martes, 28 de febrero de 2017

El entierro de Alcibiades.

Lechuza de Campanario, conocido en Maracaibo
como pájaro "Guaco".
Al norte del Estuario de la cuenca del Zulia, entre la serranía Motilona del oeste, las montañas andinas al sur, cuyos ríos y quebradas plenan el caudal de agua dulce del inmenso lago, y en su oriente la línea costera menera que va desde Punta El Vigía, bello escenario geográfico en toda la entrada al Lago de Maracaibo otrora sitio de alerta a las incursiones de piratas europeos saqueadores de ciudades y pueblos aledaños, siguiendo aquella línea costera hasta una población llamada Bachaquero, quizás por la abundancia de bachacos sobre esta agreste y árida tierra; se extiende entre los países de Venezuela y Colombia, una inmensa península a modo de la vieja Iberia, pero ésta desértica, xerófila y lejana, donde solo acontecen dos estaciones invierno y verano, ambas extremas de lluvia intensa o de calor y sequedad aguda, como ponderada es la vida de su pobladores, cuya antigua raza llamada Wayuu esta dividida en clanes, castas y líneas familiares por parte del vientre que los trae a este Mundo, pues a diferencia de la costumbre por línea paterna occidental, se rigen dentro de una sociedad maternal, cuya cabeza es la madre y el pater familiae como lo conocemos en la tradición romanizada lo asume el hermano mayor de la madre respecto de sus hijos y demás descendientes.

Esos antiguos clanes Wayuu viven en su mayoría de su tierra bien como agricultores, pescadores, comerciantes entre otras justas y productivas actividades, pero como lugar fronterizo que es, viven también del contrabando y demás actividades ilícitas, en las que se vieron involucrados por el populismo de un gobierno irresponsable por aquel año de 1973 y que se les facilitó por el intercambio de monedas internacionales y mercancías en ese apartado y difícil terreno peninsular, rodeado por una inmensa y solitaria costa Caribe, que los comunica con Panamá, Colombia, Venezuela, las islas de Curazao y Aruba y demás islas de sotavento al norte de América del Sur.

Sobre esa ruda tierra, la misma de sus ancestros, una loneta blanca cubría el rostro de Alcibiades, al ritmo del ventarrón que estremecían las ramas de los Cujies en el inclemente verano de ese año, dibujado al aire por el polvo de la extensa sabana de la Guajira, susurrante al oído como gemidos de los parientes difuntos que bordeaban el cadáver del infortunado Alcibiades, mientras preparaban su cuerpo las mujeres principales de su clan, escogidas entre las solteronas pues era costumbre embalsamar al muerto, lavando su cuerpo y vistiéndolo con sus mejores prendas, colocando sus pertenencias principales y vestuario dentro de su urna, y solo después de ocho días contados desde la fecha de su expiración se procedía a su entierro, para asegurarse que estaba realmente muerto y ese trabajo solo podían hacerlo las mujeres de su familia materna después de un lapso de abstinencia sexual; pero no fue éste el caso de Alcibiades, quien había caído por el efecto vil de certeros y mortales múltiples balazos de ametralladoras, razón por la cual su cadáver debía inhumarse rápidamente y sin espera, sin velorio y nadie podía mirarlo siquiera, así lo indica la tradición y la Ley Wayyu.

Apenas unos años antes Alcibiades se reservaba para sí y su gente, todo el comercio de contrabando de la costa Guajira, los que acudieron al sepelio comentaban la fatal fortuna de Alcibiades quién según algunos la noche que nació, sobre el techo de eneas del rancho, entre los gritos de la parturienta y el llanto del niño anunciando su llegada al mundo, un graznido de un ave agorera blanca, de cara chata e inmensos ojos desplegaba sus inmensas alas en vuelo, funesto mal augurio de la suerte del muchacho y de su vida azarosa. Al día siguiente, la familia entera mudo su sitio de casa, abandonando por completo el lugar de aquella lúgubre noche, como tratando de salvar la suerte de Alcibiades.

