José Julian Montiel Fuenmayor. |
De
visita en casa de tío Julián, donde reside el primo Alfonso, y sin adrede sino
como una reacción propia de mi gusto, le tomé una foto al cuadro que flanquea
esta prosa y el cual la adorna con la elegante presencia de José Julián Montiel
Fuenmayor, hermano de mamá y en consecuencia tío mío y padrino de confirmación.
Mirando
el patio de la casa, vinieron a mi memoria buenos ratos de larga conversación
entre mis nombrados familiares, les acompañaban las numerosas plantas y árboles que sombreaban la arena del patio,
escuchando los pájaros desde su jaula y sorteando que las palmipedas Yaguasas no te
picotearán las pantorrillas, currucuteando el deposito de herramientas de tío Julián
o jurungueando el panal de Abejas sostenida en un horcón de la Enramada, respirando aromas de
tierra y raíces, escuchando los cuentos y consejos de tío Julián sentado en su
taburete, con su característico corte de pelo a lo yanqui e inmemorial estampa,
por su altura y grandes manos enormes, llenas de cayos por el ordeño y la pala
sobre la misma tierra del otrora Hato San Luis.
El patio en el fondo de la casa es un remanso de paz, de recónditos silencios de tiempo
almacenado entre sus paredes, hasta ahora, aún permanece el viejo árbol detrás de la cocina sombreando
el baño exterior, enseñoreado, grande, fuerte, robusto su tronco, desafiante al
transcurso de los años, reservorio de toda la naturaleza de la casa, podría
decirse que es la raíz de la casa, su razón de ser, su fuente, su alma, porque
inanimada la casa, el viejo árbol le da vida y nosotros al mirarlo le damos
existencia a la casa desde el árbol.
Un corolario
de retratos florecen en el patio, sentado desde mi banqueta y en la puerta de
la cocina, remonto espacios y tiempos, observo a tía Margarita y a su lado tío Julián, y delante a ellos está mamá, yo
mientras tanto y aún niño ando por el patio echando un vistazo a los pájaros,
loros y pericos, los escucho ahora desde donde estoy, el Alcaraván con sus profundos
ojos negros e inmensos me miera y huye de mi montado sobre sus larguiruchas patas, desperdigándose por entre los arbustos, y las
Yaguasas con sus encarnados picos fuñendo mis piernas, en el fondo hay un apartado
de corral con un cerdo gordote y feliz, asomando su escabrosa trompa entre las
varas, el olor me hace despedir enseguida; todos son ahora ensueños del
pasado, solo imágenes de lo que fue un día de Sol con aires de viento fresco,
de luz solar jugueteando entre las sombras de las agitadas hojas de los árboles
que ensombrecían el patio, alboradas fraguadas sobre el piso de arena y los
muros que bordean al patio, figuraciones y formas tal cual espectros que se
divisan desde la casa y el árbol, guarnecidos en el viejo tronco del árbol que se
defiende del tiempo cual guerrero, el viejo árbol es un caballero andante enigmático, es un arcano de
décadas montado en su caballo, cual Don Quijote, con su corteza como armadura, sus hojas como
escudo y sus armas es el ramaje de sus brazos, es un árbol heráldico, sublime y sencillamente
hermoso.
JLReyesMontiel.
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