sábado, 1 de agosto de 2015

El Sombrero.


Benemérito General
Juan Vicente Gómez Chacón
La Venezuela de primera mitad del siglo XX apenas emergía del tumulto de los caudillismos locales, cuando la mano firme del Benemérito Gral. Juan Vicente Gómez,  puso punto final al desorden y anarquía en la que se había convertido la política venezolana. 

Al margen de aquellas circunstancias históricas el nuevo orden nacional de Unión, paz y trabajo, programado por el Dictador Gral. Gómez, se propuso la construcción de carreteras  a nivel nacional, de manera de unir a Venezuela geográficamente, como estrategia no solo para el desarrollo económico sino también político y militar, de tal modo de facilitar el movimiento de tropas donde y cuando fuese menester sofocar un levantamiento contra el gobierno.

En el Zulia, el Presidente del Estado, Vicencio Pérez Soto, hacia lo propio en el desarrollo de vías de penetración y carreteras, fomentando el desarrollo agropecuario y el transporte de mercancías y productos del campo a las ciudades, eran esos tiempos cuando el abuelo Papá Luis, con la construcción de la carretera asfaltada Maracaibo vía El Moján, no tenían la misma opinión a favor de la construcción de carreteras, argumentando que las mismas solo traerían la ruina y la miseria al campo, y con ellas del modo de vida campesina.

El abuelo Don Luis Montiel Villalobos, supo visionar con su sentido común y autodidacta lectura de prensa escrita y de los libros que atesoraba, el futuro del campo venezolano. De la pequeña biblioteca del abuelo Papá Luis no quedó resto alguno, mamá me contó que a su regreso a “San Luis” intentó recuperar la Biblioteca de su fallecido padre, pero el Comején hizo estragos de periódicos y libros guardados en su escritorio bajo llave.

Grupo familiar junto "Papá Luis" en primer plano Carmen Romelia,
en sus manos Joseito, los niños en primer plano Luis Guillermo Y Régulo,
detrás Mamá Carmen Domitila y detrás de mamá Tía Espíritu,
Tío Dimas detrás de esta última; al lado derecho de "Papá Luis"
la prima de mis tíos Adarceinda Del Villar, según me lo señalo mamá. 
Años atrás, 1905-1935, el Hato San Luis se encontraba en plena pujanza productiva, frutos, vegetales, animales mayores y menores, aves de corral; y la familia Montiel Fuenmayor era el artífice de ese desarrollo agrícola, así como en el país gobernaba una mano férrea, en esos tiempos también las familias eran jerárquicamente ordenadas por el Pater Familiae, la figura del Padre de Familia, centro y autoridad superior, cuya esposa secundaba sus decisiones y apoyaba en la preservación de la moral, las buenas costumbres, la disciplina y su corrección; cuéntase que en los documentos y trámites de la época solía indicarse el oficio de las señoras en estos términos… “Prudencia Inocencia Borregales de Pedroza, civilmente hábil, vecina de este municipio y de oficios propios de su sexo”….

Comento todo esto como preámbulo, para entender las características sociológicas de una época muy distinta a la actual, de valores tan disímiles a los de la vida urbana actual, como funestos han sido las consecuencias de una sociedad tumultuosa y anárquica, cuyo rumbo perdió a partir del año 1945, con el golpe de estado al Presidente Isaias Medina Angarita.

Pescadores del Lago de Maracaibo, Estado Zulia,
mediados de 1930.
En ese marco social, el desarrollo de la industria petrolera, fomentó el abandono del campo, y el Hato “San Luis” no fue la excepción, algunos tíos fueron seducidos por el nuevo modo de vida citadino y la comodidad de ganarse la vida mas fácilmente, mediante un salario por la prestación de su trabajo.

Mi Tío Nicomedes, fue uno de los primeros en dejar el campo, se casó tuvo sus hijos y los dejó en “San Luis” para dedicarse a un trabajo urbano, mientras su esposa Graciela Ferrer vivía en “San Luis” apoyando, colaborando como ama de casa, en los quehaceres diarios del Hato y de sus hijos; entre ellos Régulo, Luis Guillermo, Darío, Nicolás y Eduardo, llegose tía Graciela a ser la nuera preferida de Mamá Carmela y una hermana más para los Montiel Fuenmayor, así me lo contó mama.  

Nicomedes Montiel Fuenmayor
1921
Aprendió tío Nicomedes a conducir grandes camiones llamadas popularmente gandolas e hizo de esta habilidad su oficio, pues era diestro en el manejo del intrincado sistema de palancas y pedales de la caja de transmisión de los camiones de entonces, de tal modo, que llego a ser el transportista por excelencia y de confianza de la empresa Transporte Zulia cuyo propietario era casualmente mi otro tío, pero de parte paterna, Román Reyes Albornoz, entonces ya bien posesionado y en pleno esplendor de su pujante empresa de transporte, pues los “musius” -extranjeros anglosajones y europeos hicieron buenos contratos para el transporte de materiales para la incipiente industria petrolera.

