jueves, 24 de diciembre de 2015

El Señor del Estacionamiento.

El caos vehícular típico de Maracaibo.
Son las 6 y 45 de la tarde, el Sol apenas se va ocultando en el cenit, una leve brisa refresca el agobiante calor del día, el ambiente enrarecido por la polución del estacionamiento, agrava la fatiga de la presencia imperceptible del señor que cuida los carros aparcados frente a la Panadería.

Parado entre el paso de los vehículos, sostenido sobre su bastón, la jornada del día se marca en la sudoración que empapa y mancha su camisa, con paciencia y mansedumbre se gana sus churupos de la mano de uno que otro de buena voluntad, así llevara ya en la noche algo de sustento a su casa; por ahora, sigue toreando los carros, por decirlo de algún modo, de vez en cuando camina entre el tumulto vehicular; su encorvada silueta lacerada, pareciera inclinarse como si la Tierra reclamará de su cuerpo el barro con el cual formó al hombre El Creador.

El señor del estacionamiento, fija su mirada entre la gente que sale de la panadería hacía sus carros, en ellos colocan celosamente sus viandas, unos ignoran indiferentes la inerte presencia del sexagenario señor mientras extiende su brazo y abre la palma de su mano derecha, demandando sin mediar palabras el honorario justamente ganado por regularizar con su pito la entrada y salida vehicular del estacionamiento.

Desde mi camioneta capto estas gráficas del señor del estacionamiento
frente a una Panadería de la Parroquia donde resido.
Epa señor! Le llamo su atención, como estuvo el día –caliente- me responde socarrón, le replico-No! que como estuvo la colecta-  me responde el señor -peor que en iglesia de pueblo-  y le pregunto curiosamente-, ¿Dónde vive Ud.? –Estáis preguntando mucho gordito- me responde jocoso, en ese momento, sale a paso rápido detrás de un carro al cual indicaba con sus rugosas manos como salir entre los vehículos situados a sus lados, sin por eso disminuir su velocidad el hombre del carro se le fugó sin emitir la propina debida por el servicio prestado y convenido, entre el pito del señor del estacionamiento y el pulgar del usuario así prevenido del ocasional servicio.

El señor del estacionamiento
en el preciso instante de una
oportuna contraprestación.
Al regresar del fallido intento me dice el maltrecho adulto mayor, -ese es otro pichirre- en eso sale Mercedes de la panadería con la cena del día -Se gastaron 2.775,00 en el pan, ¼ de queso y la mantequilla- enciendo la camioneta y saco un billete de cincuenta Bolívares y se los doy al anciano vigilante, se los guarda en el bolsillo del pantalón y pitando con su silbato de piñatería o de algún cotillón, detiene un vehículo, para que yo salga con mi camioneta del febril estacionamiento y el otro vehículo toma el puesto por mi desocupado. 

Pienso, si el noble anciano a pesar de sus años, se presta al público para ofrecerle el servicio de guía vehicular, aliviando en algo el caos vehicular, cuando extiende sus lánguidas y temblorosas manos, que nos cuesta por pequeño que sea el aporte darle una cantidad con la cual reúna una cifra mayor para su sustento. Reflexiono también, si en lugar de mendigar y no hacer nada en lo absoluto, se dedica a ese modesto oficio, porque no considerar más que una limosna, una contraprestación al servicio de guía del tráfico en el espacio de un estacionamiento.

Y no hablo solo por el viejito del estacionamiento de la Panadería cerca de mi casa, hablo por el jornalero que marcha en su burro recolectando la basura que no recoge el servicio municipal del aseo, hablo por los limpia parabrisas en los semáforos, por los empacadores en los mercados y pulperías, entre otros oficios de ocasión con los cuales el desempleado se defiende buscando el sustento para los suyos y el propio.

Evoco la sagrada palabra escrita del Sermón de la Montaña, discurso moral y de justicia magnifico de Jesucristo, cuando expresó "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos" discerniendo sobre el mensaje de Cristo, la pobreza no es un bien en sí, como la riqueza no es un mal. No es el simple hecho de ser pobres lo que nos hace agradables a Dios, sino la actitud espiritual respecto de los bienes materiales, nuestro estilo de vida; puedes ser pobre pero si estas lleno de pasiones indeseables, envidias y odios, de nada te sirve la pobreza; como se puede ser rico pero si vives con magnanimidad, generosidad y desprendimiento interior de esas riquezas, encontraras gracia a los ojos del altísimo; No hay que entender la pobreza de espíritu como simple carencia, mengua, insuficiencia, necesidad, o pusilanimidad; Dios a mi modo de ver no bendice a los apocados y cobardes.

Jesús de Nazaret, en su discurso de "El Sermón de la Montaña"
Recuerdo ahora tanta gente, entre amigos personales y familiares y otros parientes míos, que murieron trabajando día a día, pues de sus salarios y del trabajo constante provenía toda su riqueza, no de las lisonjas, ni de las ganancias mal habidas y perversas, menos de la usura y menos aún del hecho ilícito; recuerdo también gente con posición económica holgada pero excelentes personas en su trato y supremamente sencillas y modestas. 

En un mundo como éste del tango “El Canvalache” de Discepolo, la señoría se aplica irónica e inmerecidamente también a aquellas personas que acumulan riquezas escandalosas, mientras otras que los circundan los chupamedias y jalabolas, le hacen alardes trepando a horcajadas sobre sus  espaldas, personas que al fin se enriquecen, pero de una riqueza alimentada con mucho oro pero sin decoro, como decía José Martí: Riquezas que no pueden venir del trabajo honrado; personas llenas de soberbia y orgullo, entre más bajas más engreídas, y se hacen llamar y los llaman señores, cuando no lo son;  Señorones sin saber para quién guardan a la final, pues ese dinero no se lo llevarán jamás de los jamases a sus húmedas y tenebrosas tumbas.

Conclusión, a mi humilde modo de entender la vida, bueno es para el hombre formar un patrimonio familiar y moral, formar sus hijos en el deber, atesorar riquezas espirituales, y sobre todo disfrutar en vida y con santidad de los bienes materiales que con el trabajo nuestro y la gracia de Dios, que nos provee, constituyen nuestra felicidad y bendición; la pobreza espiritual, es humildad y mansedumbre, en una pobreza espiritual se engrandece el corazón porque del corazón nace por su conciencia del fuero espiritual mas intimo de nuestras almas, ser pobre de corazón, pobre de espíritu.  

José Luis Reyes Montiel

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