Lechuza de Campanario, conocido en Maracaibo como pájaro "Guaco". |
Al
norte del Estuario de la cuenca del Zulia, entre la serranía Motilona del
oeste, las montañas andinas al sur, cuyos ríos y quebradas plenan el caudal de
agua dulce del inmenso lago, y en su oriente la línea costera menera que va desde
Punta El Vigía, bello escenario geográfico en toda la entrada al Lago de
Maracaibo otrora sitio de alerta a las incursiones de piratas europeos
saqueadores de ciudades y pueblos aledaños, siguiendo aquella línea costera hasta
una población llamada Bachaquero, quizás por la abundancia de bachacos sobre
esta agreste y árida tierra; se extiende entre los países de Venezuela y
Colombia, una inmensa península a modo de la vieja Iberia, pero ésta desértica,
xerófila y lejana, donde solo acontecen dos estaciones invierno y verano, ambas
extremas de lluvia intensa o de calor y sequedad aguda, como ponderada es la
vida de su pobladores, cuya antigua raza llamada Wayuu esta dividida en clanes,
castas y líneas familiares por parte del vientre que los trae a este Mundo,
pues a diferencia de la costumbre por línea paterna occidental, se rigen dentro
de una sociedad maternal, cuya cabeza es la madre y el pater familiae como lo
conocemos en la tradición romanizada lo asume el hermano mayor de la madre
respecto de sus hijos y demás descendientes.
Esos
antiguos clanes Wayuu viven en su mayoría de su tierra bien como agricultores,
pescadores, comerciantes entre otras justas y productivas actividades, pero como
lugar fronterizo que es, viven también del contrabando y demás actividades ilícitas,
en las que se vieron involucrados por el populismo de un gobierno irresponsable
por aquel año de 1973 y que se les facilitó por el intercambio de monedas
internacionales y mercancías en ese apartado y difícil terreno peninsular, rodeado
por una inmensa y solitaria costa Caribe, que los comunica con Panamá,
Colombia, Venezuela, las islas de Curazao y Aruba y demás islas de sotavento al
norte de América del Sur.
Sobre
esa ruda tierra, la misma de sus ancestros, una loneta blanca cubría el rostro
de Alcibiades, al ritmo del ventarrón que estremecían las ramas de los Cujies en el inclemente verano de ese año, dibujado
al aire por el polvo de la extensa sabana de la Guajira, susurrante al oído
como gemidos de los parientes difuntos que bordeaban el cadáver del infortunado
Alcibiades, mientras preparaban su cuerpo las mujeres principales de su clan,
escogidas entre las solteronas pues era costumbre embalsamar al muerto, lavando
su cuerpo y vistiéndolo con sus mejores prendas, colocando sus pertenencias
principales y vestuario dentro de su urna, y solo después de ocho días contados
desde la fecha de su expiración se procedía a su entierro, para asegurarse que
estaba realmente muerto y ese trabajo solo podían hacerlo las mujeres de su
familia materna después de un lapso de abstinencia sexual; pero no fue éste el
caso de Alcibiades, quien había caído por el efecto vil de certeros y mortales múltiples
balazos de ametralladoras, razón por la cual su cadáver debía inhumarse rápidamente
y sin espera, sin velorio y nadie podía mirarlo siquiera, así lo indica la
tradición y la Ley Wayyu.
Apenas
unos años antes Alcibiades se reservaba para sí y su gente, todo el comercio de
contrabando de la costa Guajira, los que acudieron al sepelio comentaban la
fatal fortuna de Alcibiades quién según algunos la noche que nació, sobre el techo
de eneas del rancho, entre los gritos de la parturienta y el llanto del niño
anunciando su llegada al mundo, un graznido de un ave agorera blanca, de cara
chata e inmensos ojos desplegaba sus inmensas alas en vuelo, funesto mal
augurio de la suerte del muchacho y de su vida azarosa. Al día siguiente, la
familia entera mudo su sitio de casa, abandonando por completo el lugar de
aquella lúgubre noche, como tratando de salvar la suerte de Alcibiades.
