Ese es el credo de nuestros
ancestros hispanos, y bajo el cual quiero morir bajo la divina protección y
amparo de nuestra abogada, Santa María, ahora y en la hora de nuestra muerte,
así sea y es.
Uno va recontando acontecimientos
que reflejan la providencia infinita de Dios, es tan hermoso gozarse en Él, en
ese Dios de esplendor donde no tienen cabida las tinieblas del oprobio, quién
descubre mediante un profundo discernimiento haya el tesoro más rico y precioso,
más sublime y místico, verdad y vida existencial.
Con Dios todo, sin Dios nada, no
hay paso del hombre en su sensibilidad preceptora, donde la necesaria presencia
de Él Altísimo pueda prescindirse, su ausencia en la intencionalidad de la
voluntad, aún con todo el empeño que se le imprima, se cae en un profundo vacío
motivacional, que solo puede llevar al fracaso.
Toda acción de nosotros está estampada
por la providencia divina, aún las malas obras en el ejercicio del libre
albedrío, proveen causalmente funestas consecuencias, no así, quien bien obra,
éstas proveen buenos frutos, es el resultado universal de las leyes naturales
de causa y efecto, y nadie por malo o bueno escapa a esa realidad de la ciencia
divina.
Al paso de todos éstos años, los
míos y en éste tiempo llevo sesenta y tres pues según el calendario gregoriano nací
en el año mil novecientos sesenta de Nuestro Señor, voy parejo con las décadas
de las centurias del siglo XX y XXI, es decir, viví final de siglos y espero
llegar un poco más allá de la primera mitad de la mitad del presente siglo,
vivir para conocer lo presente, hasta donde el cuerpo aguante y la vejez en su
lucidez permita esa chispa encantadora del pensamiento activo y crítico, y no
terminar miado y cagado en algún asilo de ancianos, o siendo sacrificado por
futuros y posibles programas de Eutanasia.
Éstos sesenta y tres años, que coinciden
con éste final del año 2023, me han dado de regalo una experiencia espiritual y
vivencial de lujo, si bien he sido afortunado en bienes materiales, donde la
mano de la sublime providencia nunca faltó, y doy gracias a Dios, esa misma
convicción de fe y esperanza, considero es el tesoro más preciado de mi vida, ya
que, habiendo conocido la presencia de Dios en mi vida, esa valor inestimable,
me ha dado fuerzas para reinventarme en éste presente de calamidades
nacionales, donde la fuerza mayor del impropicio acontecer es una carga pesada
de llevar, a menos que, recordemos la pasión de Jesús crucificado.
Si Él, siendo el hijo de Dios,
fue torturado y crucificado como Cordero Divino sacrificado por el perdón de
nuestros pecados, que otro menos o más tanto podemos hacer nosotros, sino tomar
esa cruz en nuestras vidas asumiendo el diario sacrificio de vencer las
tentaciones presentes en cada momento como obstáculos de incomodas piedras en
nuestro camino, que entorpecen nuestro decoro y libertad personal, intentando
sujetarnos a la oscura esclavitud que deprime y arruina, que destruye y conduce
a la muerte; porque Dios es un Dios de vivos, no de muertos.
Es entonces cuando uno renueva
fuerzas y saca energías, donde solo la vitalidad espiritual hace renacer una
voluntad de sobrevivencia invencible, y esa voluntad es la mejor resistencia
con la que podemos enfrentar no solo a la tiránica oprobiosa que aflige a nuestra
patria, sino también la avasallante modalidad de un mundo globalizado en sus
vicios, lascivia, perversidad, odio, crueldad y maldad.
Jesucristo es luz para las naciones,
paz para el mundo y refugio de la humanidad buena, mucha cautela, honestidad,
modestia y castidad, es el ejercicio de las virtudes la que hace al hombre
libre y esclaviza el abandono de aquellas, quizás la tentación atempera, pero,
la templanza forja la voluntad, firmeza humanidad, varones y hembras, solo el
temor de Dios es fuente de la verdad, ese es el camino y la vida.
JL Reyes Montiel
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