En Transporte Zulia, el Tío Nicomedes se ganó el apodo de “El Sombrero” llamado así por sus compañeros de trabajo, pues al manejar las gandolas se cubría con un sombrero alón de jipijapa, llamando la atención pues dentro del camión no recibía las inclemencias del Sol..

De ese modo, mi tío Nicomedes recorrió toda Venezuela, pues su trabajo de conductor de gandolas lo llevó hasta la mismísima ciudad Bolívar, pasando ciudades, pueblos, caseríos, ríos, ciénagas, hasta por intrincadas trillas de arena, ahí donde el asfalto y el granzón dejaban su marcha para seguir abriéndose paso por la vegetación de la selva montañosa o de los campos abiertos del llano venezolano, entre el sueño robado de las madrugadas y los soleados días  de nuestro trópico.

Camión de transporte pesado de la época.
Era frecuente, escuchar las narraciones que mi tío Nicomedes me hacía entre la realidad y la fantasía de sus cuentos de camino, cuando por las tardes visitaba mi casa a tomarse un cafecito recién colado preparado y servido por las manos de mamá, luego sacaba del bolsillo de su pardo pantalón de Kaki un tabaco le trozaba un pedazo y mientras masticaba su tabaco, emprendía el cuento de esa tarde. Un día le pregunté ¿Tío Nicomedes porque mascas tabaco? - ese vicio me quedó para quitarme el sueño al manejar en carretera larga- contesto.

Me contó como se cargaban los fusiles y cañones durante la guerra de independencia, con perdigones, tacos de papel y pólvora, como el fusil reculaba en el hombro del tirador y los cañones se saltaban  de sus posiciones en cada disparo,  y cuando se terminaba la munición llenaban la pieza del cañón con lo que consiguieran de metal o piedras, descuartizando al enemigo. 

De sus narraciones escuche por primera vez, la inmolación de Ricaurte en la Hacienda San Mateo de los Bolívar, al volarse con todo el arsenal ahí resguardado por los patriotas, antes que entregárselos a las tropas realistas. También me contó del martirio de Doña Cáceres de Arismendi en el Castillo de Santa Rosa en la isla de Margarita. Y por supuesto no podían faltar los cuentos de fantasmas y apariciones en los caminos, de bestias salvajes, tigres y serpientes, de tempestades torrenciales con truenos, relámpagos y centellazos que dejaban abierta la tierra o un árbol de arriba abajo; ríos intransitables que paraban el camión en carretera hasta que su cause bajara lo suficiente para permitir el paso del camión lo que lo obligaba a pernotar en ese lugar durante semanas.

Calle Principal de Las Morochas
Costa Oriental del Lago Estado Zulia, 1935.
Así eran de largas esas jornadas, que pasaban meses sin saber nada del tío Nicomedes, mientras en “San Luis” transcurría el tiempo entre el trabajo diario de la agricultura, el alimento diario de cada día y la penitente oración del ángelus con el rosario a las seis de la tarde, concelebrada por la reunión familiar en torno a Papá Luis; de ese modo sus hijos se hacía de niños a adolescentes y de adolescentes a hombres, cada vez que mi tío regresaba de su azarosa actividad laboral.

Régulo, Luis Guillermo, Nicolás y Darío fueron los nietos que más ayudaron a Papá Luis en la labor diaria del Hato, junto a tío Aurelio y Julián, se levantaban a punto a las cuatro de la madrugada para ordeñar las vacas, mientras al despuntar el Sol, Papá Luis asignaba la tarea del día a cada uno, sin chistar, en ocasiones pedía voluntarios, encomendando el  mandado a alguno de los remolones. 

El  primo Rafael “Falo” Salas Sánchez, contaba, entre palos y alegría, como por esa crianza de muchacho en “San Luis” se salvó el primo Nicolás Montiel del servicio militar, cuando lo agarró la recluta en Maracaibo, se lo llevaron al Cuartel de Policía ahí en la calle Obispo Lazo, lo tenían alistado y pelaito a coco, llegó un sargento del ejército para escoger el contingente de turno solicitando diez voluntarios para el fuerte de San Juan de Los Morros a lo que Nicolás acostumbrado a ofrecérsele como voluntario al abuelo “Papá Luis” enseguida dio su respectivo paso al frente, a todas éstas el sargento hizo mientes y ordenó embarcar fue a los diez que se le antojó por remolones, y envió a Nicolás para sus casa.

José Luis Reyes Montiel.

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