sábado, 20 de enero de 2024

La Amistad.

"Punto de fuga" acceso
Colegio San Vicente de Paúl
(Foto JLReyesM).
En ocasiones nos disgustamos con algún amigo, eso es normal, quizás en un momento dado mal interpretamos un comentario, un gesto, una broma, en fin, muchas veces nuestra sensibilidad nos sojuzga el pensamiento y le seguimos el juego al inconsciente remoto de nuestros complejos más sutiles y complicaciones personales.

Lo cierto es que sucede con frecuencia, hasta decidimos apartarnos, por una prudencia mal entendida, del trato con ese viejo amigo, dejando una dolorosa estela de sentimientos en ese sendero del tiempo y del espacio que significó en nuestra infancia y juventud, porque a decir de auténticas amistades, se forjan en ese crisol inextinguible de nuestros años compartidos.

He tenido amigos; y cuando digo amigos hago uso del correcto empleo inclusivo de nuestra semántica castellana, apartándome del modo aquel de amigas y amigos; digo que he tenido amigos, cultivados desde los albores escolares, entonces la maestra nos pedía juntar los pupitres en alguna tarea grupal compartida, surgía en ese instante una espontánea empatía que unía a los compañeros hasta del otro extremo del aula, comprendiendo la amistad como una chispa divina de encuentro y fascinación en el hablar y sentir del grupo, respecto del resto del salón de clases.

Sin embargo, el grado escolar y sección del aula nos identificaba, ante los otros alumnos del colegio, y pertenecer a esa institución educativa, también nos distinguía de los estudiantes de los otros colegios, y ser estudiantes nos unía frente y ante la sociedad de época, sobre todo en el alma mater universitario.

El asunto es la amistad fraguada en aquellas aulas de clases, una amistad consolidada en las pruebas que el día a día nos va proporcionando, y hasta el Sol de hoy, saber encontrarse en una mirada y el saludo fraterno, saber que estamos bien de salud y en consonancia con nuestra paz y armonía existencial, eso es empatía, eso es la amistad verdadera.

También podemos tener una buena amistad, al margen de la necesaria escolaridad estudiantil, la nacida en torno de un encuentro circunstancial, sea compañero de trabajo, vecino, un amigo donde la vida nos concede el privilegio de conocer esa singular persona en su sentir y pensar, encargándose el transcurso de los años en demostrarte la valía de esa amistad en los momentos de extrema crisis y necesidad, surgen como ángeles en el sendero de tu vida, para darte luz, apoyo incondicional y valorarte en tu justa medida personal, que te digo, percibir esa sensación de protección y abrigo es invalorablemente única y maravillosa.

Y en efecto, esas amistades se manifiestan sinceras y auténticas, cuando después del mal entendido, querella o nuestra imprudente actitud, las buscas para decirle aquí estoy amigo mío, ofreciéndote mi mano en éstos tiempos de tanta resequedad humana, donde tenemos que reencontrarnos más que nunca, porque nos hace falta un poco de aquellos buenos tiempos, un poco de la inocencia de nuestra infancia, un poco de la pasión de nuestra juventud, un poco de la nobleza y honestidad perdida entre la gente, de nuestra credibilidad en el ser humano, de honrar el mandamiento providencial de amarnos unos a otros, como Dios nos ama, siendo capaces de perdonar, como Él nos perdona nuestras ofensas.

Tanto amó Dios al mundo, que otorgó por virtud de su sangre a su Unigénito Jesucristo, como Cordero divino para el perdón de nuestros pecados, para que podamos entender y ser capaces de querernos y acercarnos sin mayores reparos, ni condiciones, porque lo más importante es vivir, porque Dios es un Dios de vida, no de muerte, un Dios fuente de agua viva para vivir en abundancia, y vivir en paz y armonía, en resonancia con el universo y su naturaleza divina.

JLReyesMontiel.


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