El cadáver de Alcibiades dispuesto en su ataúd por las solteronas de la familia con su cara cubierta por un lona blanca, fue velado solo dos horas en el centro del cobertizo de eneas que serbia de antesala al rancho de bahareque y sin llorar a Alcibiades los dolientes, pues ese breve espacio de tiempo se reservaba para honrar el seno materno de la familia, luego fue llevado apresuradamente al cementerio; otra hubiese sido la suerte del cadáver de Alcibiades de haber fallecido por muerte natural, su velorio se prolongaría por días, quizás por semanas y hasta por uno o dos meses, eso dependía de la riqueza y amistades del finado Wayuu, donde la costumbre y leyes señalan la muerte como una fiesta de partida de viaje al otro mundo, el funeral para los hombres asistentes se instalan en chinchorros colgados alrededor del rancho del muerto, guindan sus tejidas y coloridas alforjas de viaje debajo de los árboles, asientan un fogón de leña sobre el piso de arena para asar carne de chivos, ovejo o res, una mesa y banquetas para pasar el tiempo jugando Dominó y bebiendo chirinche; mientras las mujeres eran las que se encargaban del funeral, repartiendo su tiempo entre el lugar del asado y la enramada donde yacía el muerto, bien como plañideras tan ruidosas como podían, bien de forma real y otras lloran fingiendo dolor por el finado.

Para los Wayuu el velorio es un momento de encuentro del clan, para evocar viejas querellas entre clanes Wayuu y otros eventos pasados de la familia y conversar largamente, comer y beber ron o chirinche (aguardiente de jugo de maíz fermentado), se juega y no es poco común hacer competencias de tiro entre los hombres con armas largas y cortas, y a la vez se llora al muerto, los hombres cubriéndose sus rostros con pañuelos o con sus manos y las mujeres con la túnica de sus Mantas (traje tradicional Wayuu).

Sin embargo la suerte de Alcibiades no lo ayudo a tener un entierro a la altura, solo tuvo el crédito como rico contrabandista, el de repartirse entre los familiares y vecinos asistentes sus riquezas, de ese modo sería recordado como un wayuu dadivoso, cuyo nombre no debía ser mencionado sin anteponerle el adjetivo de el difunto” Alcibiades, como todo difunto, nombrarlo en su puro nombre como si estuviera vivo se cobraba en dinero o especie como sanción al infractor.

El Sol del ocaso resplandecía en el horizonte al paso de las nubes alejadas fugazmente por la brisa veranera, el polvo se levantaba en el camino al cementerio familiar, era una delgada línea de tierra entre la paja, los abrojos, las tunas, cardones y cujíes, serpenteando la planicie que serbia de asiento al clan al que pertenecía Alcibiades, pues el Wayuu pertenece a la tierra del entorno del cementerio familiar, en cuanto es este el sitio que define el territorio del grupo familiar, el wayuu es y vive en donde va a ser enterrado.

Para el Wayuu el viaje del alma al jepira (tierra de los muertos) es un momento muy importante en su vida, en sus creencias la persona muere dos veces, en la primera muerte el alma abandona el cuerpo y se queda vagando en la tierra, y en la segunda muerte el alma parte al gran cosmos donde Ma´leiwa (Dios Creador) decidirá si el alma debe volver a la tierra pero reencarnado bien sea en forma de animal o planta, es por esta tradición que al Wayuu se le hacen dos velorios y entierros, el primero cuando fallece y es sepultado su cuerpo, luego al pasar unos diez o quince años se le desentierra, para este segundo velorio se debe preparar igualmente como para el primero una dama Wayuu de la línea materna del difunto, siguiendo un rito especial de ayuno y abstinencia sexual previa para su purificación y poder exhumar el cuerpo del difunto, una vez desenterrado debe limpiar su osamenta y colocarlos en una vasija de barro cocido o en una urna pequeña para el segundo entierro, posteriormente la dama Wayuu encargada de la exhumación debe estar en periodo de limpieza corporal bajo un rito especial de purificación.


Pasaron diez años desde aquel día del primer entierro de Alcibiades, su cuerpo reposaba en su piel pegado a su osamenta y según la tradición Wayuu, era tiempo propicio para su desentierro y hacerle su segundo funeral y entierro para su segundo viaje ante Maleiwa y ser juzgado según su vida a reencarnar en algún animal o planta; la tarde era lluviosa y gris, las nubes pomposas cubrían el cenit del cementerio del clan de Alcibiades y el Sol ocultaba sus fulgores del ocaso, cuando el llanto de los sorprendidos dolientes fue silenciado por el paso rasante, sobre el cortejo fúnebre de Alcibiades, de un Guaco sombrío con su siniestro graznido tozudo en el preciso instante del levantamiento del pequeño ataúd que lo llevaría nuevamente a su segundo y eterno destino, mientras unos perros se mordían entre sí ferozmente, dejando escuchar sus alaridos desde un Tunal situado al margen del camino y donde las espinas laceraban sus ya ensangrentados cuerpos, sorprendidos los dolientes, revelanban al clan el fatal destino de la suerte del difunto Alcibiades.

José Luis Reyes Montiel






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