sábado, 21 de septiembre de 2013

La Advocación.

Lleva en su derecha los
santos escapularios y en la izquierda
unos grillos.
Este próximo martes 24 de septiembre es día de Nuestra Señora de las Mercedes, advocación mariana que nace en España y se difundió por todo el Mundo, dentro de nuestra iglesia católica es la patrona de los presos y perseguidos por causa de la justicia.

Mamá en su pequeño retablo que tenía en casa, la Virgen de las Mercedes compartía sitio junto a la Virgen del Carmen, la Virgen de Lourdes y por supuesto Nuestra Señora de la Chiquinquirá; el resto era ocupado por El Arcángel San Rafael, San Gerardo y el Sagrado Corazón de Jesús al centro.

Sobre ese conjunto de litografías una en particular conservo con singular devoción, a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, valiosa reliquia que data del oratorio del Hato San Luis y que poseo colocado en el comedor de mi casa, como testigo silente de toda la historia familiar de los Montiel Fuenmayor.  

Su origen se remonta por allá en el año 1218, cuando la Santísima Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco, recomendándole que fundara una comunidad religiosa dedicada a auxiliar a los cautivos que eran llevados a sitios lejanos, dedicada a la merced (que significa obras de misericordia); su misión era la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes.  Muchos de los miembros de la orden canjeaban sus vidas por la de presos y esclavos; su espiritualidad se fundamentada en Jesús el liberador de la humanidad y en la Santísima Virgen, la Madre liberadora e ideal de la persona libre. Los antiguos mercedarios eran caballeros de la Virgen María al servicio de su obra redentora. Por eso la honraron como Madre de la Merced o Virgen Redentora. Para mayor información sigue este enlace www.aciprensa.com/blog/.


Los mercedarios se comprometen con un cuarto voto, añadido a los tradicionales de pobreza, obediencia y castidad de las demás órdenes, a liberar a otros más débiles en la fe, aunque su vida peligre por ello.
En nuestra ciudad de Maracaibo existe desde hace muchos años, un templo parroquial dedicado a la veneración de Nuestra Señora de las Mercedes, en la intersección de las avenidas Bella Vista y Universidad se levanta desde finales del siglo XIX, una iglesia con su campanario central, característica arquitectónica que aún conserva en todo su entorno oval al frente hacía la universidad el templo y al fondo la escuela primaria Colegio Las Mercedes.

Vista de la iglesia actualmente.
Mis primeros amigos los conocí en ese Colegio, Derlando Ruiz Tello y Carlos Oberto Pocaterra, luego nos reencontramos en el Colegio San Vicente de Paúl, pues las monjitas Mercedarias solo admitían la educación mixta hasta el primer grado de educación primaria; recuerdo muy especialmente por haber sido mis maestras, a la hermana Nieves, una blanca española de fino acento y claro castellano, y a la maestra Irma una alta y delgada Maracaibera muy cariñosa.

En esos tiempos era común el castigo como parte de los métodos de enseñanza y educación, y yo era algo malito, por no decir jodedor, los castigos mas serios eran en una primera instancia quedarse sin receso en el salón de clases y si la gravedad del asunto lo ameritaba te enviaban preso a la capilla interna del Colegio en oración y meditando del mal comportamiento frente al altar, de ambas fui objeto de condena en virtud de mi comportamiento.

Me quedé sin receso dos veces, una por halarle el pupitre al momento de sentarse a un compañerito,  flaco y larguirucho de nombre David, el muchacho cayó sentado de nalgas en el piso y se largo a llorar, yo me eche a reír a carcajada limpia, por lo cual me castigaron a estar sin receso aquella mañana.

La segunda vez que me quedé sin receso, fue por una niña de nombre Sandra; parte de la disciplina del colegio, al hacer formación antes de entrar a clases y después de izar la bandera nacional y cantar nuestro Himno Nacional “Gloria al Bravo Pueblo” se rezaba un Padrenuestro, Salve y Gloria; luego al entrar al salón de clases, nos quedamos parados esperando la entrada de la maestra, ella nos daba los Buenos días y nosotros debíamos contestarle al unísono en alta y clara voz -buenos días, señorita-, luego te quedabas parado hasta que ella nos dijera -siéntense- ya para ese momento, la compañerita Sandra se hizo pipi miándose hasta el piso, yo que estaba detrás vi correr entre sus piernas los chorros de orina y muchacho al fin eche a reír y eso fue suficiente para quedarme sin recreo. Por cierto, la hermana Nieves le preguntó: Sandra! ¿Qué te pasó? -hermana Nieves tenía miedo de interrumpir y por eso no pedí permiso para ir al baño- total era asunto de disciplina, así fue formada mi generación.

Llegó el día de realizar la primera comunión, había que preparse catecismo en mano para recibir a Cristo en la Sagrada Eucaristía, en cuanto a oraciones ya estaba entrenado por mamá, facilitándome su aprendizaje; sobre la doctrina cristiana, algunas charlas llegamos a recibir del Padre Farias y las monjitas secundaban su dirección, para tales actividades nos internaron a medio régimen todo el día en el colegio, sin poder ir a casa hasta la tarde, por lo cual teníamos que almorzar en el comedor del colegio junto con las monjitas; de esos días son muchos los momentos bonitos y recuerdos escolares de infancia.

Así que, el momento estelar era la hora del almuerzo, cumplida la jornada diaria, llegaba la hora de reparar energía y con el apetito típico de un buen Reyes, eso era impretermitible; uno por supuesto se ponía muy contento y era motivo de alegría entre el grupo escolar, por lo cual la indisciplina hacía de lo suyo; fue el caso, que echando varilla como todo muchacho, al final del almuerzo, la monjita repartía el postre de ese día desde un gran bool de vidrio, una rica gelatina, estaba tan firme y bien hecha la roja gelatina que al rasgar la porción con la cuchara sonaba al sacar la porción que colocaba sobre el platito de postre de los infantes comensales, al pasar por mi sitio, yo venía sonando con mi boca el efecto de la gelatina al desprenderse del envase de vidrio, a lo que la monjita llamó mi atención pero no se me ocurrió otra cosa, sino repetirle la chercha, como consecuencia del chupazo vino el oportuno castigo -a la capilla a orar- me indicó la hermana.

En todo colegio católico que se respete, hay siempre un oratorio interno, a modo de pequeña capilla con altar, estrados y escaños, rodeado de las estampas del vía crucis; el del colegio Las Mercedes, se encontraba en el último piso del edificio del colegio, muy aislado y solitario, por lo que había un recóndito silencio, tan silencioso que me retumbaban los oídos, una vez instalado en el lugar y sentadito en el primer escaño frente al altar uno debía quedarse allí, apercibido de rezar y reflexionar sobre la mala conducta asumida y haciendo enmienda de no volver a comportarse de ese modo.

La hermana, para consolarme al momento de dejarme en la capilla solito, me dijo que en el Sagrario del Altar estaba Jesucristo, que no me preocupara que Él me haría compañía, así las horas pasaron y en la tarde, ya para marchar a casa, abren la puerta del oratorio y me despierta la monjita, dormido a lo largo y ancho del escaño, entonces la monjita me pregunta ¿en qué pensó toda la tarde? y yo le respondí con otra pregunta  –Hermana Nieves- ¿Cómo cabe Jesús en una caja tan chiquita?.

José Luis Reyes Montiel.        

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