluntad de salir de
aquellas cuatro paredes de la habitación donde me encontraba, además de padecer
la tortura de estar enchufado a diario, con unas mangueritas de medicamentos
intravenosos, conectadas con agujas, llamadas mariposas, a cuanta venita y
arteria me descubrieran las señoras enfermeras, por demás desconsoladoramente a
cuenta gotas, desde el surtidor colocado en un bastidor un poco más arriba del
tope de la cama.
Y la intención por formulación
médica, era tenerme recluido no sé por cuánto tiempo más, a lo cual, ya
contando el mes y con mi alta médica, al ponerme en conocimiento de la medida
hospitalaria, me alcé con la rebeldía en voz necesaria, exigiendo mi alta, con
el propósito irrevocable de escaparme de aquel recinto clínico, si fuera necesario,
caso de no darme de alta. Ya antes, le había pedido a mi hijo Elías, viniera en
la camioneta por mí y mis corotos, y Mercedes me tenía lista la maleta.
Logrado mi objetivo, ya de alta dando
gracias a Dios, el resto del tratamiento lo realicé en mi casa, siempre conectado
a la tortura de las mangueritas y su aguja “mariposa” pero en mi cama, en mi
cuarto de habitación y por supuesto en mi casa. Algo que nunca entenderé,
porque según el control clínico el suministro del fulano suero antibiótico, por
supuesta orden médica, lo regulaban lentamente por el perolito de la botella,
gota a gota en cada aplicación, eran tres veces al día y tres durante la noche,
hasta que decidí despedir a la enfermera de la clínica que ofreció sus servicios para
atenderme en casa, y acordé contratar una enfermera graduada, amiga de la
esposa de mi hijo Elías, ésta de modo muy profesional, me explicó que no hacía
falta colocar el suministro del medicamento tan lentamente, acortando
significativamente cada aplicación de tres horas a quince minutos.
No sé cuál mano peluda estuvo
detrás de aquella tortura, pero me lo imagino, de una doctora que fue vecina mía, que formaba
parte del directorio medico de aquel recinto clínico. Uno en ésta vida pasa por
todas y cada una de las facetas existenciales, y sabemos muy bien que no siempre
la empatía nos es precisamente favorable, cuando asumes no dejarte fuñir de
nadie. Sin embargo, aquel inesperado mes de hospitalización, se debió a un “sospechoso”
agente bacteriano, que, según mi médico de atención, adquirí en el quirófano.
El médico de atención, no fue el
especialista que me operó, eso solo Dios lo sabe, su nombre y apellido, su
identidad me la reservo, menos señalar la clínica donde me atendieron y estuve
hospitalizado, el tiempo cura las heridas emocionales y el daño moral, que muy
bien pude demandar, pero, conociendo como abogado, las injusticias de un pronunciamiento
judicial a favor del galeno y sobre todo del nefasto centro de salud, que
tampoco fue donde estuve hospitalizado, pues éste no contaba con el
instrumental quirúrgico necesario para atender mi caso, siendo trasladado hasta
otra clínica para realizar mi operación, fue en ese quirófano donde contraje la
bacteria que me afectó al borde la pelona.
Gracias a Dios por su providencia
infinita, no hay mal que por bien no venga, durante ese mes de hospitalización,
perdí cien kilos, significativa ventaja para mi salud, comencé después de mi
recuperación una tarea mañanera de progresivas caminatas y ejercicio físico, reconstituyéndome
significativamente, para milagrosamente, llegar a mi edad de sesenta años, con
un peso acorde de mis años de infancia y juventud, tal como se lo pedí a nuestro
Señor Jesucristo Unigénito del Padre, que, con el Espíritu Santo, es Dios por
los siglos de los siglos. Amén.
Lorenza mirando desde la enramada
del patio, es un vistazo a todos aquellos bonitos años, cuando reunidos en el
patio de La Milagrosa, en familiar ronda, compartimos momentos solaces de buena
música, mis infaltables birrias, con chapuzones en la piscina, correrías
infantiles de mis hijos, la compañía de mi esposa, madre y suegro, los sancochos y
asados a la brasa a la hora del almuerzo y después a la lona, sobre mi hamaca
al reposo de la tarde de cada Domingo.
JLReyesMontiel.
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