Sentado sobre esta banca de este soleado y arbóreo
Parque de esta ciudad de Santiago, medito mientras comparto mi vaso de maíz salteado con unas Palomas reunidas
entorno a mis pies; los caminantes por algún parque de alguna ciudad del mundo,
observarán las mismas palomas en aquel sitio y también serán las mismas Palomas
en cualquier otro lugar del orbe terrestre, echándole las briznas de maíz me
figuro los granos de maíz saltando dentro del caldero al fuego vivo, explotando
en níveos tules su contenido vital, en Venezuela mi país natal, les llamamos
“Cotufas”, en España les dicen “Palomitas” y acá en este país de Chile “Cabritas”, tres
denominaciones para un mismo cereal tan común y popular en cualquier sala de
cine de cualquier lugar del mundo.
Esta palomita no formó parte del escrito original en el concurso, se agregó a esta nota para El Libro de Apuntes, el cual firme con el seudónimo empleado como concursante. |
No así las Palomas, ellas hablan un solo idioma en su gorjeo, aquí o allá, en todas las plazas de la extensa geografía terrestre, dejando en su vuelo la estela sonora al ritmo del viento de su aleteo frenético, son las Palomas en su vuelo, en su danzar en el suelo emiten el zureo de su ceremonioso cortejo en su engalanado buche de plumas abultado. Taciturno pienso, sentado en esta banca de este parque, de esta ciudad que me acoge con sus mil colores de florecida y verde primavera, acompañado por las Palomas, en este instante de naturaleza y recogimiento místico, compartiendo con ellas mis “Cotufas” “Cabritas” o “Palomitas” como se llame no es lo importante, es tan solo maíz salteado en el caldero al fuego vivo y exhibiendo sus blancos tules como alimento, entonces medito, que lo importante es reconocer las cosas más sencillas y simples que nos regala la vida, como estar mirando en el parque las Palomas a tu alrededor esperando le des algo de aquel sustrato de alimento, es un momento que como pan de vida te llena el alma.
Trasciendo la dimensión de este espacio que
me retiene, en mi pensamiento llego etéreo a mi casa, hasta mi ciudad donde
nací, frente al mesón del patio y a la sombra de mi árbol favorito, allí donde fueron
los plácidos domingos en alegre reunión familiar, donde estuvieron los abuelos,
mis hijos, mi esposa y yo compartiendo los mejores instantes de esparcimiento,
hoy día solo quedan vestigios aquilatados entre sus muros, entre las puertas y
ventanas cerradas, sobre las baldosas impregnadas de las sombras de aquellos
días bonitos, ahora solo existen entre sus paredes danzantes espíritus penitentes ante el peregrinar de los fantasmas de nuestros difuntos familiares, deambulando los corredores de aquel hogar bendito, de nuestra casa.
Vuelvo en sí, trascendido de mi alucinante
viaje a la realidad de este maravilloso entorno que me rodea, debajo de estos
otros árboles a cuyo sombra me cobijo, sentado como estoy en esta banca de este
parque, en esta ciudad que me abraza y me besa cada mañana con su cambiante
clima, con sus brisas bajando desde sus altas montañas y entre el inmenso
Océano Pacifico, es todo un colorario de horizontes esta tierra que de la mañana
a la tarde penetra con su luz la noche, con su Luna y sus estrellas todas
juntas enclavadas en un inmenso cielo.
Ahora este es mi paisaje, nada ha cambiado,
no son otros los hombres, es una misma humanidad toda hecha de sangre y sudor enarbolada,
somos como Palomas en un parque de alguna plaza de cualquier sitio del mundo,
solo que hasta ahora no hablamos el mismo lenguaje, cuando sepamos ser Palomas
en su único vuelo, serán entonces, dignificadas las Palomas al clamor de todos
los bardos, en sus prosas consagradas a la augusta presencia de la paz del mundo.
Abraham Puertas.
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