Mi acuario plantado. |
Hace
mucho, mucho tiempo, un niño soñaba con peces que caían del cielo dentro de
pequeñas nubecillas, en su menudo globo encerados junto con un Grillo y un
arbolito acuático, desde ese momento descubrió una misteriosa fascinación por
todo lo acuático en su instintiva meditación contemplativa.
Recurrentes sueños de escenas acuáticas, con visiones oníricas que reflejaban verdes
jardines donde flotaban en sincronizado nado peces de colores junto a pájaros y
ninfas aladas, hasta él podía percibir la brisa y sus olores, aquel niño que una vez fue, despertaba gozoso cada mañana; hasta aquella noche, cuando un feo sapo en medio de una alberca enverdecida ensombreció sus sueños, donde el siniestro anuro abrió su boca desafiante.
El niño lloró al despertar, entonces impresionado trataba de no volver
a soñar, sentía miedo de encontrarse con el sospechoso anfibio, entonces le
contó a su mamá el funesto sueño, y su mamá le contó un cuento, no se si antes
se lo contaron a ustedes, pero el cuento no era ni del gato de la cabeza de
trapo y las patas al revés, menos el cuento del Gallo Pelón, aquel cuento
trataba de un pececito de colores y una niña que se lo había encontrado en un pozo,
y la niña le cantaba esta canción –pececito llora los ríos de Matunga la ley
natural- de lo demás se los cuento después.
Una
día la mamá para alejar la impresión alucinada del huraño niño, lo llevó a
visitar en una de sus caminatas por el centro de la ciudad donde vivían, una
plaza comercial donde vendían mascotas, entre ellas y en sus peceras, peces de
colores, con sus arbolitos verdes y nadando contentos en su traslucido embace,
a cada lado burbujeantes esferas de aire agitaban el agua de abajo arriba,
desde ese momento solo pensaba en las peceras y comprarse una para tenerla en
casa.
Llegó
el invierno, era Octubre y el niño fue con su familia al campo de visita a sus
parientes, yendo por esos montes en las inmediaciones y entre la arboleda de los
caminos en una inmensa posa con agua de lluvia, un primo del niño le comentó
que esas cacimbas habían peces, incrédulo el niño el primo metió un pote y de
un tirón sacó unos grises pececitos, la gente que pasaba decía que eran sapitos
pero en efecto eran pececitos, proles de especies comunes hallados en ríos y
afluentes que rebosados por el intenso invierno se dejaban llegar de las caídas
de agua arriba, llenando los estanques aguas abajo y resultando el milagro
primoroso del feliz hallazgo en el simple hábitat de una charca del camino.
Aquellos
peces fueron el inicio de un juego para el niño, al llegar a casa se construyó
una pequeña alberca con ladrillos y argamasa, donde metió los silvestres
pececillos, al cabo de un tiempo se multiplicaron de tal forma adquiriendo
tonalidades negras y amarillas en su color plata refulgente, en el estanque
proliferó un verde cieno por la luz solar y los peces, conservando el agua fresca
y un ecosistema equilibrado y perfecto donde solo bastaba completar el agua que
por evaporación faltara, entusiasmado el niño se sentaba todas las tardes
después de hacer sus tareas escolares a contemplar su microcosmos acuático.
Fue
tanta la afición a sus peces que cuando el niño cumplió sus 9 años su mamá de
regalo le compró una pecera con todo su equipo completo, plantas plásticas y
bombita de aire, en ella vertió los peces de su estanque, pero su mundo natural
ya no era el mismo, otros peces de colores fueron sustituyendo en su nueva
pecera a los humildes alevines hasta no quedar uno solo, ahora eran peces
dorados, betas, y más sofisticados que ameritaban un cuidado muy especial y
riguroso sino morían.
Pasaron
los años el niño se hizo hombre y aún conserva, al menos, el pedestal de la
vieja y original pecera que le regaló su mamá, pero con toda la experiencia de
tantos años alimentando peces que decidió convertir su acuario en uno plantado,
sin aireador artificial, sino tratando de mantener un pH natural de oxigenación
del agua mediante los procesos naturales de la fotosíntesis de las plantas y el
carbono producido por los peces desde sus branquias, resultando todo un éxito
la experiencia.
Y
colorín colorado este cuento que le he contado, recordando el cuento de la mamá
de aquel niño, para quitarle la fea impresión de su sueño con el horrible sapo
en su posa, cuando le contó entonces el cuento de una niña y su pececito de
colores que se lo había encontrado en un pozo, y la niña que le cantaba la
canción cada mañana –pececito llora los ríos de Matunga la ley natural- para que él se asomara entre las aguas del pozo; pero el pez
creció y se hizo tan grande que el papá de la niña lo pescó para el almuerzo de
ese día y se lo comieron, y la niña lo supo, entonces lloro y lloraba en el pozo cantándole su
canción al pececito de colores –pececito
llora los ríos de Matunga la ley natural- y fue tanta su aflicción, que la niña acabó
cayendo en el pozo y cuentan que en las tardes cuando el Sol declina, se deja
escuchar en los alrededores del pozo viejo la antigua canción –pececito
llora los ríos de Matunga la ley natural- y su eco se pierde por entre los recobecos del camino que conducen a la vieja estancia familiar. ¿Quien sabe o supo donde está Matunga?
JLReyesMontiel.
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