Hermanos Antonio José y Pedro Antonio Acosta. |
En efecto, en cuanto a “El Hatico” siempre ha sido una costumbre en nuestro dialéctico y castizo español maracaibero, engrandecer lo pequeño y empequeñecer lo grande, o decir feo cuando es bello o lindo cuando es feo, por ejemplo a una hermosa muchacha con rimbombantes curvilíneas solemos decirle…estáis maluca… estáis feita… también a un muchacho grandote y fuerte le decimos… y sois chiquito… y así nuestro dialecto español muy particular y tradicional, hace de las jeringonzas su portento.
Es el caso de “El Hatico”, era nada mas ni nada menos que el Hato “San Jacinto” gran extensión de terreno del norte de nuestra ciudad de Maracaibo, donde más tarde se levantaría la popular Urbanización “La Marina” inaugurada por el Dr. Rafael Caldera durante la celebración de los 150 años de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo un día 24 de Julio de 1973, pero que la fuerza del acervo popular siguió denominando “San Jacinto” muy a pesar del nombre oficial de “La Marina” asignada a dicha urbanización.
Pues bien, mamá me contó, que esa gran extensión de terreno perteneció a unos primos de Mamá Carmela los Hermanos Acosta, quienes la heredaron de sus progenitores, y que en sus buenos tiempos constituyó uno de los Hatos más extensos del Norte de Maracaibo, pues no solo comprendía lo que hoy es la urbanización La Marina o San Jacinto sino también Mara Norte y hasta los limites con lo que otrora fuera el hato Canchancha.
Antonio José Acosta, era todo un personaje, siempre vestía de Caqui con sus botas negras, fumaba un largo tabaco, y manejaba su propio Jeep Willy's descapotado con lona impermeable, color verde, afortunadamente lo conocí ya avanzado de edad, en una visita a su residencia, cuando mamá diligenciaba la venta de un terreno de su propiedad colindante con “El Hatico” que Papá Luis le había adjudicado en propiedad a todos y cada uno de sus hijos, al margen de la carretera Maracaibo-El Moján y frente al hato “San Luis” tantas veces mencionado en mis notas.
Antonio José era polígamo, convivía con varias esposas de ascendencia wayu y había hecho de La Guajira su residencia, donde estableció buenos vínculos comerciales con la etnía originaria, y tuvo numerosos hijos. Recuerdo la tarde que llegamos por fín a su morada, y lo digo porque verdaderamente estaba bastante retirada, apartada y aislada, en pleno campo de no se donde, pues estaba muy niño. En una casa bien construida, rodeada de corrales de chivos y carneros, una guajira gorda, con su ancha manta sentada en el piso del frente de la vivienda, desgranando unas mazorcas de maíz, miraba al horizonte en peregrina melancolía, al despertar de su letargo ante el saludo de mamá, se incorporó y con su aguda mirada, nos miró de arriba abajo, y a duras penas con señales y gestos y por el solo nombre de José Antonio comprendió que buscamos a su bizarro marido, Antonio José Acosta, pues la matrona wayu no hablaba ni una papa de español.
Pero esto también le trajo acérrimos enemigos, resultado del juego, ya que por su puntería se hacían apuestas que nunca dejaba de ganar, valiéndole admiradores y detractores, simpatías y enemistades, quienes fueron mellando la honorabilidad del mas famoso de los tiradores maracaiberos, hasta involucrarlo en un homicidio que nunca cometió, pero del que fue acusado en tiempos donde la tortura era el medio de obtener una confesión cuando las circunstancias así lo ameritaban, de modo que las huellas del presunto homicida se dirigieron maliciosamente hasta su casa, y fue detenido y torturado con una maquina llamada El Tortol consistía según testimonio propio del indiciado, en una especie de prensa que se hacía girar apretando la cabeza del declarante hasta hacerle confesar, en ese procedimiento ante el dolor aplicado Acosta invocaba su inocencia, pero no tuvo mas remedio para evitarse mas dolor que decir -que se me acumule el dicho soy inocente, yo lo maté carajo, esa confesión fue así tomada literalmente y terminó largos años en el Castillo San Carlos donde finalmente fue liberado por falta de otras pruebas e indicios en el delito de homicidio, del cual fue inculpado posteriormente.
Pedro Antonio Acosta, compuso una décima donde resumía tristemente aquellos días de prisión y dolor humano, y con su cuatro acompañaba la letra de aquella canción a los grillos que le colocaron en sus tobillos, la barra del tobillo a la cintura y la cadena que sostenía una bola de hierro que cargaban para poder caminar y trasladarse de un lugar a otro. Lastimeramente, esa décima desapareció en la memoria de su voz que alguna vez cantó a la sombra del tejado del hato “San Luis”.
José Luis Reyes Montiel.
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