Durante
bachillerato en el Liceo Octavio Hernández, cursé cuarto y quinto año de
humanidades, fue una experiencia compartir con compañeros provenientes de
barriadas populares de Maracaibo, tarea que me propuse yo mismo pues venía de
ser un estudiante regular del colegio San Vicente de Paúl.
En
las aulas del Liceo, entonces ubicado en la avenida Bella Vista en el viejo
edificio del Seminario de Maracaibo hoy recuperado por la iglesia, conocí a los
buenos amigos Manuel Molero y Marcial Araque, de ambos conocí su espontaneidad,
sencillez y humildad, y sobre todo sus necesidades que también eran las mías,
por esos tiempos un joven estudiante de nivel diversificado ya era todo un
hombre, no como ahora que apenas van saliendo de la infancia y ya se están
graduando de imberbes bachilleres, para ingresar a la universidades apenas
adolescentes.
De
esos años juveniles entre los 1976 a 1978, aún la juventud reprimida
sexualmente buscaba otras alternativas ante la imposibilidad de acceder al amor
libre de una joven muchacha a quienes se respetaba como una hermana en el salón
de clases, y aunque uno se hacía de la idea, el terror a un desplante frenaba
toda non santa intención.
Total,
uno joven y apurado en menesteres placenteros e incontinentes, recurríamos a
las buenas amigas melosas, las chicas que vendían su sexo en las afueras de la
ciudad, pues las del centro eran de cuidarse de acuerdo a los comentarios que
nuestros tíos nos daban en sus consejos de sus correrías personales.
Cada
fin de mes, cuando la oportuna mesada materna nos proporcionaba cierto margen
de finanzas, sumados a los ahorros del mes, en compras de chuchería y refrescos
de cantina y solo usando el autobús cuando el pasaje costaba un mediecito, nosotros
los tres vivianes Marcial, Manuel y yo, nos acompañábamos mutuamente
previo acuerdo convenido a un sitio quizás conocido por muchos jóvenes de esos
buenos tiempos.
En
el Kilometro Cuatro vía a Perijá, existía un local de chicas llamado “La
Quinta” un poco más allá a la derecha de una ya inexistente estación de
suministro de gasolina que dividía la vía, en toda la intersección del punto
kilometro 4 de la carretera al entonces Distrito Perijá.
Una
casa bien edificada muy grande, rodeada de inmensos árboles de Mangos, bajo
cuyo acogedor abrigo se disponía una barra
y veladores, donde se escuchaban boleros, rancheras y vallenatos desde
una Rock-hola dispuesta en el interior de una amplia sala que fungía de pista
de baile de la disimulada quinta, y donde los amigos Marcial y Manuel antes de enmarchantarse bailaban simpatizando con las
chicas, mientras yo sentado en un velador, como nunca he sido buen bailador,
prefería conversar para intimar con mi chica correspondiente.
Recuerdo
que el tercio de cerveza costaba una piastra, y la chica por su placentero
servicio la cantidad de 20 piastras, por supuesto con dos tercios de cerveza
más que satisfechos y desinhibidos quedábamos para marchar a la palestra, vos sabéis, mis amigos y yo preferíamos
ir a “La Quinta” que a otros sitios pues sus chicas eran muy tratables, mas
jóvenes y comprensivas; había también un sitio cercano al monumento del carro
chocado denominado “Chacaito” pero además de ser un sitio cerrado y ruidoso,
nos molestaba la humazón de los fumadores, además sus chicas eran peseteras y
groseras.
Así
muchos jóvenes de la época nacíamos a la madurez de nuestra sexualidad, a
escondidas decíamos que íbamos para el cine, cuando nuestro verdadero destino
eran las chicas de un bar perdido de la ciudad, ya desde el día lunes de la
semana acordada, comenzábamos con la rochela: -¡Hey! …y el viernes? -pal KM4,
respondíamos a la jerga estudiantil, porque así se denominaba la ruta del bus
de la Circunvalación 2 que tomábamos en el centro de la ciudad para llegar
hasta “La Quinta”.
JLReyesM.
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