Aquel día,
soleado y tranquilo, se desvaneció en la tarde, el Sol furtivamente se ocultó tras
las sombras que poblaron todos los espacios, un fuerte viento frío levantaba la
hojarasca y penetraba la piel dejando el rostro sonrojado, nubarrones grises
atenuándose en negros circuncidaban en solemne procesión el cenit azul profundo
e intermitentes relámpagos iluminaban la penumbra entre los árboles y rincones
de la casa. Gototas de lluvia esporádicas caían precipitadamente, en la
distancia las vainas de los árboles de Lara al conjuro del vendaval aumentaba el ruido de
la precipitación del aguacero invernal, como oleadas invisibles estrellaban
sobre el suelo sus aguas rocíando todos los espacios la lluvia de Octubre.
Chubasco que esta tarde vienes a aumentar mis dolores, desde donde llegaste para hacerme saber y sentir
mi soledad, porque inclemente y caprichoso desatas tus fuerzas de la naturaleza
sobre las casas de los mas infortunados, hacía un año el ataúd de mi padre
franqueaba la sala de la casa, y durante meses sus puertas y ventanas se
mantuvieron cerradas por un luto absurdo que nunca entendí, sino en el
sentimiento interno de su ausencia. Y ahora vienes tempestad inmisericorde para
hacerme saber de otros temores, ahora que no tengo sus brazos donde apoyarme para ampararme
de tus empujes y arrogancia, para marcar en el tiempo un antes y un después de
su partida, así el terror de la tormenta fragua mi carácter, borrasca que mi
techo soslayaste del invierno aciago año de 1968.
Mama, Sara y yo,
sentados sobre taburetes (sillas rusticas de madera y cuero) para evitar
hierros y metales por los rayos –decía mamá- rezamos en circulo el Rosario,
penitente devoción frente a una vela de la Candelaria para aligerar la
tempestad y pasará sin daños, el ruido en el techo y su rumor en las ventanas,
hace crujir la madera, viento y lluvia sumadas son fatales, las ramas de los
árboles arrancan, las hojas trozan, sacando de raíz al árbol mas débil.
El patio esta
empapado, pasó el vendaval funesto, las hojas decantan frías gotas de agua de
lluvia, la angustia quedó hecho recuerdo, guardada en recelo para otros
temporales, al tío Nicomedes preguntaría durante años ¿Serán nubes de chubasco
tío? pretendiendo siempre la misma respuesta, -no, son nubes pasajeras-.Así somos todos en
esta vida, pasajeros del tiempo montados en un espacio indetenible, infausto
destino que nos asecha de las fuerzas naturales que algún día, cobraran en
holocausto al hombre inicuo sus agravios.
José Luis Reyes.
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