El cadáver
de Alcibiades dispuesto en su ataúd por las solteronas de la familia con su cara
cubierta por un lona blanca, fue velado solo dos horas en el centro del
cobertizo de eneas que serbia de antesala al rancho de bahareque y sin llorar a
Alcibiades los dolientes, pues ese breve espacio de tiempo se reservaba para
honrar el seno materno de la familia, luego fue llevado apresuradamente al
cementerio; otra hubiese sido la suerte del cadáver de Alcibiades de haber
fallecido por muerte natural, su velorio se prolongaría por días, quizás por
semanas y hasta por uno o dos meses, eso dependía de la riqueza y amistades del
finado Wayuu, donde la costumbre y leyes señalan la muerte como una fiesta de
partida de viaje al otro mundo, el funeral para los hombres asistentes se
instalan en chinchorros colgados alrededor del rancho del muerto, guindan sus tejidas
y coloridas alforjas de viaje debajo de los árboles, asientan un fogón de leña
sobre el piso de arena para asar carne de chivos, ovejo o res, una mesa y
banquetas para pasar el tiempo jugando Dominó y bebiendo chirinche; mientras
las mujeres eran las que se encargaban del funeral, repartiendo su tiempo entre
el lugar del asado y la enramada donde yacía el muerto, bien como plañideras
tan ruidosas como podían, bien de forma real y otras lloran fingiendo dolor por el finado.
Para
los Wayuu el velorio es un momento de encuentro del clan, para evocar viejas
querellas entre clanes Wayuu y otros eventos pasados de la familia y conversar largamente,
comer y beber ron o chirinche (aguardiente de jugo de maíz fermentado), se
juega y no es poco común hacer competencias de tiro entre los hombres con armas
largas y cortas, y a la vez se llora al muerto, los hombres cubriéndose sus
rostros con pañuelos o con sus manos y las mujeres con la túnica de sus Mantas
(traje tradicional Wayuu).
Sin
embargo la suerte de Alcibiades no lo ayudo a tener un entierro a la altura, solo
tuvo el crédito como rico contrabandista, el de repartirse entre los familiares
y vecinos asistentes sus riquezas, de ese modo sería recordado como un wayuu
dadivoso, cuyo nombre no debía ser mencionado sin anteponerle el adjetivo de “el
difunto” Alcibiades,
como todo difunto, nombrarlo en su puro nombre como si estuviera vivo se
cobraba en dinero o especie como sanción al infractor.
El
Sol del ocaso resplandecía en el horizonte al paso de las nubes alejadas fugazmente
por la brisa veranera, el polvo se levantaba en el camino al cementerio
familiar, era una delgada línea de tierra entre la paja, los abrojos, las
tunas, cardones y cujíes, serpenteando la planicie que serbia de asiento al
clan al que pertenecía Alcibiades, pues el Wayuu pertenece a la tierra del entorno
del cementerio familiar, en cuanto es este el sitio que define el territorio
del grupo familiar, el wayuu es y vive en donde va a ser enterrado.
Para
el Wayuu el viaje del alma al jepira (tierra de los muertos) es un momento muy
importante en su vida, en sus creencias la persona muere dos veces, en la
primera muerte el alma abandona el cuerpo y se queda vagando en la tierra, y en la segunda muerte el alma parte
al gran cosmos donde Ma´leiwa (Dios Creador) decidirá si el alma debe volver a
la tierra pero reencarnado bien sea en forma de animal o planta, es por esta
tradición que al Wayuu se le hacen dos velorios y entierros, el primero cuando
fallece y es sepultado su cuerpo, luego al pasar unos diez o quince años se le
desentierra, para este segundo velorio se debe preparar igualmente como para el
primero una dama Wayuu de la línea materna del difunto, siguiendo un rito
especial de ayuno y abstinencia sexual previa para su purificación y poder
exhumar el cuerpo del difunto, una vez desenterrado debe limpiar su osamenta y
colocarlos en una vasija de barro cocido o en una urna pequeña para el segundo
entierro, posteriormente la dama Wayuu encargada de la exhumación debe estar en
periodo de limpieza corporal bajo un rito especial de purificación.
Pasaron
diez años desde aquel día del primer entierro de Alcibiades, su cuerpo reposaba en
su piel pegado a su osamenta y según la tradición Wayuu, era tiempo propicio
para su desentierro y hacerle su segundo funeral y entierro para su segundo viaje
ante Maleiwa y ser juzgado según su vida a reencarnar en algún animal o
planta; la tarde era lluviosa y gris, las nubes pomposas cubrían el cenit del
cementerio del clan de Alcibiades y el Sol ocultaba sus fulgores del ocaso, cuando
el llanto de los sorprendidos dolientes fue silenciado por el paso rasante,
sobre el cortejo fúnebre de Alcibiades, de un Guaco sombrío con su siniestro
graznido tozudo en el preciso instante del levantamiento del pequeño ataúd que
lo llevaría nuevamente a su segundo y eterno destino, mientras unos perros se mordían entre sí ferozmente, dejando escuchar sus alaridos desde un Tunal situado al margen del camino y donde las
espinas laceraban sus ya ensangrentados cuerpos, sorprendidos los dolientes, revelanban al clan el
fatal destino de la suerte del difunto Alcibiades.
José Luis Reyes Montiel
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